martes, 28 de febrero de 2012

Carta a su hermana (o) de un soldado alemán desde el frente de Stalingrado









"Es bueno que papá y mamá no sepan que Hermann y yo nunca volveremos a casa..."

 
...Hoy hablé con Hermann. Está al sur del frente. A unos cientos de metros de mí. No queda mucho de su regimiento. Pero el hijo de B. el panadero todavía está con él. Hermann aún tenía la carta en la que nos contabas la muerte de papá y mamá. Le hablé una vez más, por ser el hermano mayor, e intenté consolarle, aunque yo también estoy al límite. Es bueno que papá y mamá no sepan que Hermann y yo nunca volveremos a casa. Es muy duro el que tengas que cargar con el peso de cuatro personas muertas a lo largo de toda tu vida.
...Yo quería ser teólogo, papá quería tener una casa, y Hermann quería construir fuentes. Nada ha salido como debiera. Tú sabes como está la cosa en casa, y nosotros sabemos demasiado bien lo que está pasando aquí. No, la verdad es que esas cosas que planeamos no han salido como imaginábamos. Nuestros padres están enterrados bajo las ruinas de su casa, y nosotros, aunque suene irónico, estamos enterrados con unos cientos o más de hombres en una trinchera en la parte sur de la bolsa. Y pronto, estas trincheras estarán llenas de nieve....





























***


Antony Reevor,
 Las últimas cartas de Stalingrado,
Destino, 1963.
Muchos soldados alemanes escribieron cartas a sus familiares y amigos durante el largo y trágico asedio de Stalingrado, en las que relataban las condiciones dantescas en las que vivían y su premonición de una muerte cercana.Cuando el último avión despegó de la ciudad en enero de 1943, llevaba siete enormes sacas de cartas que nunca fueron entregadas, porque rezumaban desmoralización y críticas al Reich. Todas ellas aparecieron después, en 1954, y fueron publicadas en 1958 por Einaudi en el volumen Cartas desde Stalingrado. Volvió a hacerse otra edición en 1963, Las últimas cartas de Stalingrado, a cargo de la editorial Destino. Las cartas que editamos han sido recogidas del blog Cartas desde el frente. Y las hemos ilustrado con Imágines de la segunda guerra mundial.








lunes, 27 de febrero de 2012

Carta de Concha García a Carlos Morales



"Nos sentamos uno enfrente del otro. Tus ojos llenos de curiosidad , sólo recuerdo eso. Supongo que hablamos y hablamos de muchas cosas, ¿dónde están aquellas conversaciones? ¿y aquellas bocas jóvenes de las que creíamos que salían verdaderos momentos sagrados?"...



