“El espíritu totalitario nos seduce por la sencillez probervial de los planteamientos con que nos conduce a la exclusión del otro: aquellos que tienen la mala suerte de sufrir su mordedura, acaban convertidos en oscuros animales incapaces de dejar de perseguir su propia sombra”
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Querido Rafael:
Me traen noticias los juglares
de que no son pocas ni romas las piedras que andan arrojando sobre tu cabeza
aquellos viejos amigos tuyos de correrías aberzales con los que sudaste la
camisa de tu corazón al servicio de los mitos totalitarios del nacionalismo
vasco. He leído, incluso, en los papeles tu demoledora abjuración pública del
catecismo independentista de la melancolía gudari, moralmente harto de prestar
altavoz a una locura que ha dejado novecientos muertos encima de la mesa. “La
conciencia es implacable –dices– y solo es posible eludir su mandato, cuando el
odio y el fanatismo han apagado nuestro último rescoldo de humanidad”. No era tu caso. No es
que te hayas caído de ningún caballo, es que era sencillamente imposible que
una de las estudiosos más lúcidos e implacables de la locura nazi siguiera
siendo, por mucho tiempo, el profeta del radicalismo totalitario con que la
izquierda aberzale ha manchado de sangre el alma vasca. Era imposible ser dos
hombres: con ser el que se es, ya tiene uno bastante.
Rafael Narbona |
El paso que has dado, querido Rafael, te sitúa
sin ambages frente a las incautas mesnadas del delirio nacionalista. Y lo has
hecho en un tiempo de pensamiento débil cuyos alfanjes, cuando se atreven a
decir algo, no lo hacen sin habérsela cogido previamente con papel de fumar.
Yo, que milité en la Falange Española a los catorce años; que a los diezyseis
levanté la mano en saludo fascista ante el viejo cuerpo de un asesino cuarteado,
y que gasté mis veinte años en la Liga Comunista Revolucionaria convencido de
que era lícito matar por un mundo más justo, sé muy bien cuán grande es el
dolor y el desconcierto que se pueden llegar a sentir cuando te das cuenta, por
una suerte de extraña iluminación, de hasta que extremos de iniquidad ha podido llevarte la ceguera en que se estaba preso.
La promesa, de Matteo Pugliese |
El espíritu totalitario nos seduce por la sencillez proverbial de los planteamientos con que nos conduce a la violenta exclusión del otro: aquellos que tienen la mala suerte de sufrir su mordedura, acaban convertidos en oscuros animales incapaces de dejar de perseguir su propia sombra. No lo digo yo. Como ya advertía Amin Malouf en su majestuoso estudio sobre las Identidades asesinas, cuanto menos sean los rasgos de identidad con que una sociedad se reconoce a sí misma, más proclive es a dejarse iluminar por la pasión totalitaria; de nada sirve que el sentido común nos advierta de que la catalanidad depende de algo más complejo que una lengua, de que la identidad vasca o alemana no puede reducirse, en modo alguno, a una suerte de espejismo racial, o de que se puede ser perfectamente árabe sin profesar ese odio yihadista a todo el que se mueve y sin buscar la destrucción del Estado y del pueblo de Israel: una vez caídos en el pozo del delirio, sólo media el chasquido de los dedos para que el asesinato del otro se convierta una forma legítima para cambiar el mundo a imagen y semejanza de su estrechura de espíritu
Lukas Ptacek |
La historia nos ha
dejado claro que quienes han reducido la identidad de los pueblos que
decían amar a las solas pinceladas de la nación, o de la clase, o de la raza, o
de la religión, o de la lengua, han sido siempre los que han acabado convirtiendo la tierra en un lienzo inundado de cadáveres; y si es verdad que ha habido circunstancias históricas
que han hecho para ciertas sociedades más asimilable este mensaje hipnotizador, también lo es que muchos de los individuos que formaban parte de
esas sociedades lo arriesgaron todo y decidieron decir NO a los tambores de quienes, con la la excusa de una gran y única idea, terminaron transformando el mundo en un gigantesco apocalipsis. No hay excusas. Está en
nuestra mano elegir. Siempre, en cualquier circunstancia, estará en nuestra
mano elegir entre la razón y la locura.
Jacob Epstein, Jacob y el ángel |
Y tú, querido
amigo, tras una guerra interior de la que desconoco todo, has elegido ya. Y lo hay hecho en la dirección en que lo hacen los auténticos Hijos del Valor. Te
esperan malos tiempos. Hace doce años publiqué una antología de
poetas árabes y judíos que, sin dejar de serlo, habían abjurado públicamente de
los prejuicios sobre los que se levantaban las imágenes del “buen árabe” y del
“buen judío” tan violentamente construidas por los grandes santones de la yihad
y del más aberrante y extremo de los sionismos. Lo hice porque estaba hasta los mismísimos cojones de que estas voces se vieran oscurecidas por quienes, en occidente, solo
dan legitimidad y visibilidad a quienes participan o se dejan llevar por ese vocerío
identitario de acuerdo con el cual el “otro” no merece otra cosa que la cácel, la
exclusión, el exilio y la muerte. Fue en vano. Apenas hubo una nota de prensa, y poco más. El libro murió en silencio porque ponía en evidencia la brutal e inicua ceguera de un Occidente dormido en la molicie e incapaz de llamar a las cosas por su nombre para el que no todas las aventuras totalitarias son igualmente reprobables o merecedoras de igual aceptación. ¿Es que alguna lo es? ¿Es que podrá serlo alguna vez alguna?
