"...y en momentos como ése sé cuál es el sentido de mi vida (...) Pero entonces, como siempre, empieza a formarse la niebla alrededor de nosotros (...) Se arrastra lentamente, (...) cercándonos como para impedirnos escapar (...), como una nube rodante, cada vez más espesa, hasta que no queda nada..."
Querida Catherine:
Te añoro, amor mío, como siempre, pero hoy es más difícil porque el mar me ha estado cantando, y la canción que canta es la de nuestra vida juntos. Casi puedo sentirte a mi lado mientras escribo esta carta, y huelo ese perfume de flores silvestres que siempre me recuerda a ti. Pero ahora esas cosas no me producen ningún placer. Tus visitas cada vez son menos frecuentes, y a veces siento como si la mejor parte de mí se estuviera escabullendo lentamente..
Pero de todos modos lo intento. Por la noche, cuando estoy solo, te llamo, y cuando más inmenso parece mi dolor, tú todavía encuentras la forma de volver hasta mí. Anoche, en mis sueños, te vi en el rompeolas cerca de Wrightsville Beach. El viento agitaba tu cabello, y la luz del sol poniente se reflejaba en tus ojos. Te veo apoyada en la barandilla, y me sobrecojo. Eres hermosa, pienso al verte, una visión que ya nunca encuentro en nadie más. Lentamente echo a andar hacia ti, y cuando por fin te vuelves hacia mí, veo que otros también te han estado observando. "¿La conoces?", me preguntan con susurros celosos, y tú me sonríes, y yo contesto sencillamente la verdad. "Mejor que a mí mismo".
Cuando llego junto a ti me paro y te abrazo. Ése es el momento que más anhelo. Es lo que me mantiene vivo. y cuando tú me abrazas, me entrego a ese momento, y vuelvo a encontrar la paz.
Levanto la mano y te acaricio la mejilla, y tú ladeas la cabeza y cierras los ojos. Mis manos son ásperas, y tu piel es suave, y me pregunto si te apartarás, pero no lo haces, claro. Nunca lo has hecho, y en momentos como ése sé cuál es el sentido de mi vida.
Estoy aquí para amarte, para abrazarte, para protegerte. Estoy aquí para aprender de ti y para recibir tu amor a cambio. Estoy aquí porque no hay otro sitio donde estar.
Pero entonces, como siempre, empieza a formarse la niebla alrededor de nosotros, que seguimos abrazados. Es una niebla distante que surge del horizonte, y me doy cuenta de que a medida que se acerca empiezo a tener miedo. Se arrastra lentamente, envolviendo cuanto nos rodea, cercándonos como para impedirnos escapar. Lo cubre todo, como una nube rodante, cada vez más espessa, hasta que no queda nada salvo nosotros dos.
Noto que se me empieza a cerrar la garganta y que mis ojos se llenan de lágrimas porque sé que tienes que marcharte. La mirada que me diriges en ese momento me sobrecoge. Siento tu tristeza y mi propia soledad, y el dolor de mi corazón, que se había quedado callado durante un rato, aumenta cuando me sueltas. Y luego extiendes los brazos y retrocedes hacia la niebla, porque ése es tu lugar, y no el mío. Quiero ir contigo, pero tu única respuesta es sacudir la cabeza porque ambos sabemos que eso no es posible.
Y te miro con el corazón desgarrado mientras tú tu esfumas lentamente. Me esfuerzo por recordar cada instante de ese momento, por recordarte. Pero pronto, siempre demasiado pronto, tu imagen desaparece, y la niebla retrocede hacia la lejanía, y yo me quedo solo en el rompeolas y no me importa lo que puedan pensar los demás cuando agacho la cabeza y lloro, lloro, lloro.
Garrett
Kevin Costner y Robin Wright, en Mensaje en una botella (1999), de Luis Mandoki |
Fuente: Nicholas Sparks, El mensaje, Ediciones Salamandra, Barcelona 2002.
Traducción de Gemma Rovira Ortega.
El dolor de la pérdida por su mujer en un marinero solo y herido, se merece la respuesta en verso de otra mujer desolada. De la bruma al espejo.
ResponderEliminarNo puede haber nada más doloroso que la pérdida, la del amor.
Así, de Maria Wine:
"Ella siguió viviendo su vida
en la habitación donde él había muerto
para seguir respirando siempre
sus últimos suspiros
reflexionar sobre las últimas
ideas que él pensó-
Se metía en sus ropas
se sentaba en su sillón
y leía una y otra vez
el último libro que él había leído
pero nunca pasaba de la página
a la que él había llegado-
Llevaba en la muñeca
el reloj de pulsera de él
que había hecho tic-tac a la velocidad de su pulso vivo
y ahora lo hacía débilmente al compás
del pulso renuente y triste de ella
Comía con los cubiertos de él
bebía de su taza favorita
Se peinaba con el peine de él
delante de su espejo
Se quedaba largo ratos mirando
al espejo buscando inquisitiva
como si esperase que la profundidad
le fuera a devolver por compasión
el rostro de él."
Un abrazo, querido Carlos.
Sabes, Elena? Lo doloroso no es perder a quien amas, sino seguir vivo sin poder marchar en su búsqueda. Que seguir vivo. Sin más.
ResponderEliminarEstoy contenta de poder dejar estas palabras, a modo de agradecimiento.
ResponderEliminarSiento emoción, unos literales golpecitos de martillo (de uno pequeñito) que no duele, pero agita el corazón. ¡Ah qué lindura de escrito!
También te agradecí allá, en mi lugar, donde tan gentilmente dejaste cariño.
Para ti mi primer abrazo, aún cuando todavía no es otro año...
Rose Marie
El único consuelo es haber amado, de este modo que muchos jamás logran alcanzar.
ResponderEliminarHe oído que quien es capaz de amar así, es mucho más probable que tenga la fuerza necesaria para seguir viviendo y amando de la misma manera, aunque en un primer momento aquello parezca imposible.
Cuando hemos amado de veras, el amor se asienta en nosotros y se convierte en el único modo de vivir la vida.
Al final de todo, sólo cabe dar gracias.
Deseo Carlos que tengas ahora y por mucho tiempo más, por qué dar gracias.
Aunque el tiempo no es lo más importante. A veces es un engaño, un espejismo, el sentimiento es lo que sobrevive. Y las letras confieren eternidad, como es el ejemplo de este mensaje en la botella.
Se necesita de una gran capacidad para sobrellevar tal pérdida, sin embargo la vida otorga revanchas. Es posible volver a creer si abrimos el corazón.
ResponderEliminarque comiences un año lleno de sueños.
El dolor regresa lo humano que somos, nada más. Fuera está la soledad.
ResponderEliminarNo hay grito que la supere.
Alicia