28 de Noviembre de 1987
Querida Annie:
Un tumulto de sensaciones
contrapuestas estremece mi alma. La comprobación de que nuestro contacto
epistolar se prolonga y solidifica me ha insuflado nuevos ánimos, pintando de
bellos y alegres colores el gris desvaído de mi vida. Le confieso que su carta me
ha llenado de sensaciones olvidadas, me siento como un adolescente, pleno de
dudas y ambivalencias. Antes que nada, quiero agradecerle enormemente su
fotografía. Sé que le ha significado un esfuerzo económico enviármela. Le juro
que no era mi intención inducirla a destruir su álbum, que imagino un documento
familiar de insoslayable valor. Es una pena que no haya señalizado,
precisamente, quién es usted dentro de ese maravilloso ramillete de jóvenes
que, sin duda alguna, gozan de los placeres de un pic-nic. Pese a la oscuridad
de la toma, pese a lo neblinoso que, al parecer, se presentaba el día, pese a
la poca definición del foco, creo advertir que había algunos muchachos entre
ustedes. No es fácil individualizarlos entre los abrigos y las capelinas. No obstante,
con tenacidad detectivesca, he logrado separar una quincena de personas entre
las que podría encontrarse usted, Annie, bella como siempre.
Advierto en usted un cierto
regusto por el misterio, fiel a los pasos maestros de la inmortal Agatha Christie.
Y no vacilo en arriesgar una posibilidad: usted es la que reposa sobre el
césped, casi bajo el capot de la camioneta, envuelta su cabeza en un echarpe
claro, junto a algo blanco que bien podría ser una cabra.
Le remito, en retribución de su
gesto, una foto mía. Tardé mucho en seleccionarla, ya que no soy muy afecto a
retratarme. El latino, bajo su aparente desfachatez y desparpajo guarda un
espíritu austero, Annie, créame, tal vez heredado de José de San Martín o de
Edmundo De Amicis.
Deberá disculparme por mi
confusión con respecto a su nombre. Es que la excitación que me invade al
recibir sus cartas me obnubila hasta el límite de la estupidez. Pero lo que le
confieso me embargó de dudas, fue la denominación que usted me da de
"amigo". Le aseguro que me enorgullece que usted me considere como
tal, pero mi secreta ambición es constituirme en otra cosa. Un amigo, así como
puede considerarse algo excelso y maravilloso también configura tan sólo una
persona que queda afuera de otro tipo de sentimientos, más profundos, más
complejos y más inherentes a la relación hombre-mujer. No sé si me comprende,
Annie. Temo que nuestras diferencias culturales impidan que me entienda con
claridad. Y si lo entiende, espero que no lo tome a mal. No quisiera ser una
decepción más que le brinda alguien no sajón. Para terminar, deseo hacerle una
consulta que es posible usted considere audaz o atrevida, pero que quema mi
pecho si no lo hago: ¿Hay alguien más en su vida, Annie? ¿Hay otra persona en
su esfera sentimental, alguien a quien usted considere más que un
"amigo"? De ser así, hágamelo saber, por favor, para no alentar vanas
esperanzas.
Suyo,
Suyo,
Lamberto
Fuente: Roberto Fontanarosa
Otras Cartas
de ficción.
Otras Cartas
de Anne Finnegan,
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En caso de reproducción, rogamos
se cite la autoría.
Sí, con la emoción de un adolescente. Gracias, Carlos, por regalarnos estas intimidades que nos hacen a todos más humanos. Un abrazo.
ResponderEliminarInteresante carta, por aquél tono compungido y casi tímido, pareciera que es del siglo XIX. Me gustaría saber cómo siguió y cómo acabó todo eso.
ResponderEliminarA mí me ha gustado mucho la carta. Ese tono pasado de moda y conmovedor. Y también me ha encantado la foto, que es de una película maravillosa, "Danzón" que ha quedado en mi memoria para siempre. Muy bien hallada para esta carta!!
ResponderEliminarUn abrazo.