Querido Carlos,

Te escribo desde la pequeña ciudad de Atlántida, muy cerca de Montevideo, donde,  por fin,  he podido establecerme durante largas temporadas. En esta población dispongo de más tiempo que en Barcelona, quizás porque todo es mucho más fácil. Quiero decir que tanto el paisaje como la gente,  parecemos encajar en el lugar donde estamos y nada se violenta. Lo que allí, en la ciudad de Barcelona, eran prisas y malestar, aquí se convierte en un rito acompañado de cierto placer,  el hecho de salir a la calle.
Mi casa tiene una sola planta y está rodeada de un pequeño jardín donde crecen ceibos y jazmines. En un ángulo he plantado hierbas aromáticas por el mero placer de olerlas, aunque aquí, cerca del mar, no acaban de enraizarse. Necesitan otras latitudes para fortalecerse  -como algunas personas-. Varias veces me habría gustado compartir este lugar con poetas amigos, pero cada vez quedan menos. Tú eres especial, aunque nunca hayamos compartido la misma ciudad, siempre has estado cerca.
Recuerdo el día que nos conocimos después de una lectura poética en Madrid. No recuerdo bien a los demás. Estabas alegre y encendido, había un deseo de hacer cosas que nunca se separó de ti, desde la dirección de la colección de poesía El toro de barro”, hasta la voluntad de formar parte en diversos proyectos poéticos. Ahora mismo tengo ante mí  algunos ejemplares de tu colección de poesía. Entra una luz muy azul que inunda mi estancia de briznas impalpables.
Recuerdo también el día que me pediste que escribiera algo para aquella colección de poesía que dirigías con tanto cuidado y amor: Cuadernos del Mediterráneo.  Número 26, Cuenca, 2002. Han pasado diez años, Carlos. Certeza, contenía poemas inéditos que apuntaban hacia donde iba a ir mi poesía poco después, y es que la escritura, como sabes, des-vela,     incluso, y aunque no me guste mucho esa expresión, des-territorializa.  Lejanía se titulaba uno de los poemas. Terminaba con estos versos: Y te levantas zarandeando/ parte de las sábanas/ porque hay un polvillo/ todavía incrustado/ en el reflejo/ de la tela.   El recorrido de los sueños marca una ruta valiosa solo para nosotros. Son tantas las enseñanzas de la poesía que no pueden de ninguna manera ordenarse en libro alguno. Y eso siempre lo hemos sabido.
 La segunda  vez que nos vimos también fue en Madrid. Tu barba nunca ha faltado en tu rostro; no te imagino sin ella. Un joven atento en compañía de otra mujer. Un bar y muchas personas conocidas después de una lectura poética, en aquel Madrid de los noventa.   Nos sentamos uno enfrente del otro. Tus ojos llenos de curiosidad , sólo recuerdo eso. Supongo que hablamos y hablamos de muchas cosas, ¿dónde están aquellas conversaciones? ¿y aquellas bocas jóvenes de las que creíamos que salían verdaderos momentos sagrados?  El paso del tiempo nos deja el polvillo del que hablo en el poema y a veces este brilla un instante y nos traslada un presente de antes.
Carlos, ¿recuerdas la noche que cenamos, con otros poetas, en un restaurante de Barcelona? Estabas cerca, no al lado. Te vi un poco más triste. Tu barba siempre contigo, me retrotrajo a una escena de película antigua. Eras un hombre que acababas de llegar a otro continente y mirabas maravillado la lejanía. De alguna manera,  Carlos, nosotros ya habíamos coincidido en otro momento y te reconocí en aquella cena. ¿Locura? No son los grandes acontecimientos del exterior los que hacen virar nuestra existencia, sino los pequeños momentos, intuitivos, veloces como los sueños. Como escribía mi admirado Deleuze, uno se ha vuelto como todo el mundo, pero precisamente ha hecho de ese todo-el-mundo, un devenir imperceptible, clandestino.  Y no somos todo el mundo. Somos nosotros que hemos coincidido en este lugar y este tiempo de nuevo.

Escucho el tronar de una tormenta que se avecina. 
El tiempo es muy cambiante en esta zona cerca de Montevideo, Aquí son muy densas y te impresionaría el juego de luces que forman las nubes cuando está a punto de estallar.   Otro de los poemas que publicaste se titulaba Sucedió

Conmigo. Y el resto
de este cielo quebrado
entre un sol y otro astro.
Mucho más lejos
la vista acapara
el pequeño porvenir
de los pliegues que la ladera
dibuja. Como si el paso
de este tiempo
fuera exactamente
el tiempo.    

Y así ha sucedido. Tú en Tarancón, cerca de Cuenca; yo en el Río de la Plata. En el salón de mi casa convoco a veces a amigos para tomar un asado y leer poemas. Aquí la poesía está muy presente y en todas partes. Espero que vengas algún día no muy lejano a verme. Me despido de ti mirando hacia la lejana consistencia del agua, hoy más azul que nunca.

