jueves, 24 de diciembre de 2009

De Carlos Morales a Juan Ramón Mansilla


«... En mi vida todo está en el mismo sitio en que la dejó la pasión de un hombre que se dedicó a crecer demasiado hacia lo alto sin percatarse de que lo preciso, y lo precioso, era crecer hacia dentro...»


Tarancón, 24 de diciembre de 2009, a la una y cuarto de la madrugada.

Caro amigo:


A ciertas horas de la noche, las manos suelen adentrarse en la biblioteca como aquellos siervos de confianza a los que su Señor ordenaba colgar un farolillo rojo en la puerta de la concubina que había elegido para amar y despertar de nuevo en los primeros instantes del amanecer. Al modo de una aparición que recorre la oscuridad de los pasillos de mi casa, el siervo ha puesto esta noche oscura su farol en los lomos de Fugaz y de tus Días rotos, y en las espaldas de tu maravilloso Retrato de Gustav Mahler en su último regreso a Europa. Libros redentores, Juan Ramón, poemas para la recapitulación y para el retorno.

Me he arrojado sobre sus versos como un pesado fardo de linfas y de sangre que alguien hubiera dejado caer desde su ventana. No ha sido, como otras muchas veces, la necesidad de confortar mi espíritu por las pocas joyas cuyo brillo he podido rescatar -como editor- del sopor y del silencio. Tampoco el gesto de un hombre sorprendido de pronto por las lluvias torrenciales de la melancolía. Ni siquiera la necesidad terrible de estar junto al amigo, mano a mano y Dios mediando en la cocina con una copa de orujo, "sentados frente al mundo, pequeños y solos", en torno a una taza de café caliente.
En realidad, Juan Ramón, no he sido yo, sino él, el que se ha ofrecido como una rada antigua para que yo pudiera guarecer mi barco, desde cuyas sentinas llevo tiempo percibiendo tan sólo el rumor de la extinción y de la renuncia.

Y es que también me pregunto como Mahler en esta larga noche –en esta demasiado larga noche- por quién contemplará las obras que sólo para el viento quise…Por eso he abierto tus poemas, Juan Ramón, porque mi voz ha cesado; porque mi voz no es otra que “la voz alta de quien ya no oye nada” salvo esas notas de deserción que se arrojan sobre mí con la vertiginosa cadencia de una vetana que se cierra.

En mi vida todo está en el mismo sitio en que la dejó la pasión de un hombre que se dedicó a crecer y crecer demasiado hacia lo alto sin percatarse de que lo preciso, y lo precioso, era crecer hacia dentro. Te lo digo porque me he pasado la vida empeñado en escalar enormes montes, olvidándome de las pequeñas mesetas que podrían de haberme otorgado, de haberlas abrazado como abraza un hombre de tierra adentro, el privilegio de una dicha mínima y real.
Me pregunto ahora qué es lo que me condujo a pasarme días enteros a recopilar, estudiar y comprender la poesía a que dió lugar el Holocausto; me pregunto, también, las razones que me llevaron a participar, como editor, en la disolución de los mitos culturales y religiosos que separan a los pueblos de Israel y Palestina. ¿Una suerte de complejo de culpa heredado de otra vida? ¿Acaso la conciencia del dolor del mundo como el origen de mi insatisfacción, incurable e infinita? Soberbia, Juan Ramón, soberbia; la soberbia de quien se creyó capaz, como la burra de Giotto, de soportar a solas el peso del mundo sobre sus espaldas, y de acarrearlo sin descanso ni demora, al modo de un escueto Sísifo, a las cimas de una salvación imposible…

¿Qué queda de ese “subidor montanyas” del que habla nuestra querida Margalit Matitiahu?
Un hombre que necesita acogerse a sí mismo con un poco de piedad.
Un hombre que ha perdido la voz y no acierta a saber adónde cojones ir para encontrarla.
Las "notas de una deserción".
Los "sonidos de una clausura".
"La cadencia de un postigo que se cierra"...

Tuyo.
Carlos.

Postdata.- Mañana iré a tu casa con un queso. ¿Pones tú el vino?


Eran otros tiempos, verdad, Juan Ramón?







domingo, 20 de diciembre de 2009

Carta de amor de la dama japonesa Shigenari al señor Kimura Shigenari



«... Te estaré esperando al final de lo que llaman el camino hacia la muerte...»