Todos esos poetas árabes y judíos que, en torno al mismo pan, decidieron compartir la miserable mesa de una editorial de poco cabotaje para decir, para gritar, que era posible aún la coexistencia, lo pasaron realmente mal. A unos los aislaron en sus propias comunidades; a otros los cuestionaron de mala manera en las tribunas públicas; sobre algunos recayó el estigma insufrible de la tración; los hubo que tuvieron que cambiar de empleo, y todos se las vieron y se las desearon para no dejar de formar parte de la cultura escuchada. Yo sé lo que se siente cuando alguien te llama traidor, esculpiendo cada una de sus siete letras en la espalda; yo sé lo que se siente cuando una mano anónima deja en el buzón la advertencia de que saben dónde vives y dónde van tus hijos a la escuela. Puedes renunciar al camino, puedes aminorar la marcha que te lleva por él, puedes incluso cobijarte en la guarida donde suele ocultarse el temeroso, pero si aguantas, Rafael, si aguantas, te aseguro que nunca tendrás cicatrices más hermosas que esas en tu carne de hombre. Serán la gran señal de que ¡estás vivo!
Todos esos poetas árabes y judíos que, en torno al mismo pan, decidieron compartir la miserable mesa de una editorial de poco cabotaje para decir, para gritar, que era posible aún la coexistencia, lo pasaron realmente mal. A unos los aislaron en sus propias comunidades; a otros los cuestionaron de mala manera en las tribunas públicas; sobre algunos recayó el estigma insufrible de la tración; los hubo que tuvieron que cambiar de empleo, y todos se las vieron y se las desearon para no dejar de formar parte de la cultura escuchada. Yo sé lo que se siente cuando alguien te llama traidor, esculpiendo cada una de sus siete letras en la espalda; yo sé lo que se siente cuando una mano anónima deja en el buzón la advertencia de que saben dónde vives y dónde van tus hijos a la escuela. Puedes renunciar al camino, puedes aminorar la marcha que te lleva por él, puedes incluso cobijarte en la guarida donde suele ocultarse el temeroso, pero si aguantas, Rafael, si aguantas, te aseguro que nunca tendrás cicatrices más hermosas que esas en tu carne de hombre. Serán la gran señal de que ¡estás vivo!
Salvatore Rizzuti |
Tú, Rafael, ya no
tienes más tribu que tú mismo, ni más patria que el sentido común y la cordura. ¿Conoces otra patria mejor?. No tiene sentido ahora dejes sin concluir cosas
que nos han ayudado a muchos a pensar un poquito mejor llamando a las cosas por
su nombre. Nadie es imprescindible, pero todos somos un poco necesarios, porque
nos jugamos mucho. No, querido amigo, no agaches la cabeza, no, porque si algo
demuestra lo que has hecho es que Rafael Narbona no ha nacido en modo alguno para
ser toro sobrero…
El poeta galileo Samer Kair es otro Hijo del Valor, que se atrevió en su día a participar en la antología Coexistence, que recogía parte de la obra de poetas árabes y judíos que trabajaban por la reconciliación entre dos pueblos que están condenados a entederse.
Aquí dejamos algunos otros poemas suyos.
Te dejo aquí un
poema de uno del gran poeta galileo Samer Khair, uno de esos Hijos del Valor
que decidieron dar el paso hacia los territorios de la coexistencia: “Nadie más que yo –dijo- vivirá
mi vida. / Yo señalaré la dirección libremente, / paso a paso. / No bailaré ni
agitaré mis manos / alrededor del fuego de la tribu, / como un náufrago
agarrado al madero. / Tengo mi propio tiempo aquí, / en este tiempo. / ¿Por qué
ese fuego ha de forjar mi hierro / y resucitar en mi corazón la vieja espada
que otros esgrimieron antes? / Mis piernas se doblan ahora del cansancio /
porque siguen un camino diferente al vuestro. / Manteneos lejos de mi ruta /
para que mis manos puedan caminar / a solas por ella. / Porque nadie sino yo,
os lo aseguro, vivirá mi vida.” ¿Te recuerda algo? Eso se acabó, Rafael: lame tus
cicatrices, pero hazlo con la conciencia de que tú ya no eres “un náufrago agarrado al
madero” de la locura. Por eso te dejo este poema de mi amigo Samer: no tengo otra manera de que
el hombre que yo soy abrace con alegría a al hombre verdadero que tú eres.
Tuyo
Carlos.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. PVP 10 euros. |
El Toro de Barro |
Que maravillosa carta, Carlos. Tan extraordinaria como el gesto que la hace posible. Los festejo y celebro ambos y en cada argumento, razón y pasión. Es ciertamente nuestra la elección. Y tomarla, cuando quiera que sea, es recobrar la libertad de espíritu, la utopía, la esperanza que nos hizo creer en lo que fuimos, desarmados de todo menos de amor. Hemos aprendido, en cada horizonte, cada frontera distinta, una lección dura, dificil pero única. Y hay que correr con sus consecuencias. Hoy estamos aislados uno de otros. Algún dia nos juntaremos hasta que no existan asesinos ni asesinados dispuestos a convertirse en nuevos asesinos. Se me quedan cortas las palabras, Carlos, Rafael, pero en su silencio va engrazada mi adhesión humana, espiritual, física. Mi admiración y mi solidaridad. En otro momento, tal vez pueda escribir más. Pero no puedo dejar pasar ni la emoción ni el sentimiento de este instante. Carlos: siento que de nuevo vibran en ti todas tus fuerzas. Y ese es un doble festejo. Abrazos.
ResponderEliminarEs una carta sobrecogedora,ante la que me quito el sombrero.
ResponderEliminarHay pocos hijos del valor y os contáis entre ellos.
Un abrazo.
Gracias por compartir algo así, Ramón