Concha                                                                                                             


***


Nacida en La Rambla (Córdoba) en 1956, vive en Barcelona desde su infancia. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, es miembro fundador del Aula de Poesía de Barcelona y de la Asociación Mujeres y Letras, cuyo objetivo fundamental es dar a conocer la obra de mujeres poetas. Colabora como crítica literaria en el suplemento cultural del diario Avui y también en ABC Cultural. Sus trabajos sobre poesía se han publicado en revistas como Ínsula, Revista de la Universidad de México, Taifa, Zurgai y Cuadernos Hispanoamericanos. También codirige la revista de literatura Ficciones. Ha publicado los siguientes poemarios: por mi no arderán los quicios ni se quemarán las teas; Premio de poesía Aula Negra (Universidad de León, 1984); Otra ley (Valencia, Ed. Víctor Orenga, 1987); Ya nada es rito, Primer premio de poesía Barcarola (Albacete, 1988); Desdén (Madrid, Ediciones Libertarias, 1990); Pormenor, Madrid, Ediciones Libertarias, 1992); Ayer y calles, Primer premio Gil de Biedma (Visor, 1995); Cuántas llaves (Barcelona, Icaria, 1998); Árboles que ya florecerán (Montblanc, Igitur, 2001), y la novela Miamor.doc (Barcelona, Plaza y Janés, DeBolsillo, noviembre 2001). Su obra figura en diversas antologías en castellano (Conversaciones y poemas, Madrid, Siglo XXI, 1991; La prueba del nueve, Madrid, Cátedra, 1994; Ellas tienen la palabra, Madrid, Hiperión, 1994; Historia de la literatura española, Crítica, Madrid, 2000) y también extranjeras: Poesia espanhola de agora, editada por Joaquín Manuel Magalhaes (Lisboa, Relógio d’Agua Editores, 1997), Agenda. An Anthology of Spanish Poetry, vol. 35. 2, Londres, 1997; Antologia della poesia spagnola dal 1961 ad oggi (Cittadella, Italia, Nove Amadeus Edizioni, 1996), Sette poeti spagnoli d’oggi (Emilio Coco, traductor. San Marco in Lamis, FG, Italia, de Carolis, 2001). 


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

sábado, 25 de febrero de 2012

Carta de Frida Kalo a Carlos Noyola Fuentes

 Frida Khalo y Chavela Vargas, en Cartas en la Noche. Ediciones El toro de Barro. Libro recomendado: Noches dantescas, de Carlos Edmundo de Ory. 
Frida en la playa





 Frida Khalo y Chavela Vargas, en Cartas en la Noche. Ediciones El toro de Barro. Libro recomendado: Noches dantescas, de Carlos Edmundo de Ory.
Carlos:

Hoy conocí a Chavela Vargas
Extraordinaria, lesbiana, es mas
se me antojo Eroticamente,
no se si ella sintio lo que
yo, pero creo que es una
mujer lo Bastante liberal
que si me lo pide no
dudaria un segundo en
desnudarme ante ella
cuantas veces no se te
antojo un acoston y ya.
Ella repito es erotica.
acaso es un regalo que
el cielo me envia.
Frida K






Enlaces relacionados




Grandes Obras de 
El Toro de Barro

PVP: 8 euros
Pedidos a:
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Puedes entrar. He dejado la puerta
abierta, la luz, la calefacción
encendidas. Hay un poco de vino
en la alacena, el café está reciente
por si me demoro y te vence el sueño.
Acaso estés aquí cuando regrese,
arropada en el sofá con mi manta
de viaje, reconfortada, quizá
complacida del mundo en su belleza,
sabiendo que hay una técnica pura
en esta maravilla de estar vivo.
Y si no estás, bendito sea el tiempo
en que estuviste. Sólo he de abrir
los postigos para que fluya el agua
llovida en la memoria. La luz, pronto,
dejará en las paredes una sombra
que llamará en sus labios con tu nombre,
contenta de estar en casa de nuevo.

 

 


 Frida Khalo y Chavela Vargas, en Cartas en la Noche. Ediciones El toro de Barro. Libro recomendado: Noches dantescas, de Carlos Edmundo de Ory.
Chavela Vargas

***

 
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El Toro de Barro

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Puedes entrar. He dejado la puerta
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en la alacena, el café está reciente
por si me demoro y te vence el sueño.
Acaso estés aquí cuando regrese,
arropada en el sofá con mi manta
de viaje, reconfortada, quizá
complacida del mundo en su belleza,
sabiendo que hay una técnica pura
en esta maravilla de estar vivo.
Y si no estás, bendito sea el tiempo
en que estuviste. Sólo he de abrir
los postigos para que fluya el agua
llovida en la memoria. La luz, pronto,
dejará en las paredes una sombra
que llamará en sus labios con tu nombre,
contenta de estar en casa de nuevo.

 

 


  







miércoles, 22 de febrero de 2012

Carta a Urbi de Enzia Verduchi...Las violetas son para el invierno...







