Javier Semprún
¿Dónde está El
Togray, Javier, el nuevo Prometeo de los musulmanes, de los judíos, de los
cristianos, el hombre capaz de agarrar a Dios de la solapa y de hacer frente al
fuego de su ira?
17 de marzo de 2004.
En estos
momentos de aflicción y de zozobra en que me ha dejado la dantesca matanza de
Madrid,* se levantan frente a mí con sus
tambores tensos las páginas de «El último sueño de Al’Ándalus», la novela
que tú mismo pusiste entre mis manos cuando el siglo acababa, al modo de una
premonición que cruzara la noche con el chasquido de sun látigo sombrío. Me
pregunto si acaso no fue un espejismo la imagen que tú y yo teníamos grabada
del Islam como la fresca umbría de un cerezo en flor bajo la que podía
ser posible, algún día, que crecieran los jardines de la coexistencia entre los
hombres y las civilizaciones.
Naim Araidy |
Como
crecer el amor.
Como
crece el placer.
Como
crece la dicha.
La sombra alargada de El-Togray**,
de aquel caudillo conquense que procuró para sus súbditos de la Santavería un
territorio limpio de la torva grey del integrismo, emerge ahora en todo su
esplendor de las páginas que dejaste colgadas en la mesita de noche, al lado de
las gafas, el audífono y los cigarros ¿Habrá ahora alguien, en algún lugar de
los desiertos sagrados, capaz de poner coto y grilletes a los sacerdotes de
Dios? ¿Está dispuesto el Islam a apagar el fuego devastador que creció en su
seno, a destruir el vasto muro que poco a poco levantaron sus imanes?¿Hasta
cuándo podemos esperar que paren ese fiero animal de las lapidaciones, de las
bombas lapa en el vientre de los niños? ¿Hasta cuándo?
Te
recuerdo en Galilea. Te recuerdo sacudiéndote los ojos del asombro mientras
caminábamos juntos entre los arrayanes de Meghar y escuchábamos el rumor del
agua entre las rosas que horadaba con su mansedumbre aquel desierto bajo las estrellas
y la noche, con un vaso de té en la mano. Te parecía imposible que El Togray, que tú mismo rescataste de
los muertos, se multiplicara por aquellas alfombras extendidas bajos los olivos
con la espada olvidada bajo las rocas y un poema de amor colgando de su turbante.
¿Pues quién sino El Togray, o Naim Araidy, era capaz de abrazar a un
judío y de ofrecerle los cómodos cojines de su casa? Las cosas han cambiado,
Javier, y no hay literatura –ni siquiera la tuya– que restaure de nuevo la
cordura. Nathán Yonatán, aquel Togray judío que abrazó al padre palestino en el
mismo cementerio en que sus hijos descansaban para siempre, murió en el mismo
día, casi a la misma hora, en que un puñado de fanáticos colgaban de los trenes
de Madrid un crisantemo rojo. Me lo dijo Margalit Matitiahu, con esa voz suya crecida a la sombra fresquísima
de una sedería ¡Curiosa
coincidencia!. Cada vez son menos, Javier. Sólo Naim resiste con sus cantos,
pero su voz ya sólo es un bucle melancólico que recorre las escasas catacumbas
donde el odio –todavía– no ha plantado sus jacintos.
Margalit Matitiahu |
Hoy he vuelto a leer las últimas
páginas –hermosísimas– de tu novela, acaso para enjuagar con ellas mi derrota
personal. No está lejos el día en que los periódicos nos
traigan noticias del hado tenebroso, pues los pueblos casi nunca supieron
honrar a los mejores, y porque, como dice Nathán, para los valerosos, sólo “quedará
una piedra al final de su camino”. ¿Dónde está El Togray, Javier, el nuevo Prometeo
de los musulmanes, de los judíos, de los cristianos, el hombre capaz de agarrar
a Dios de la solapa y de hacer frente al fuego de su ira? Pero paso las páginas que tú nos entregaste, y sólo veo a una
mujer llorando por el hombre que le entregan ya sin vida, el hombre que tembló
al escuchar el rumor de su túnica al costado, el hombre que tembló al advertir
el sonido de sus limpias sandalias de mujer acercándose en la noche. Y me
pregunto si nada quedó de él, nada que no sea esa recua caliente de palabras
que tú supiste pastorear, nada sino un sueño, el último sueño de este
Al'Ándalus doliente y perturbado en que ha quedado convertida nuestra
civilización....
Un gran abrazo, Javier, para el
Togray y para ti...
Carlos
* La carta fue escrita
días después del atentado del 11 de marzo de 2004, en el que murieron 192
personas.
** El Togray es el apodo
del guerrero musulmán protagonista de la novela de Javier Semprún, que logró aplastar
a los santones musulmanes que propugnaban un islamismo radical en la política y
las costumbres y hacer del reino moro de la Santavería un
territorio donde era posible la coexistencia de todas las religiones del
monteismo.
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