Mi señor:

Sé que cuando dos caminantes "se cobijan bajo el mismo árbol y sacian su sed bajo el mismo rio" todo ha sido determinado por su karma de una vida anterior. Durante los últimos años tú y yo hemos compartido la misma almohada como marido y mujer que han decidido vivir y envejecer juntos, y  me he apegado tanto a ti como tu propia sombra. Eso es lo que yo creía y pienso que que ésa era tu impresión sobre nosotros.

Pero ahora he sabido de la empresa final que has decidido emprender, y aunque no podré estar contigo para compartir el gran momento, me regocijo sólo con saberlo. Se dice que (en la víspera de su batalla final) el general de China, Hsiang Yü, aunque era un valiente guerrero, se lamentaba profundamente de dejar a la señora Yü, y que (en nuestro propio país) Kiso Joshinaka lamentaba separse de la señora Matsudono. He abandonado toda esperanza sobre nuestro futuro común en este momento, y (atenta a su ejemplo) he resuelto dar el último paso mientras todavía vives. Te estaré esperando al final de lo que llaman el camino hacia la muerte. Rezo para que nunca, nunca olvides la gran recompensa, profunda como el océano, alta como las montañas, que nos ha sido concedida durante tantos años por nuestro señor, el príncipe Hideyori.

Al señor Shigenarimg Gobernador de Nagato,
de su esposa



Traduccion de Vicent Tuset
Ilustracion: Acuarela China

jueves, 17 de diciembre de 2009

Dos cartas tumultuosas de Henry Miller a Anaïs Nin



«... Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada...»

Queridísima Anain:


Terriblemente, terriblemente vivo, afligido, absolutamente consciente de que te necesito. He de verte, te veo brillante y maravillosa y al mismo tiempo le he escrito a June y me siento desgarrado, pero tú lo entenderás, debes entenderlo. Anais, no te apartes de mí. me envuelves como una llama brillante. Anais, por Dios, si supieras lo que siento en este momento. Quiero conocerte mejor. Te quiero. Te quise cuando viniste a sentarte en mi cama -esa segunda tarde fue toda como una cálida neblina- y de nuevo oigo cómo pronuncias mi nombre, con ese extraño acento tuyo. Despiertas en mí tal mezcla de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Ven a mí, aproxímate a mí, será de lo más hermoso, te lo prometo. No sabes cuánto me gusta tu franqueza, es casi humildad. Sería incapaz de oponerme a ella. Esta noche he pensado que debería estar casado con una mujer como tú. O es que el amor, al principio inspira siempre esos pensamientos?. No temo que quieras herirme. Veo que tú también posees fuerza, de distinto orden, más escurridiza. No, no te romperás. Dije muchas tonterias sobre tu fragilidad. Siempre he sentido un poco de vergüenza, pero la última vez menos. Acabará desapareciendo toda.


June


Tienes un sentido del humor delicioso; lo adoro. Quiero verte reir siempre. Te lo mereces. He pensado en sitios a donde deberíamos ir juntos, sitios oscuros, aquí y allí, en París, por el simple hecho de decir "aquí vine con Anaïs", "aquí comimos, bailamos o nos emborrachamos juntos".
Ay!, verte borracha alguna vez, qué privilegio!, casi me da miedo de proponértelo
; pero Anais, cuando pienso cómo aprietas contra mí, cuán ansiosamente abres las piernas y qué humeda estás, Dios, me vuelvo loco de pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer.
Pienso que si he de pasar todo el fin de semana sin verte, resultará intolerable. Si es preciso, iré a Versailles el domingo - lo que sea, pero he de verte. No temas tratarme con frialdad. Me bastará con estar cerca de ti, con mirarte admirado. Te quiero, eso es todo.






 




(Esta carta fue remitida a Anaïs por Henry Miller cuando éste todavía no era un fenómeno editorial)



***





«... Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo....»