"Mientras escribo, escucho tu llave girar en la cerradura, me percato que amo al que conocí, amo al que estoy conociendo y entra en la casa."


Urbi:
Esta mañana regué las plantas de la casa, observé cómo en algunas macetas han brotado hojitas minúsculas que alegre y desesperadamente buscan la luz. Como un milagro, las violetas florecen en invierno. Luego, a sorbitos, empecé a tomar el café y recordé que me esperaban cuartillas por corregir. Tomé el plumín rojo. Mi intención era retomar la cotidianidad, ser la persona de hace un mes, inútil. Soy como las violetas en medio del frío, tras la ventana, los botones asoman lentamente a través de los días y despuntan en tonalidades cárdenas, rosas y granas. 



Con el plumín en una mano y un cigarro en la otra, empecé a leer, a revisar las trescientas y tantas planas… ¿Sabías que el cuerpo humano aproximadamente tiene 650 músculos?, ¿y en un beso se utilizan sólo 34? Por supuesto me refiero a esos besos con los que te sube la presión sanguínea y el pulso se acelera a 150 pulsaciones, eso es lo que indica el libro de fisiología que estoy revisando. El músculo orbicularis oris es el más importante para besar. 




Pienso en el póster de “El beso” de Robert Doisneau que tenemos colgado en la habitación. Doisneau retrató la perfecta utilización de 34 músculos, inmortalizó el orbicularis oris. Hace unos años me enteré que fue una puesta en escena del fotógrafo para la revista America’s Life, esa imagen es tan bella que qué importa. Deberíamos tener esa imagen en nuestras casas, en la oficina o llevarla en la cartera. Con el tiempo las parejas se besan menos y, sin embargo, gente que apenas conoces te orilla instintivamente para que la beses en la mejilla. Es una convención social que no entiendo. El beso es el inicio de todo, el principio de la intimidad y el deseo, cuando buscas con apremio rozar los labios y la piel del otro. El beso lleva a la caricia. 


¿Te besé en la mejilla cuando nos conocimos? Estoy casi segura que no. Sabemos que la capacidad de la memoria es relativa, que tus cien mil millones de neuronas y cien billones de interconexiones pueden disentir o conciliar con las mías sobre un momento preciso, una misma experiencia compartida. La certeza es que hemos sido amigos de tantas maneras, hemos reído, guardado silencio y abrazado en momentos cruciales. Es extraño pero la vida nos une en momentos decisivos, con naturalidad volvemos a una conversación donde la última frase se verbalizó unos años antes, volvemos, quizá con distinta madurez, bordando nuestra complicidad. 








Quisiera recordar todo tal cual sucedió-sucede, Urbi, persistir en la premura del primer beso, la suavidad de la primera caricia. El olor de tu nuca en la funda de la almohada, el modo de tomar la taza del café, las maneras de acomodarte en el sillón cuando lees, esa forma peculiar de decirme: “Ven…”. Mientras escribo esta carta, me percato nuevamente de que las violetas han floreado en invierno sin evocar la alegoría de la primavera y no por ello el color de sus pétalos son menos intensos y su forma perfecta. Mientras escribo, escucho tu llave girar en la cerradura, me percato que amo al que conocí, amo al que estoy conociendo y entra en la casa.



Enzia 


***



Aunque nació en Italia, la poeta y editora Enzia Verduchi (Roma, 1967) reside en México desde los cinco años. Estudió Periodismo y Ciencias de la Comunicación en el Instituto Campechano. En 2004 entro a formar parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Ha colaborado en distintas revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Obtuvo en 1992 el Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta. Entre su obra destacan Cartas de usurpación (UNAM, 1992) y El bosque de la hormiga (Ediciones sin Nombre, 2002).





