miércoles, 1 de julio de 2015

Carta de Carlos Morales al poeta argentino Héctor Berengüer



«Hay que ser muy fuerte para situarse en este territorio de todos y de nadie que no sabe de patrias, ni entiende de razas, religiones, clases o fronteras, pero quien lo logra, acaba siendo reconocido como propio en cualquier lugar. En eso estamos. Más solos que nunca. Más libres que nunca. Y con la conciencia de que no formamos parte de ninguna mesnada... »
                                                                                                        

En Tarancón, a 28 de junio de 2015.


C
aro amigo

Dices bien: ¡cuánto nos unen y cuánto nos separan las palabras! Hasta los antiguos tuvieron que inventarse el mito de Babel para entenderlo. Hablar el mismo idioma ni siquiera es garantía de que puedas entender y ser entendido por el semejante. Y no hay palabra humana que pueda contener semejante estropicio.  Parece mentira, pero a pesar de las muchas tragedias que nos han deparado, los grandes mitos nos siguen encerrando todavía en esas habitaciones ocultas de la irracionalidad a cuyo amparo sentimos un mínimo de sosiego: en mayor o menor medida, hoy como ayer, la raza nos separa, nos separan las ideologías, las conciencias nacionales y de clase, la orientación sexual o la experiencia religiosa. Por el "plato de lentejas" que nos ofrecen los mitos para saciar nuestra hambre de seguridad, los hombres nos hemos sometido a una mutua ablación interminable.
Bajo el peso de esos mitos, también las palabras han perdido su sentido como herramienta para la comunicación y para la creación misma, y se han convertido en navajas de filos bien cargados de veneno al servicio del conflicto y el rencor. O participas de ellos –muchos lo hacen–  o te satanizan y aíslas hasta que callas o decides arrojarte de cabeza a la gehena. Sabes bien, querido Héctor, que en el mundo de la poesía ocurre igual que en la misma vida de la que se nutre. Hay quien convierte su palabra en un tambor tan sectario como deslumbrante al servicio de galvanización de los mitos que nos separan, y los hay que, como tú, convierten la palabra en “un puente entre la virtud más grande y la mayor carencia”, esa del espíritu que somos y que nos hace, para bien y para mal, terriblemente humanos. Hay que ser muy fuerte para situarse en este territorio de todos y de nadie que no sabe de patrias, ni entiende de razas, religiones, clases o fronteras, pero quien lo logra, acaba siendo reconocido como propio en cualquier lugar. En eso estamos. Más solos que nunca. Más libres que nunca. Y con la conciencia de que no formamos parte de ninguna mesnada...
Los poetas que tuvieron la fuerza para mantenerse lejos de esos mitos sólo hablan del hombre, y lo hacen desde el hombre; no escriben del futuro, del presente o del pasado, sino de lo que permanece en el tiempo, sobre el tiempo, contra el tiempo, por encima del tiempo, inalterable como una cicatriz en los mismos testículos del alma. Por eso, como ese Zorba el Griego que se desabotona la camisa para ponerse a danzar un sirtaki sobre la arena de la playa, esos poetas son entendidos en cualquier lugar, son admitidos en cualquier lugar, son invitados a sentarse en la mesa de cualquier familia de cualquier lugar: y, al acabar su canto, se sientan sobre una piedra para dejarse llevar por eso que tú llamas –¡qué hermosura!– “el silencio reverencial de la pura creación”, y para dedicarse el viejo arte de callar sin miedo a ser olvidados, pues saben que, para decir algo que merezca la pena, es preciso haberse liberado del deseo de querer decirlo todo…




Otras cartas de
Carlos Morales












         


 

 Grandes Obras de
El Toro de Barro
Carlos Morales, "Un rostro en el jardín", Col. Cuadernos del Mediterráneo, El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000
Carlos Morales, "Un rostro en el jardín"
Col. Cuadernos del Mediterráneo.
Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000.
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Carlos Morales, "Un rostro en el jardín", Col. Cuadernos del Mediterráneo, El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000
 























 


