viernes, 17 de febrero de 2012

"Carta en mano" de Julio Cortázar a Felisberto Hernández








«... las más sutiles relaciones de las cosas, la dama sin ojos de los más antiguos elementos; el fuego y el humo inaprensibles; la alta cúpula de la nube y el mensaje del azar en una simple hierba; todo lo maravilloso y oscuro del mundo estaba en ti...»

Felisberto, tú sabes (no escribiré "tú sabías"; a los dos nos gustó siempre transgredir los tiempos verbales, justa manera de poner en crisis ese otro tiempo que nos hostiga con calendarios y relojes), tú sabes que los prólogos a las ediciones de obras completas o antológicas visten casi siempre el traje negro y la corbata de las disertaciones magistrales, y eso nos gusta poquísimo a los que preferimos leer cuentos o contar historias o caminar por la ciudad entre dos tragos de vino. Descuento que esta edición de tus obras contara con los aportes críticos necesarios; por mi parte prefiero decirles a quienes entren por estas páginas lo que Antón Webern le decía a un discípulo: "Cuando tenga que dar una conferencia, no diga nada teórico sino más bien que ama la música". Aquí para empezar no habrá ni sospecha de conferencia, pero a vos te divertirá el buen consejo de Webem por la doble razón de la palabra y la música, y sobre todo te gustara que sea un músico el que nos abra la puerta para ir a jugar un rato a nuestra manera rioplatense.
Esto de abrir la puerta no es un mero recuerdo infantil. En estos días en que andaba dándole la vuelta a la máquina de escribir como un perrito necesitado de árbol, encontré cosas tuyas y sobre vos que no conocía en los remotos tiempos en que por primera vez leí tus libros y escribí páginas que tanto te buscaban en el terreno de la admiración y del afecto. Y te imaginarás mi sorpresa (mezclada con algo que se parece al miedo y a la nostalgia frente a lo que nos separa) cuando llegué a un epistolario recogido por Norah Giraldi, en el que aparecen las cartas que le escribiste a tu amigo Lorenzo Destoc mientras hacías una gira musical por la provincia de Buenos Aires. Como si nada, sin el menor respeto hacia un amigo como yo, fechas una carta en la ciudad de Chivilcoy, el 26 de diciembre de 1939. Así, tranquilamente, como hubieras podido fecharía en cualquier otro lado, sin demostrar la menor preocupación por el hecho de que en ese año yo vivía en Chivilcoy, sin inquietarte por la sacudida que me darías treinta y ocho años más tarde en un departamento de la calle Saint-Honoré donde estoy escribiéndote al filo de la medianoche.
No es broma, Felisberto. Yo vivía entonces en Chivilcoy, era un joven profesor en la escuela normal, vegeté allí desde el 39 hasta el 44 y podríamos habernos encontrado y conocido. De haber estado a fines de ese diciembre no hubiera faltado al concierto del Terceto Felisberto Hernández, como no faltaba a ningún concierto en esa aplastada ciudad pampeana por la simple razón de que casi nunca había concierto, casi nunca pasaba nada, casi nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar instrucción cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la Pensión Varzilio. Pero habían empezado las vacaciones de verano y yo aprovechaba para volver a Buenos Aires donde me esperaban mis amigos, los cafés del centro, amores desdichados y el último número de Sur. Vos tocaste con tu terceto en eso que llamas a secas "el club" y que conocí muy bien, el Club Social de Chivilcoy detrás de cuyo amable nombre se escondían las salas donde el cacique político, sus amigos, los estancieros y los nuevos ricos se trenzaban en el póquer y el billar. Cuando en tu carta le decís a Destoc que la discusión para que te aceptaran y te pagaran el concierto se libró junto a una mesa de billar, no me enseñas nada nuevo porque en ese club todas las cosas se libraban así. Muy de cuando en cuando, a regañadientes pero obligados a cuidar la fachada de las "actividades culturales", los dirigentes accedían a un concierto o a una velada presuntamente artística, que pagaban mal y sin ganas y que escuchaban apoyándose entredormidos en el hombro de sus nobles esposas.
