" En
Estalingrado, cuestionarse a Dios significa renunciar a Él (...) Y si después
de todo hubiera un Dios, sólo estaría con usted, en los libros de himnos y
oraciones, en los consejos piadosos de sacerdotes y pastores, en el tañer de
las campanas y en el olor a incienso. Pero no en Estalingrado..."
En
Estalingrado, cuestionarse a Dios significa renunciar a Él.
Querido padre, debo decírselo, y estoy
doblemente arrepentido por ello. Usted me sacó adelante, no tuve madre, y siempre
mantuvo a Dios ante mis ojos y mi corazón. Y yo reitero doblemente mis
palabras, pues van a ser las últimas. Después de ellas no voy a poder
pronunciar otras que puedan remediarlas o disculparlas. Usted es sacerdote,
padre. En la última carta que uno escribe, únicamente dice la verdad o lo que
cree que es la verdad...
He buscado a Dios en cada crater de
obús, en cada casa destruida, en cada esquina, entre mis camaradas cuando estoy
en mi trinchera, y en el cielo. Dios no se mostró cuando mi corazón le gritaba.
Las casas fueron destruidas. Mis camaradas fueron tan valientes o cobardes como
yo. La ira y el asesinato estaban en la tierra. Bombas y fuego caían del cielo.
Pero Dios no estaba ahí...
No, padre, Dios no existe. Se lo
escribo otra vez, y sé que es terrible, y que no puedo remediarlo. Y si después
de todo hubiera un Dios, sólo estaría con usted, en los libros de himnos y
oraciones, en los consejos piadosos de sacerdotes y pastores, en el tañir de
las campanas y en el olor a incienso. Pero no en Estalingrado...
Descorriendo los
visillos de esta vetana del color de la tierra mojada
encontrarás
Muchos soldados
alemanes escribieron cartas a sus familiares y amigos durante el largo y
trágico asedio de Stalingrado, en las que relataban las condiciones dantescas en las que vivían y su
premonición de una muerte cercana. Cuando el último avión despegó de la ciudad
en enero de 1943, llevaba siete enormes sacas de cartas que nunca fueron
entregadas, porque rezumaban desmoralización y críticas al Reich. Todas ellas
aparecieron después, en 1954, y fueron publicadas en 1958 por Einaudi en el
volumen Cartas desde Stalingrado. Volvió
a hacerse otra edición en 1963, Las últimas cartas de
Stalingrado, a cargo de la editorial Destino. Las cartas que
editamos lo fueron previamente en el blog Cartas desde el frente. Y
las hemos ilustrado con Imágenes de la segunda guerra mundial.
Sin duda alguna, hay momentos en la vida en que uno se pregunta, Dios...dónde estás?
ResponderEliminarTotalmente comprensible la carta del soldado a su padre.
Serenas pero desgarradoras sus letras..
Esta carta es una forma de buscarlo, como las lamentaciones de Job, como los ojos levantados al cielo en los campos de concentración y como aquél grito en la Cruz:
ResponderEliminarElohi, Elohi, lĕma' šĕbaqtani...
Dios mío, Dios mío ¿por que me has abandonado?
O en el Salmo 22:
22:2 Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás lejos
de mi clamor y mis gemidos?
22:3 Te invoco de día, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso;
Estremecedor. En Estalingrado no estaba ningún Dios. Tan sólo había sangre y hedor a sangre. Lo sé porque yo estaba naciendo entonces y me ha quedado indeleble e irritante en el alma aquel apestoso olor y no he logrado quitarlo. Lástima que el ser humano aprenda siempre todo demasiado tarde.
ResponderEliminarSer humano es acogernos, no extermirnarnos.Somos nosotros quienes elegimos: caridad o egoismo.
ResponderEliminarMe ha venido a la memória el libro de Eric Maria Remarque "Sin novedad en el frente" tan real, ta duro de leer también.
ResponderEliminarSólo unos pocos aprenden, Jose Antonio, insuficientes siempre...
ResponderEliminarlo que dice el soldado alemaán me resulta sobrecogedor...
ResponderEliminarEsta carta es muy buena. Tiene los ojos abiertos y refleja la realidad, "caiga quien caiga".
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