«… recompongo el atuendo con mis manos menudas hasta extraer un nuevo cigarrillo y sentarme a tu lado, observando, en la espera, los ubicuos emblemas del infinito. Si tú desbocases tu malestar suspenso, que no ha tenido sino falsas motivaciones, y demudases el rostro y hundieses de repente las turbias palabras en mi pecho con un arrojo inoportuno, la esperanza en la noche y la dicha del instante inmediato se desmoronarían con triste impunidad. Porque me agrada un poco tu pequeño tormento de hombre. ..»
Tú te comportas en ocasiones como un niño oscuro. Yo pronto suelo apercibirme y a no ser que los vientos vengan trocados, actúo con maestría y amabilidad. Tú andas por la casa entonces cargando en las espaldas un saco de silencios, yendo de un lado a otro con pasos ancestrales, temiendo por los lodos prestos en la inocente superficie. Yo impongo desde un dominio natural y recóndito, es decir, poniendo en uso una condescendencia elegantísima; los espejos reflejan mi hermosura creciente y, mientras me retoco, ensayo con celo la mueca exacta del amor. Tú, en la sala, fumas y escuchas el tango, el jazz, con apariencia complaciente, contestas las llamadas telefónicas, abres un diario y un volumen, bebes del vaso con bonanza, asientes, en circunspecto fingimiento, a las requisitorias de tu mujer, escueto y desviando, bajo pobres pretextos, la mirada. Yo, en ropa interior, he recorrido las habitaciones y ahora acabo ese largo maquillarse; recompongo el atuendo con mis manos menudas hasta extraer un nuevo cigarrillo y sentarme a tu lado, observando, en la espera, los ubicuos emblemas del infinito. Si tú desbocases tu malestar suspenso, que no ha tenido sino falsas motivaciones, y demudases el rostro y hundieses de repente las turbias palabras en mi pecho con un arrojo inoportuno, la esperanza en la noche y la dicha del instante inmediato se desmoronarían con triste impunidad. Porque me agrada un poco tu pequeño tormento de hombre, tu doblez, aunque incomprensible, irremediable y temperamental; y además conozco lo secreto de esas leves actitudes mohínas, pero pido a los dioses que derrochen templanza en ti, guapo muchacho que me adora y me teme y que me pide al fin mi menuda mano capaz de absolver los absurdos distanciamientos, deshaciendo los nudos. Y una vez en terreno desahogado, cuando el peligro ha vuelto una vez más al fondo del océano, acaricio tu cutis rasurado y recibo de lleno toda la silenciosa admiración que me es debida, y humildemente inclino la cabeza y recojo en mi frente el beso-colofón.
Eso era ayer. Hoy es mi cumpleaños y estás a mi lado, agasajándome.
Todo el amor de
Amanda
POSDATA.- Luego de ensimismarme durante largo rato con el ceño fruncido, me levanto de la dura silla y comienzo a pintar.
Ubíqueseme en una espesa sobremesa del mes de julio, cuando los platos, ya en la platera, sueltan sus gotas últimas, cuando en la sombra de las ventanas las rendijas deslumbran, cuando al asfalto se le supone descompuesto bajo la cal. En la dura silla rumio mi enojo mientras él en la alcoba rumia el suyo. Turbada, una sonrisa irónica empieza con blandura a dibujárseme a la vez que consumo cigarrillos y de café una taza más. Ya basta, pienso, y dejo de mirar el mobiliario y aparto el puño de mi rostro y me levanto con decisión de la dura silla. En la penumbra de la alcoba se destacaba tu silueta bonita, escribe él mientras recuerda la impresión instantánea de mis cabellos en desorden, el concierto indolente de mis hombros desnudos, mis pies descalzos y mis pequeñas manos recogidas en el abdomen mostrando aún restos de pintura verde, y tu seno que esclarecía la penumbra, balbuciendo en los pliegues del vestido entreabierto. Él aparta el bolígrafo, se recuesta, cierra los ojos y permite que su memoria reproduzca con nitidez el contorno perfecto de mi culo palpitando en el borde de la cama. Vale.
***
Siempre he sentido una particular admiración por la poesía antiheroica de Amador Palacios, un autor de biografía ya inabarcable y en cuya amplísima creación literaria El Toro de Barro ha tenido mucho que ver. Hemos ilustrado la extraordinaria carta de Amanda con algunas -que, con la única excepción de su posdata, nunca llegó a la boca del buzón- algunas fascinantes iluminaciones del gran fotógrafo Helmut Newton. Quede aquí constancia de nuestro agradecimiento a ambos. Y de nuestras alegría....