Si te hablara de algunas cosas que vi y escuché en esos tiempos no te sorprenderían demasiado y en todo caso te divertirían, vos que les contabas tantos cuentos a tus amigos como un preludio para aflojar los dedos antes de refugiarte en tu cuarto de hotel y escribir tus cuentos, justamente ésos que hubiera sido imposible contar sin destruir su razón más profunda. En esos mismos salones donde tocaste con tu terceto yo escuché, entre otras abominaciones, a un señor que primero contempló al público con aire cadavérico (probablemente tenía hambre) y luego exigió silencio absoluto y concentración estética pues se disponía a interpretar la... sinfonía inconclusa de Schubert. Yo me estaba frotando todavía los oídos cuando arrancó con un vulgar potpourri en el que se mezclaban el Ave María, la Serenata, y creo que un tema de Rosamunda; entonces me acordé de que en los cines andaban pasando una película sobre la vida del pobre Franz que se llamaba precisamente La sinfonía inconclusa, y que este desgraciado no hacía más que reproducir la música que había escuchado en ella. Inútil decirte que en el selecto público no hubo nadie a quien se le ocurriera pensar que una sinfonía no ha sido escrita para el piano.
En fin, Felisberto, ¿vos te das cuenta, te das realmente cuenta de que estuvimos tan cerca, que a tan pocos días de diferencia yo hubiera estado ahí y te hubiera escuchado? Por lo menos escuchado, a vos y al "mandolión" y al tercer músico, aunque no supiera nada de vos como escritor porque eso habría de suceder mucho después, en el cuarenta y siete, cuando Nadie encendía las lámparas. Y sin embargo creo que nos hubiéramos reconocido en ese club donde todo nos habría proyectado el uno hacia el otro, yo te habría invitado a mi piecita para darte cana y mostrarte libros y quizá, vaya a saber, alguno de esos cuentos que escribía por entonces y que nunca publiqué. En todo caso hubiéramos hablado de música y escuchado los discos que yo pasaba en una vitrola más que rasposa pero de donde salían, cosa inaudita en Chivilcoy, cuartetos de Mozart, pailitas de Bach y también, claro, Gardel y Jelly Roll Morton y Bing Crosby. Sé que nos hubiéramos hecho amigos, y anda a imaginar lo que habría salido de ese encuentro, cómo habría incidido en nuestro futuro después de conocernos en Chivilcoy; pero claro, justamente entonces yo tenía que irme a Buenos Aires y a vos se te ocurría elegir ese hueco para dar tu concierto. Fíjate que las órbitas no solamente se rozaron ahí sino que siguieron muy cerca durante una punta de meses. Por tus cartas sé ahora que en junio del 40 estabas en Pehuajó, en julio llegaste a Bolívar, de donde yo había emigrado el año anterior después de enseñar geografía en el colegio nacional, horresco referens. Andabas dando tumbos musicales por mi zona, Bragado, General Villegas, Las Flores, Tres Arroyos, pero no volviste a Chivilcoy, la batalla junto a la mesa de billar había sido demasiado para vos. Todo eso asoma ahora en tus cartas como de un extraño portulano perdido, y también que en Bolívar paraste en el hotel La Vizcaína, donde yo había vivido dos años antes de mi pase a Chivilcoy, y no puedo dejar de pensar que a lo mejor te dieron la misma pieza flaca y fría en el piso alto, allí donde yo había leído a Rimbaud y a Keats para no morirme demasiado de tristeza provinciana. Y el nuevo propietario, que se llamaba Musella, te acompañó sin duda hasta tu pieza, frotándose las manos con un gesto entre monacal y servil que bien le conocí, y en el comedor te atendió el mozo Cesteros, un gallego maravilloso siempre dispuesto a escuchar los pedidos más complicados y traer después cualquier cosa con una naturalidad desarmante. Ah, Felisberto, qué cerca anduvimos en esos años, qué poco faltó para que un zaguán de hotel, una esquina con palomas o un billar de club social nos vieran damos la mano y emprender esa primera conversación de la que hubiera salido, te imaginas, una amistad para la vida.