Anaïs Nin
Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado… No sé cual de las dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo.
No sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello. Eres realmente fuerte. Me gusta incluso tu engaño, tu traición. Me parece aristocrático (¿suena inapropiada la palabra aristocrático en mi boca?).
Sí, Anaïs, pensaba en como traicionarte, pero no puedo. Te deseo. Quiero desnudarte, vulgarizarte un poco… no sé, ay, lo que me digo. Estoy un poco bebido porque tú no te encuentras aquí. Me gustaría dar una palmada y Voilà, ¡Anaïs! Quiero que seas mía, usarte, follarte, enseñarte cosas. No, no siento aprecio por ti, ¡no lo permita Dios! Tal vez quiera hasta humillarte un poco, ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué no me arrodillo ante ti y te adoro? No puedo, te amo alegremente ¿Te gusta eso? Y querida Anaïs, soy tantas cosas. Ves solamente las cosas buenas ahora, o al menos eso es lo que me haces creer. Quiero tenerte al menos un día entero conmigo. Quiero ir a sitios contigo, poseerte. No sabes lo insaciable que soy, ni lo miserable, además de egoísta.
Me he portado bien contigo. Pero te advierto, no soy ningún ángel. Pienso principalmente que estoy un poco borracho. Me voy a la cama; resulta demasiado doloroso permanecer despierto. Soy insaciable. Te pediré que hagas lo imposible. No sé lo que es. Probablemente tú me lo dirás. Eres más rápida que yo. Me encanta tu coño, Anaïs, me vuelve loco. Y tu manera de pronunciar mi nombre. ¡Dios mío, parece irreal! Escucha, estoy muy ebrio. No soporto estar aquí solo. Te necesito. ¿Puedo pedírtelo todo? Puedo ¿Verdad? Ven enseguida y fóllame. Descarga conmigo.
Rodéame con las piernas. Caliéntame...



Fuente:  
Henry y June. Anaïs Nin 
(Diario íntimo)





CARTAS A ANAIS NIN

Dos cartas tumultuosas de Henry Miller a Anaïs Nin

Carta de despedida de Henry Miller a Anaïs Nin


CARTAS A BRENDA VENUS

Primera carta de Henry Miller a Brenda Venus...

Segunda Carta de Henry Miller a Brenda Venus

Tercera carta de Henry Miller a Brenda Venus

Carta cuarta de Henry Miller a Brenda Venus

Quinta carta de Henry Miller a Brenda Venus

 




Otras



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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Carta de Gandhi a Adolf Hitler

«... En la táctica no violenta, como he dicho, no existe la derrota. Todo es "Vencer o morir" sin matar ni hacer daño ...»


24 de diciembre de 1940

Algunos amigos me han instado a escribirle en nombre de la humanidad. Pero me he resistido a su petición, porque me parecía que una carta mía sería una impertinencia. Con todo, algo me dice que no tengo nada que calcular para hacer un llamiento por todo cuanto merezca la pena.

Está muy claro que es usted hoy la única persona en el mundo que puede impedir una guerra que podría reducir a la humanidad al estado salvaje. ¿Tiene usted que pagar ese precio por un objetivo, por muy digno que pueda parecerle? ¿Querrá escuchar el llamamiento de una persona que ha evitado deliberadamente el método de la guerra, no sin considerable éxito? De todos modos, cuento de antemano con su perdón si he cometido un error al escribirle.

Yo no tengo enemigos. Mi ocupación en la vida durante los últimos treinta y tres años ha sido ganarme la amistad de toda la humanidad confraternizando con los seres humanos, sin tener en cuenta la raza, el color o la religión.

Espero que tenga usted el tiempo y el deseo de saber cómo considera sus actos una buena parte de la humanidad que vive bajo la influencia de esa doctrina de la amistad universal. Sus escritos y pronunciamientos y los de sus amigos y admiradores no dejan lugar a dudas de que muchos de sus actos son monstruosos e impropios de la dignidad humana, especialmente en la estimación de personas que, como yo, creen en la amistad universal. Me refiero a actos como la humillación de Checoslovaquia, la violación de Polonia y el hundimientode Dinamarca. Soy consciente de que su visión de la vida considera virtuosos tales actos de expoliación. Pero desde la infancia se nos ha enseñado a verlos como actos degradantes para la humanidad. Por eso no podemos desear el éxito de sus armas.