Frida Khalo Chavela Vargas Mahmud Darwish Adonis Juan Rulfo Julio Cortázar Alejandra Pizarnik Ferico García Lorca Henry Miller Joaquin Sabina Carlos Morales Juan Manuel Serrat

lunes, 22 de septiembre de 2014

Carta Charles Bukowski a John William Corrington

Carta de Bukovski a J. W. Corrington; Libro de Referencia, Sabas Martín, "La heredad”, Col. «Novela», Carlos Morales Ed., Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2001. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es



"aquella vez en el pabellón de caridad, años atrás, una chica mejicana que cambiaba las sábanas me dijo que se iba a acostar conmigo si yo mejoraba, e inmediatamente empecé a sentirme bien. Bueno, la dama borracha que se bamboleaba contra mi cama –mi esposa-, la enterré el último 22 de enero. Y nunca vi a mi chica mejicana. 
____________


A Jon Webb, 4 de Septiembre de 1962.



Con respecto a la muerte de mi mujer el 22 de enero último, no hay mucho que decir, excepto que yo ya no seré el mismo. Quizá intente escribir sobre eso, pero está todavía demasiado cerca. Puede que siempre esté demasiado cerca. Pero aquella vez en el pabellón de caridad, años atrás, una chica mejicana que cambiaba las sábanas me dijo que se iba a acostar conmigo si yo mejoraba, e inmediatamente empecé a sentirme bien.
Carta de Bukovski a J. W. Corrington; Libro de Referencia, Sabas Martín, "La heredad”, Col. «Novela», Carlos Morales Ed., Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2001. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.esTenía una sola visita: la mujer borracha de cara redonda y roja, una amante del pasado que a veces se bamboleaba contra la cama, y se iba sin decir nada. Seis días después yo estaba manejando un camión, levantando paquetes de 20 kilos y preguntándome si la sangre vendría otra vez. Un par de días más tarde tomé el primer trago, ése que dijeron me mataría. Una semana más tarde conseguí una máquina de escribir y, después de una pausa de diez años y de haberle vendido mis cosas a la revista "Story" y a otras, mis dedos se pusieron a construir un poema. O mejor dicho, una charla de bar. Esa cosa que no es lírica, que no canta. Los rechazos llegaron bastante pronto. Pero no me afectaron, porque yo sentía que en cada línea estaba diciendo algo. No para ellos, sino para mí mismo. Ahora puedo leer muy poca poesía o muy poco de cualquier otra cosa. 
Bueno, la dama borracha que se bamboleaba contra mi cama, la enterré el último 22 de enero. Y nunca vi a mi chica mejicana. Vi a otras, pero ella hubiera estado bien. Hoy estoy solo, casi afuera de todas ellas: de los glúteos, los pechos, los vestidos limpios como trapos nuevos en la cocina. No me tomes a mal -todavía tengo 1,80 y 90 kilos de posibilidad, pero yo podía mejor con la que ya no está.
                               
Charles



Grandes Obras de 
El Toro de Barro
Sabas Martín, "La heredad”, Col. «Novela», Carlos Morales Ed., Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2001. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es
Sabas Martín, "La heredad
Col. «Novela»
Carlos Morales Ed., Ed. El Toro de Barro,
Tarancón de Cuenca, 2001.
PVP 10 euros
Sabas Martín, "La heredad”, Col. «Novela», Carlos Morales Ed., Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca, 2001. PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es











  

jueves, 18 de septiembre de 2014

Carta a su esposa de un niño que sobrevivió a Auschwitz


Rodin
«Pronuncié la palabra "mama". Por primera vez, al lado de todos, dije "mama" y lloré. "Vencí, gané, mama, ¡estoy vivo!". Y lloré, y todos lloraron conmigo. Todos lloran conmigo ahora, mama...»
 