Fuentes: Milenio





Carta de Tomas Moro a Pedro Gilles







Mi querido Pedro Gilles:
Mucho que me avergüenza enviarte, con el retraso de casi un año, este librito sobre la república utopiana. Sin duda lo esperabas en el plazo de seis semanas. Sabías, en efecto, que no me quedaba nada por inventar ni ordenar en esta obra. Sólo me faltaba redactar lo que tú y yo juntos habíamos oído de labios de Rafael.
No había tampoco razón alguna para pulir el estilo. Primero, porque era imposible reproducir la palabra de un hombre que repentizaba e improvisaba. Y después, lo sabéis muy bien, porque su léxico era más bien el de un hombre menos versado en latín que en griego. Mi única preocupación era y sigue siendo que cuanto más me acercase en el decir a su descuidada naturalidad, más cercano estaría a la verdad.
Confesaré, pues, mi querido Pedro, que después de todos estos preparativos ya no me quedaba casi nada por hacer. No ignoras que la invención del tema y su disposición son suficientes para ocupar el tiempo y la dedicación de cualquier espíritu brillante e ilustrado. Si además hubiera de añadir la elegancia al rigor del lenguaje, te confieso que jamás habría rematado mi intento, por mucho tiempo y dedicación que te hubiere consagrado.
Libre ya de estas tensiones que tanto hacen sudar, era mínimo lo que me quedaba. No tenía, pues, dificultad alguna para escribir con sencillez lo oído. Y sin embargo, todas las demás cosas parecen conjurarse para no dejarme un momento, ni siquiera un momento cuando trato de acabar este asuntillo. No hay día que no tenga que defender pleitos o asistir -a ellos.
Unas veces hago de árbitro, otras las resuelvo como juez. Visito a unos y a otros tanto por compromisos como en función de mi cargo. Paso casi toda la jornada fuera de casa. Y el resto lo dedico a los míos, sin que para mí, es decir, para mis aficiones literarias, me quede nada.
Una vez vuelto a casa hay que hablar con la mujer, hacer gracias a los hijos, cambiar impresiones con los criados. Todo ello forma parte de mi vida, cuando hay que hacerlo, y hay que hacerlo a no ser que quieras ser extraño en tu propia casa. Hay que entregarse a aquellos que la naturaleza, el destino o uno mismo ha elegido como compañeros. Y te has de comportar con la mayor amabilidad, atento siempre a no corromperlos por una excesiva familiaridad. Y, si de criados se trata, evitar que una demasiada indulgencia, los convierta en señores.
Así discurren los días, los meses, los años. ¿Cuándo, pues, escribir? Y hazte cuenta que no he mencionado el sueño, ni siquiera la comida, que para muchos consume tanto tiempo como el sueño. ¡Y éste roba casi la mitad de la vida!
En cuanto a mí, sólo dispongo del tiempo que hurto al sueño y a la comida. Y esto, que aunque poco, es algo, ha hecho que terminara al fin Utopía. Ahí te la envío, mi querido Pedro, para que la leas y me digas si algo se me ha pasado por alto, Pues aunque sobre este punto no desconfío totalmente de mí -ojalá tuviera algún talento y saber, pues memoria no me falta- no llego, sin embargo, a creer que no se me haya podido escapar algo.
Mi paje Juan Clemente me ha dejado muy perplejo. (Sabes, en efecto, que él también asistió a la conversación. No consiento que esté ausente de una conversación de la que puede sacar algún provecho. Pues de este tallo de trigo todavía verde en las letras griegas y latinas, me prometo algún día una cosecha extremadamente hermosa.) Creo recordar que Hitlodeo nos dijo que el puente de Amaurota, que atraviesa el río Anhidro, tenía quinientos pasos de largo. Mi paje Juan pretende que hay que quitar doscientos, pues la anchura del ríoen este lugar no pasa de los trescientos. Recuerda este detalle, por favor. Pues si tú estás de acuerdo con él, yo me plegaré a vosotros y reconoceré haberme equivocado. Pero si no te acuerdas ya de nada, me atendré a mi primera redacción, que me parece más conforme a lo que yo recuerdo. Trataré con todas mis fuerzas de evitar que el libro diga algo falso. Por tanto, caso de dudar en algún punto, prefiero decir una mentira a mentir, pues prefiero ser honrado u honesto a prudente. De todos modos, no será difícil poner remedio, si se lo preguntas a Rafael, bien de viva voz -si todavía está por ahí-, bien por carta. -Y harás bien en hacerlo, a causa de cualquier otro detalle, y que ignoro si su falta se debe a mí, a ti o a Rafael. No se nos ocurrió preguntar, ni Rafael pensó en decírnoslo, en qué parte del Nuevo Mundo está situada Utopía. Daría mi modesta fortuna para que no se produjera tal omisión.