Pero la nuestra es una posición única. Resistimos al imperialismo británico no menos que al nazismo. Si hay alguna diferencia, será muy pequeña. Una quinta parte de la raza humana ha sido aplastada bajo la bota británica empleando medios que no superan el menor examen. Ahora bien, nuestra resistencia no significa daño para el pueblo británico. Tratamos de convertirlos, no de derrotarlos en el campo de batalla. La nuestra es una rebelión no armada contra el gobierno británico. Pero los convirtamos o no, estamos totalmente decididos a conseguir que su gobierno sea imposible mediante la no colaboración no violenta. Es un método invencible por naturaleza. Se basa en el conocimiento de que ningún expoliador puede lograr sus fines sin un cierto grado de colaboración, voluntaria u obligatoria, por parte de la víctima. Nuestros gobernantes pueden poseer nuestra tierra y nuestros cuerpos, pero no nuestras almas. Pueden tener lo primero sólo si destruyen por completo a todos los indios: hombres, mujeres y niños. Es cierto que no todos podrán llegar a tal grado de heroísmo, y que una buena dosis de temor puede doblegar la revolución; pero eso es irrelevante. Pues si en la India hay un número suficiente de hombres y mujeres que están dispuestos, sin ninguna mala voluntad contra los expoliadores, a entregar sus vidas antes que doblar la rodilla ante ellos, habrán mostrado el camino hacia la libertad de la tiranía de la violencia. Le pido que me crea cuando digo que encontrará usted un inesperado número de tales hombres y mujeres en la India. Durante los últimos veinte años han estado formándose para ello.

Durante el último medio siglo hemos estado intentando liberarnos del gobierno británico. El movimiento por la independencia no ha sido nunca tan fuerte como ahora. El Congreso Nacional Indio, que es la organización política más poderosa, está tratando de conseguir este fin. Hemos logrado un éxito muy apreciable por medio del esfuerzo no violento. Estamos buscando los medios correctos para combatir la violencia más organizada en el mundo, representada por el poder británico. Usted le ha desafiado. Ahora queda por ver cuál es el mejor organizado: el alemán o el británico. Sabemos lo que la bota británica significa para nosotros y las razas no europeas del mundo. Pero nunca desearíamos poner fin al gobierno británico con la ayuda de Alemania. En la no violencia hemos encontrado una fuerza que, si está organizada, sin duda alguna puede enfrentarse a una combinación de todas las fuerzas más violentas del mundo. En la táctica no violenta, como he dicho, no existe la derrota. Todo es «Vencer o morir» sin matar ni hacer daño. Se puede usar prácticamente sin dinero y, claro está, sin la ayuda de la ciencia de la destrucción que tanto han perfeccionado ustedes.
Me asombra que no perciba usted que esa ciencia no es monopolio de nadie. Si no son los ingleses, será otra potencia la que ciertamente mejorará el método y les vencerá con sus propias armas. Además, no está dejando a su pueblo un legado del que pueda sentirse orgulloso, pues no hay posibilidad de orgullo en tener que de recitar una larga lista de crueldades, por muy hábilmente que hayan sido planeadas.

Por consiguiente, apelo a usted, en nombre de la humanidad, para que detenga la guerra. No perderá nada si pone todos los asuntos en litigio entre usted y Gran Bretaña en manos de un tribunal internacional elegido de común acuerdo. Si tiene éxito en la guerra, ello no probará que usted tenía razón. Sólo probará que su poder de destrucción era mayor. Por el contrario, una sentencia de un tribunal imparcial mostrará, en la medida en que es humanamente posible, cuál de las partes tenía razón.

Sepa que, no hace mucho tiempo, hice un llamamiento a todos los ingleses para que aceptaran mi método de resistencia no violenta. Lo hice porque los ingleses saben que soy un amigo, pese a ser un rebelde. Soy un desconocido para usted y para su pueblo. No tengo coraje suficiente para hacerle el llamamiento que hice a todos los ingleses, aunque lo aplique con la misma fuerza a usted que a los británicos.

Durante esta estación, cuando los corazones de los pueblos de Europa ansían la paz, hemos suspendido incluso nuestra pacífica lucha. ¿Es demasiado pedir que haga un esfuerzo por la paz en un tiempo que tal vez no signifique nada para usted personalmente, pero que significa mucho para los millones de europeos cuyo mudo grito de paz oigo, pues mis oídos pueden escuchar la voz de millones de personas mudas?

***







No está claro, pero parece ser que la carta fue requisado por los servicios secretos británicos, y que nunca llegó a su destino. Sus palabras ponen en evidencia, en todo caso, las presuntas connivencias entre ambos personajes destacadas por algunos historiadores.