«Berko», uno de los 130 niños
que sobrevivieron a Auschwitz ,
escribe a su esposa


Querida mía:
      En Stutthoff nos separaron de las madres. No te lo conté jamas. Había que elegir con quien quedarse. Yo era hijo único, y preferí quedarme con papa. Sabía que no iba a poder arreglarse solo. Era un distraído. Un estudioso. Pensé que no iba a poder arreglarse a solas. Yo era grande, tenía once años y entendía que debía cuidar de él. Después de dos semanas en el tren también nos separaron. Fue como si me echaran el peso del mundo encima. Me cerré, me quedé encerrado en mí mismo. No me interesó ya nada. Sentía que todo se había terminado. Tenía miedo. Mi ser estaba desnudo. Solo. Fragmentado. No deseaba nada. Nada. Después me desperté a la fuerza y me convertí en una especie de bestia. Un instinto vivo. Un caballo con el yugo al cuello, arrastrando cadáveres a los crematorios. Hurtaba comida. Robaba de todo. ¿Cómo pueden los padres hacer algo así...cómo pueden abandonar a un niño solo?

Recién ahora, últimamente, me sigo preguntando eso una y otra vez…No logro encontrar respuesta. No volví a pensar en mis padres desde entonces. No recordaba. Me había prohibido recordar. Todo en mí se había acabado desde aquel momento en que mama despareció. Se habían terminado mis sentimientos. Desde aquel momento estuve solo. Hasta este viaje con estos chicos. Ahora. Cuando hablas a veces con tus padres, cuando te diriges a ellos, yo no siento nada. No siento. Soy huérfano. Cómo pueden los padres hacer algo asi? Piensa en nuestras gemelas, que no dejan de cuidarme durante todo el viaje.


Sólo ahora, gracias al viaje con estos jóvenes, esta nueva familia que me nació en el viaje, se me despierta algo antiguo, algo de aquella antigua ternura. Hasta este viaje había cortado todo, había bajado un telón, como si hubiera decidido que tras él no existía nada, que tras él jamás existió nada, que todo era vacío, limpio…Ya lo sabes, ninguna memoria quedó en mi de los años de antes de. No el jardín de la infancia. No la escuela. Una vez un caballo me desgarró la camisa. Fuera de eso, nada. Todo borrado. ¿Cómo pueden los padres abandonar así a sus hijos? Hubieran podido huir conmigo, si lo hubieran pensado a tiempo ¿no es asi?
A Israel llegué para volver a empezar. Guardé silencio. No tenía nada que decir. ¿Quién me hubiera creído? Una vez, mientras viajaba en autobús, iba sentada a mi lado una muchacha, que me preguntó qué era ese numero que llevaba grabado en la mano. Le dije que era un numero de telefono que había anotado para no olvidarlo y ella se lo creyó. Como bien sabes, no he vuelto jamás a este lugar desde que me separaran de mis padres en la estación de tren. Hoy, junto a estos chicos, me quebré. Por primera vez todo volvió. Recité la plegaria de Kadish. Pronuncié la palabra "mama". Por primera vez, al lado de todos, dije "mama" y lloré. "Vencí, gané, mama, ¡estoy vivo!" Y lloré, y todos lloraron conmigo. Todos lloran conmigo ahora, mama.





Grandes Obras de
El Toro de Barro


PVP: 10 euros Pedidos a:
edicioneseltorodebarro@yahoo.es




Berko es el seudónimo bajo el que se esconde el anciano real que escribió esta carta y quien, siendo todavía un niño, logró sobrevivir al infierno de Auschwitz. En un dramático–y real– camino de retorno, él y otros supervivientes volvieron de nuevo a aquel Apocalipsis con un grupo de estudiantes israelíes de secundaria, en el que se encontraban sus hijas. El encontronazo de dos generaciones distintas con aquella memoria de dolor provocó una gigantesca catarsis individual, cuya historia fue relatada por la psicóloga infantil Amela Einat en La cicatriz del humo, una novela que fue incorporada por la Editorial El Toro de Barro a su Biblioteca del Holocausto, y de cuyas páginas se ha extraído esta conmovedora epístola real, que pone de manifiesto la pervivencia real del Holocausto en todas las generaciones del Israel contemporéno.


Amela Einat.



"El Profeta", de Carlos Morales. De su Libro "S". Ilustración Leonardo da Vinci