Colección Felipe Sérvulo
" Sólo te pierdo en la derrota. Me apasionas y te busco. / No te encuentro nada más / que en los recuerdos...."
Ella me mira en la distancia. Es joven, muy joven y guapa, tiene los ojos grandes y la armonía de su semblante inspira ternura. Sonríe levemente, casi con timidez (pienso) y sus labios entreabiertos parecen que vayan a preguntarme algo que nunca tendrá respuesta.
Me doy cuenta que lleva puesta una estrecha cinta en el pelo y sus cabellos forman una lacia y larga melena, con raya en medio, que le llega a la altura de los hombros. Tiene, también, un hoyuelo en la barbilla, que hace a las personas guapas como ella, más graciosas.
Sé que se llama María “queridísima e inolvidable María” y que su amado se llama Fortunato, nombre que quizás, desde nuestro absurdo egocentrismo, nos parece divertido, pero que, seguro a ella, le debe parecer digno y apropiado, pues es el nombre de la persona a la que quiere.
Fortunato le dice a María, que no va a poder estar con ella el día de fin de año lo que, lógicamente, le produce desasosiego y dolor, “pues te quiero mucho, demasiado para ser posible. Si supieras cuan triste estoy al ver que estamos separados y no puedo decirte de palabra lo que mi corazón siente precisamente el día en que tú, tal vez, dejando a un lado las tristezas parezca que estás alegre, junto a los tuyos. Cuanta es mi pena y que grande es mi deseo de que llegue la hora y el día en que estés conmigo. Poco me queda decirte, sino que mi corazón experimenta un gran alivio cuando te mando mis recuerdos y quiero repetirte hoy una vez más que ni en un solo momento tu imagen querida se aparta de mi imaginación”.
Miro a hurtadillas a María y de pronto me doy cuenta de la tristeza infinita que le embarga. Estoy seguro de que siente cerca, a pesar de la distancia, a Fortunato y no sé por qué, pero quiero creer que lo está evocando.
(Existes. Porque veo el rayo inacabable de tus ojos. / Y sé de tus oráculos. / De cuando invades la penumbra e iluminas la ciudad infinita / y me retomas desde un vaho de crisantemos /.
Promiscuo sabor a ti. / A tus ojos como labios. / Me besas si me miras. Festejo la libertad de saberte. / Malvasía en tus palabras. / Malvasía y domingos / en tus silencios. / Sólo te pierdo en la derrota. Me apasionas y te busco. / No te encuentro nada más / que en los recuerdos).
Sigo mirando a María, pero algo me dice en mi interior que no debo de continuar haciéndolo. Que estoy, en cierto modo, violando algo íntimo y sagrado y que debo guardar esas palabras y dejar de mirar a María, de belleza sosegada, intemporal e ingenua. De sonrisa triste, lejana y color sepia.
Antes de guardar la carta y la foto, miro la fecha en el desvaído matasellos del sobre, entonces noto un hormigueo en el estómago: Barcelona, treinta de diciembre de 1903.
Me doy cuenta que lleva puesta una estrecha cinta en el pelo y sus cabellos forman una lacia y larga melena, con raya en medio, que le llega a la altura de los hombros. Tiene, también, un hoyuelo en la barbilla, que hace a las personas guapas como ella, más graciosas.
Sé que se llama María “queridísima e inolvidable María” y que su amado se llama Fortunato, nombre que quizás, desde nuestro absurdo egocentrismo, nos parece divertido, pero que, seguro a ella, le debe parecer digno y apropiado, pues es el nombre de la persona a la que quiere.
Fortunato le dice a María, que no va a poder estar con ella el día de fin de año lo que, lógicamente, le produce desasosiego y dolor, “pues te quiero mucho, demasiado para ser posible. Si supieras cuan triste estoy al ver que estamos separados y no puedo decirte de palabra lo que mi corazón siente precisamente el día en que tú, tal vez, dejando a un lado las tristezas parezca que estás alegre, junto a los tuyos. Cuanta es mi pena y que grande es mi deseo de que llegue la hora y el día en que estés conmigo. Poco me queda decirte, sino que mi corazón experimenta un gran alivio cuando te mando mis recuerdos y quiero repetirte hoy una vez más que ni en un solo momento tu imagen querida se aparta de mi imaginación”.
Miro a hurtadillas a María y de pronto me doy cuenta de la tristeza infinita que le embarga. Estoy seguro de que siente cerca, a pesar de la distancia, a Fortunato y no sé por qué, pero quiero creer que lo está evocando.
(Existes. Porque veo el rayo inacabable de tus ojos. / Y sé de tus oráculos. / De cuando invades la penumbra e iluminas la ciudad infinita / y me retomas desde un vaho de crisantemos /.
Promiscuo sabor a ti. / A tus ojos como labios. / Me besas si me miras. Festejo la libertad de saberte. / Malvasía en tus palabras. / Malvasía y domingos / en tus silencios. / Sólo te pierdo en la derrota. Me apasionas y te busco. / No te encuentro nada más / que en los recuerdos).
Sigo mirando a María, pero algo me dice en mi interior que no debo de continuar haciéndolo. Que estoy, en cierto modo, violando algo íntimo y sagrado y que debo guardar esas palabras y dejar de mirar a María, de belleza sosegada, intemporal e ingenua. De sonrisa triste, lejana y color sepia.
Antes de guardar la carta y la foto, miro la fecha en el desvaído matasellos del sobre, entonces noto un hormigueo en el estómago: Barcelona, treinta de diciembre de 1903.
Felipe Sérvulo
3 comentarios:
La hermosa huella de un amor.
Un saludo.
Mercedes
Me gusta este estilo epistolar romántico de principios de siglo XX. Realmente se puede imaginar ese color amarillentos de las hojas y su olor a vainilla. De amores de otro tiempo, quizás más verdaderos.
Bellísimo el poema de Felipe Sérvulo, así como las letras que, probablemente en el dorso del retrato,Fortunato le dedica a María y que enredan la imaginación del poeta en la historia que le evoca la contemplación de la foto de la muchacha: ¡Cuánto dice una fotografía a quien la observa! ¡Cuánto de nosotros mismos descubrimos en los ojos del otro! Creemos observar y somos en realidad los observados...
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