Y me avergüenza no saber en qué mar se encuentra una isla sobre la que doy tantos detalles. Pues varias personas de estos pagos -y sobre todo un hombre piadosísimo, teólogo de profesión- arden en deseos de dirigirse a Utopía. Les arrastra no una vana curiosidad de ver cosas nuevas, sino el deseo de despertar nuestra religión que tan buenos comienzos tuvo allí. Para proceder canónicamente, este nuestro teólogo pidió del Pontífice ser enviado y nombrado obispo de los Utopianos. No se paró en barras ante el escrúpulo de solicitar para sí mismo este episcopado. Considera como una santa ambición un proyecto nacido no del deseo de honores o de riquezas, sino de una profunda piedad.
Por todo esto, te ruego, mi querido Pedro, insistas ante Hitlodeo, sea de viva voz, si lo puedes hacer fácilmente, sea por escrito, si está ausente, para que por todos los medios, mi obra no contenga error alguno, ni le falte nada de verdad. Me pregunto incluso si no seríaútil presentarle el libro. Nadie más indicado que él para realizar las correcciones pertinentes. Y sólo podrá hacerlo leyendo lo que he escrito. Por ello, podrás saber además si le agrada mi idea, o si no ve con buenos ojos el que yo haya escrito esta obra. Quiero decir que si se ha decidido a escribir la historia de sus aventuras, quizás no quiera -y yo tampoco lo querría- que yo divulgue los secretos de la república de los utopianos o que estropee su historia privándose de la gloria que reporta la novedad.
Aunque, a decir verdad, ni yo mismo estoy muy seguro de quererla publicar. Pues los paladares de los mortales son tan distintos, sus molieras tan torpes, los espíritus tan desagradecidos y los juicios tan absurdos, que no me parece descaminado imitar a aquellos que mantienen su buen humor y su sonrisa abandonándose a su inclinación natural. Seria mejor que imitar a los que se molestan por publicar algo que pueda ser útil o agradable a seres ingratos y que no se contentan con nada.
La mayoría no conoce la literatura, y muchos la desprecian. El bárbaro rechaza como difícil lo que no es totalmente bárbaro.
Los sabihondos desprecian como vulgar lo que no está sembrado de arcaísmos. A algunos sólo les gustan las obras clásicas, y, a la mayor parte, las suyas propias. Este es tan sombrío que no admite bromas; aquél tan insulso que carece del sentido del humor. Los hay tan tomos que huyen -cual perro rabioso del agua- de todo lo que sabe a humor. Otros son tan inestables que su juicio cambia de estar sentados a estar de pie.
Estos se sientan en las tabernas, y entre vaso y vaso emiten sus juicios sobre el talento de los escritores. Desde lo alto de su autoridad y a su antojo los condenan y dan tirones a sus escritos, como si les tiraran del cabello. Mientras tanto, ellos están bien resguardados y, como dice el proverbio, «fuera de, tiro». Pues estos hombres tienen la piel tan fina y tan afeitada que no les queda ni un pelo por donde se les pueda coger.
Hay, finalmente, seres tan desagradecidos que aunque la obra les deleite mucho, su autor les deja indiferentes. Se parecen a esos invitados mal educados, que, después de haber comido opíparamente, se van de casa hartos sin dar las gracias a su anfitrión. ¡Y ahora disponte a preparar un banquete a tus expensas para gente con un paladar tan delicado, de sustos tan variados, y de corazón tan sensible a la gratitud y al recuerdo de las atenciones!
De todos modos, mi querido Pedro, trata con Hitlodeo lo que te acabo de decir. Tendremos tiempo después para revisar este proyecto. Aunque se hará, si este es su deseo, y, aunque tarde lo veo ahora, tenga que morir por el trabajo de redactarlo. Por lo que respecta a editarlo, seguiré el consejo de los amigos, y sobre todo el tuyo.
Adiós, queridísimo Pedro Gilles. Mis mejores deseos para ti y tu excelente esposa. Quiéreme como me quieres, pues mi cariño por ti es mayor cada día.