martes, 27 de noviembre de 2007

Carta a mí mismo, compartida








«...Trágico sarcasmo que un ser que creó la hermosura con su mirada hubiera de destruirla a continuación con sus propias manos...»



Juan BLANCO




E
n este lado de la mar Océana, las lluvias me trajeron un largo resfrío que me recordó una vez más que he de dejar el tabaco. También las lluvias trajeron una vez más ese olor de tiempo que vuelve y a la vez evidencia que los otros ya no volverán. Pero sigue la vida, sigo a la vida, y llega otro otoño y yo también tengo el dulce amor, la curiosidad y el ímpetu, tengo los árboles y las montañas y las nubes y las estrellas y los gatos y tantas músicas y el revuelto de espárragos con vino joven de Cádiz, pero qué hacer si todos los buenos momentos tienen la anuencia del olvido, el resquemor de la renuncia implícita a romper la baraja. Qué hacer si no es posible ser feliz en este caldero labrado a golpes, si es imposible encontrar en el incendio la paz que otros dicen encontrar, si habría de enterrar el mundo bajo toneladas de sombras, y aún así llegarían los llantos de los dolientes y la enhiesta codicia de los que los hacen doler, y aún si no llegaran, el propio túmulo que los ocultare sería un grito a los cielos, cerrados siempre a cal y canto...


A fin de cuentas, no puedo celebrar más que mi privilegio, y eso no sería digno. Quizá, celebrar el sentir del puro eco de mis pies aún en la tierra cuando todo parece temblar. A lo demás, no hay asidero suficiente, no es posible salir del círculo de la muerte que mata antes y después de llegar, que es convocada aún cuando no es su hora, la muerte innecesaria que corrompe todos los espejos donde se contempla este vano animal enloquecido, este desdichado semidiós que cada día empuja al mundo inocente hacia el abismo, después de haber empujado cada milenio a todos sus moradores. Pues conculcó el único orden posible y que le preexistía, aquel que dicta "Hacer sólo lo necesario. Sufrir sólo lo imprescindible".


Únicamente un planeta sin humanos devolvería al mundo esa belleza que los autoproclamados "poetas" pugnamos por convocar, que creemos encontrar cada vez que cerramos las ventanas y hacemos garabatos autistas sobre el papel, la pantalla o la memoria. Trágico sarcasmo que un ser que creó la hermosura con su mirada hubiera de destruirla a continuación con sus propias manos... Entretanto, todo lo hermoso es melancólico, todo lo feo es ridículo, todo lo horrible es absurdo. Y toda celebración, un amago de salvación individual que contemplo con la curiosidad humillante del etólogo, con la estricta moral del agorero que sabe que no hay salvación posible si no nos salvamos todos.


Tras esta enésima catarsis, enciendo otro cigarro y contemplo en el don del atardecer mi propia ceremonia del olvido.




Abrazos
Juan


















2 comentarios:

  1. Hay una inevitable falta de pudor en el propio género epistolario. Uno habla con los dedos como si se juntaran en su lengua, como si al otro lado sólo un oído guardase el secreto de sus pensamientos destapados, sin el abrigo del uso impersonal y cortés, sin el miedo, latente, a ser juzgado.

    Trae sus tristezas a nuestros ojos, y las comparte. Y con ellas sus pensamientos, su vida. Como si acabara de salir del agua, desnudo.

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  2. ayyyy...no sé que decir...

    Sólo te digo que amo las cartas.

    Seguimos...

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