Tú te comportas en ocasiones como un niño oscuro. Yo pronto suelo apercibirme y a no ser que los vientos vengan trocados, actúo con maestría y amabilidad. Tú andas por la casa entonces cargando en las espaldas un saco de silencios, yendo de un lado a otro con pasos ancestrales, temiendo por los lodos prestos en la inocente superficie. Yo impongo desde un dominio natural y recóndito, es decir, poniendo en uso una condescendencia elegantísima; los espejos reflejan mi hermosura creciente y, mientras me retoco, ensayo con celo la mueca exacta del amor. Tú, en la sala, fumas y escuchas el tango, el jazz, con apariencia complaciente, contestas las llamadas telefónicas, abres un diario y un volumen, bebes del vaso con bonanza, asientes, en circunspecto fingimiento, a las requisitorias de tu mujer, escueto y desviando, bajo pobres pretextos, la mirada. Yo, en ropa interior, he recorrido las habitaciones y ahora acabo ese largo maquillarse; recompongo el atuendo con mis manos menudas hasta extraer un nuevo cigarrillo y sentarme a tu lado, observando, en la espera, los ubicuos emblemas del infinito. Si tú desbocases tu malestar suspenso, que no ha tenido sino falsas motivaciones, y demudases el rostro y hundieses de repente las turbias palabras en mi pecho con un arrojo inoportuno, la esperanza en la noche y la dicha del instante inmediato se desmoronarían con triste impunidad. Porque me agrada un poco tu pequeño tormento de hombre, tu doblez, aunque incomprensible, irremediable y temperamental; y además conozco lo secreto de esas leves actitudes mohínas, pero pido a los dioses que derrochen templanza en ti, guapo muchacho que me adora y me teme y que me pide al fin mi menuda mano capaz de absolver los absurdos distanciamientos, deshaciendo los nudos. Y una vez en terreno desahogado, cuando el peligro ha vuelto una vez más al fondo del océano, acaricio tu cutis rasurado y recibo de lleno toda la silenciosa admiración que me es debida, y humildemente inclino la cabeza y recojo en mi frente el beso-colofón.
Eso era ayer. Hoy es mi cumpleaños y estás a mi lado, agasajándome.
Todo el amor de
Amanda
POSDATA.- Luego de ensimismarme durante largo rato con el ceño fruncido, me levanto de la dura silla y comienzo a pintar.
Ubíqueseme en una espesa sobremesa del mes de julio, cuando los platos, ya en la platera, sueltan sus gotas últimas, cuando en la sombra de las ventanas las rendijas deslumbran, cuando al asfalto se le supone descompuesto bajo la cal. En la dura silla rumio mi enojo mientras él en la alcoba rumia el suyo. Turbada, una sonrisa irónica empieza con blandura a dibujárseme a la vez que consumo cigarrillos y de café una taza más. Ya basta, pienso, y dejo de mirar el mobiliario y aparto el puño de mi rostro y me levanto con decisión de la dura silla. En la penumbra de la alcoba se destacaba tu silueta bonita, escribe él mientras recuerda la impresión instantánea de mis cabellos en desorden, el concierto indolente de mis hombros desnudos, mis pies descalzos y mis pequeñas manos recogidas en el abdomen mostrando aún restos de pintura verde, y tu seno que esclarecía la penumbra, balbuciendo en los pliegues del vestido entreabierto. Él aparta el bolígrafo, se recuesta, cierra los ojos y permite que su memoria reproduzca con nitidez el contorno perfecto de mi culo palpitando en el borde de la cama. Vale.
***
Siempre he sentido una particular admiración por la poesía antiheroica de Amador Palacios, un autor de biografía ya inabarcable y en cuya amplísima creación literaria El Toro de Barro ha tenido mucho que ver. Hemos ilustrado la extraordinaria carta de Amanda con algunas -que, con la única excepción de su posdata, nunca llegó a la boca del buzón- algunas fascinantes iluminaciones del gran fotógrafo Helmut Newton. Quede aquí constancia de nuestro agradecimiento a ambos. Y de nuestras alegría....
5 comentarios:
Realmente una joya.
Horacio
Deliciosa.
Bikiños para ti.
Me agradan, y no poco, las palabras que dejas de otros, como creando un mundo lleno de motivaciones para seguir viniendo una y otra vez a leerte.
Un abrazo
He leído sus poemas en Poesía de El Toro de Barro, y me parece un poeta realmente insólito, de los que no se ven. La carta también es la prueba feaciente de que me encuentro frente a un gran escritor. Pero, preferir pensar un culo antes que amasarlo con las manos...no sé...
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