Carmen Rigalt
"Hace más de un año que no respiras y sospecho que estás muerto. Si no respondes, iré al cementerio y me detendré ante cualquier tumba para brindar por nosotros con un trago de ron. Y nunca más volveré a escribir para que me leas."
Te escribo para que me leas. Parece una chuminada, pero es así. Normalmente escribo para desahogarme o, todo lo más, para saber qué pienso. El pensamiento va saliendo como una longaniza mientras escribo. Pero si no escribo no soy capaz de pensar. Ya te dije en una ocasión que yo no pienso nunca. Estoy como parada en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. Esto último creo que es de Scott Fitzgerald, no me hagas mucho caso.
No quiero pensar por qué te escribo, suponiendo que exista un motivo real. Me he acostumbrado a tu silencio como antes me había acostumbrado a tus cartas, escritas a lo largo de más de 30 años, pero ayer te eché de menos. Como no te conozco, nunca he podido calcular tu edad. Por no poder, ni siquiera he podido preguntártela, ya que tus misivas jamás han llevado remitente. Eres un nombre a secas, quién sabe si inventado, y una rúbrica nerviosa, propia de un profesor de ciencias. Escribías desde distintos lugares del mundo, casi siempre en servilletas de restaurantes y alguna vez en postales que no me aportaban ninguna pista. Jamás has hablado de ti, como si fueras un ente abstracto. Quién sabe: a lo mejor lo eres. Sin embargo, yo nunca he pensado que fueras un impostor, aunque en lugar de Ernesto te llamaras José Mari. No has podido engañarme porque nada has revelado de ti. Precisamente ésa ha sido mi queja. Un día, doblada ya la esquina del tiempo, me di cuenta de que tú no envejecías en las cartas, mientras que yo cumplía años, lustros, décadas, y mi edad se reflejaba en lo poco que yo ofrecía: los artículos. Te conservo en mi imaginación como el primer día que apareciste: joven y afanoso, viajero y gran conocedor del lenguaje. Me habrían bastado un par de detalles para pergeñar tu boceto, pero siempre has permanecido blindado. Sigo preguntándome cómo será el hombre que te alberga, si alto y con los hombros vencidos, como yo pienso, o con un chasis tirando a chulesco. Me pregunto también si llevas camisa con cuello de botoncitos y no te separas de la tableta, o si te tiñes las canas y eres de esos tipos que juegan al golf y cuentan chistes fáciles de Zapatero. Me gustaría saber, en fin, qué piensas de la vida y de Intereconomía.
Pero hace más de un año que no respiras y sospecho que estás muerto. Si no respondes, iré al cementerio y me detendré ante cualquier tumba para brindar por nosotros con un trago de ron. Y nunca más volveré a escribir para que me leas.
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La carta de Carmen Rigalt apareció en el diario El Mundo español, el 2 de noviembre de 2011.
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