Querida Brenda:
La escena que me viene a la mente se repite con frecuencia. Estoy en tu casa mirando tus cuadros. Inmediatamente me ofreces algo de beber. La bebida se nos sube a la cabeza. Vistes una camisa muy fina y transparente. Por encima del ombligo no llevas absolutamente nada.Tus pechos son espléndidos. Tienes el aire de una bailarina. (Como un Degas) Tus piernas son fuertes y hermosas.
De repente me lanzo sobre ti y te arranco la camisa. El pelo negro y copioso de tu sexo me pone de inmediato tenso. Hundo tu mano entre tus muslos y advierto que ya estás húmeda. Pareces muy excitada, dispuesta a hacer lo que sea. No me sorprende. Te conozco desde hace siglos, quiero decir de anteriores encarnaciones. Hemos sido amantes muchas veces. En ocasiones eras prostituta del templo, en la India, en Egipto y en otros países. Siempre eras una mujer para el placer, pero siempre religiosa. Tu religión era siempre el “sexo”, como los actuales practicantes del Tantra. Enseñas a los jóvenes, hombres y mujeres. Para ti es una cuestión artística. Por eso parece ahora que fueras una experta. Sin el menor rubor te acaricias suavemente el coño con la mano derecha.
Entonces…con dos dedos de cada mano abres la hendidura entre tus piernas y me muestras los pequeños labios que tiemblan como un pajarillo. El jugo fluye abundante; tus muslos centellean.Sin decir una palabra pones la mano en mi pantalón y empuñas mi pene (el tronco, si lo prefieres). Tus manos tan fuertes, pero delicadas, juegan con él como si fuese un instrumento musical. Estas sofocada e irresistible. Quiero “jugar” inmediatamente, sobre todo cuando pones tu lengua en mi boca. Después tu boca empieza a lamer suavemente mi sexo. Es difícil permanecer en pie. Afortunadamente está cerca el sofá. Caemos sobre él juntos, boca sobre boca, miembro contra coño. Pero todavía no te he penetrado. ¡Qué caliente estás!. Me llenas de besos. Deseo besarte. Estás entregada. Me agarras el pene y te lo pones entre las piernas. Entra suavemente, lentamente incluso. Tu órgano esta deliciosamente formado. Es angosto y profundo. Me retienes como lo haría un dedo. Naturalmente no puedo aguantarme más. Me voy al igual que tu al mismo tiempo. Permanecemos así durante algunos instantes, entrelazados como serpientes. Trato de librarme pero tu no me lo permites. Me sujetas con tu poderosa musculatura. Al cabo de un rato advierto movimientos en tu interior. Poco a poco empiezo a hincharme. Ahora alzas las piernas y las colocas sobre mis hombros. Estás totalmente abierta y mojada. No cesas de acabar. Tus ojos se dirigen hacia el techo. Me pides que continúe, que no me detenga. Me dices, “cogéme, Henry, cogéme!. Métela hasta la manija. ¡Estoy tan caliente!”. Es la primera vez que utilizas ese lenguaje conmigo. Oírte me vuelve loco. “Dios, dame fuerzas, déjame poder”, me digo a mi mismo, “y te besaré eternamente”. No olvides que te estoy contando una fantasía. No entiendo de dónde salen las fuerzas para darte tan prolongado placer.
Eres insaciable. Haces toda suerte de movimientos y, en ocasiones, gestos que resultan absolutamente delirantes y obscenos. Has perdido la cabeza. Eres sexo y nada más que sexo. Sabiendo que podrías matarme te apartas de mí para que pueda recobrar el aliento. Pero no cesas de acariciarme, especialmente con la lengua. Y tu cuerpo sigue ondulando sobre mí. ¡Me besas como una posesa!.¿Y después qué? ¿qué posición?. Soy yo el que te propone que hagamos el amor como los perros......
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1 comentario:
Henry Miller nos demuestra que el deseo nunca muere, sino hasta el final del día.
Un abrazo
REM
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