«...sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe...»
Queridísima! Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo, acompáñándote mientras tu vida y tu mundo se abren de nuevo. Apenas puedo ver cuánto has entendido y cómo todo es providencial. Nadie aprecia jamás cómo es la experimentación consigo mismo, por esa circusntancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo, cierran nuestro crecimiento, inhibiendo y torciendo la providencia de Ser. Y esta distorsión gira en torno a cómo, a pesar de todos nuestros sustitutos para la "fe," no tenemos ninguna fe genuina en la existencia en sí misma y no entendemos cómo sostener cualquier cosa como ésa por nosotros mismos. Esta fe en la providencia no excusa nada, y no es un escape que me permita terminar conmigo de una manera fácil. Solamente esa fe -que como fe en en el otro es amor- puede realmente aceptar al "otro" totalmente. Cuando veo que mi alegría en ti es grande y creciente, es que también tengo fe en todo lo que sea tu historia. No estoy erigiendo un ideal ni me estoy dejando caer en la tencación de educarte, o a cualquier cosa que se asemeja a eso. Por suerte, a ti -tal y como eres y seguirás siendo con tu historia- así es cómo te quiero. Sólo así es el amor fuerte para el futuro, y no sólo el placer efímero de un momento: sólo entonces es el potencial del otro también movido y consolidado para las crisis y las luchas que siempre se presentan. Pero tal fe también se guarda de emplear mal la confianza del otro en el amor. El amor que pueda ser feliz en el futuro es el amor que ha echado raíz. El efecto de la mujer y su ser es mucho más cercano a los orígenes para nosotros, menos transparentes, es más providencial, pero también más fundamental. Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar: si el regalo es aceptado siempre inmediatamente, o en su totalidad, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe. Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos. Y es la profundidad con la cual yo mismo puedo buscar mi propio Ser, que determina la naturaleza de mi ser hacia otros. Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las que tú eres enteramente tú.
Tu Martin.
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Pocas historias de amor han causado tanta polvareda como la que unió desde 1924 a Martin Heidegger con Hanna Arendt; el primero era militante nazi, y unos de los filósofos sobre los que el nazismo había levantado su particular visión del mundo; la otra, era una joven judía que, no tardando mucho, se convirtió en la conciencia fustigante de aquellos judíos que no habían -según ella- tenido el valor de rebelarse contra el nazismo.