Porque fíjate en esto que mucha gente no comprende o no quiere comprender ahora que se habla tanto de la escritura como única fuente válida de la crítica literaria y de la literatura misma. Es cierto que a mí no me hizo falta encontrarte en Chivilcoy para que años más tarde me deslumbraras en Buenos Aires con El acomodador y Menos Julia y tantos otros cuentos; es cierto que si hubieras sido un millonario guatemalteco o un coronel birmano tus relatos me hubieran parecido igualmente admirables. Pero me pregunto si muchos de los que en aquel entonces (y en éste, todavía) te ignoraron o te perdonaron la vida, no eran gentes incapaces de comprender por qué escribías lo que escribías y sobre todo por qué lo escribías así, con el sordo y persistente pedal de la primera persona, de la rememoración obstinada de tantas lúgubres andanzas por pueblos y caminos, de tantos hoteles fríos y descascarados, de salas con públicos ausentes, de billares y clubs sociales y deudas permanentes. Ya sé que para admirarte basta leer tus textos, pero si además se los ha vivido paralelamente, si además se ha conocido la vida de provincia, la miseria del fin de mes, el olor de las pensiones, el nivel de los diálogos, la tristeza de las vueltas a la plaza al atardecer, entonces se te conoce y se te admira de otra manera, se te vive y convive y de golpe es tan natural que hayas estado en mi hotel, que el gallego Cesteros te haya traído las papas fritas, que los socios del club te hayan discutido unas pocas monedas entre dos golpes de billar. Ya casi no me asombra lo que tanto me asombró al leer tus cartas de ese tiempo, ya me parece elemental que anduviéramos tan cerca. No solamente en ese momento y esos lugares; cerca por dentro y por paralelismos de vida, de los cuales el momentáneo acercamiento físico no fue más que una sigilosa avanzada, una manera de que a tantos años de una mesa de billar, a tantos años de tu muerte, yo recibiera fuera del tiempo el signo final de la hermandad en esta helada medianoche de París.
Porque además también viviste aquí, en el barrio latino, y como a mí te maravilló el metro y que las parejas jóvenes se besaran en la calle y que el pan fuera tan rico. Tus cartas me devuelven a mis primeros años de París, tan poco tiempo después que vos; también yo escribí cartas afligidas por la falta de dinero, también yo esperé la llegada de esos cajoncitos en los que la familia nos mandaba yerba y café y latas de carne y de leche condensada, también yo despaché mis cartas por barco porque el correo aéreo costaba demasiado. Otra vez las órbitas tangenciales, el roce sigiloso sin que nos diéramos cuenta; pero qué querés, a mí me tocaría encontrarte en tus libros y a vos no encontrarme en nada; en ese territorio en que habitamos eso no tuvo ni tiene importancia, como no la tiene el que ahora yo no lleve esta carta al correo. De cosas así vos sabías mucho, bien que lo mostrás en Las manos equivocadas y en tantos otros momentos de tus relatos que al fin y al cabo son cartas a un pasado o a un futuro en los que poco a poco van apareciendo los destinatarios que tanto te faltaron en la vida.
Y hablando de faltas, si por un lado me duele que no nos hayamos conocido, más me duele que no encontraras nunca a Macedonio y a José Lezama Lima, porque los dos hubieran respondido a ese signo paralelo que nos une por encima de cualquier cosa, Macedonio capaz de aprehender tu búsqueda de un yo que nunca aceptaste asimilar a tu pensamiento o a tu cuerpo, que buscaste desesperadamente y que el Diario de un sinvergüenza acorrala y hostiga, y Lezama Lima entrando en la materia de la realidad con esas jabalinas de poesía que decosifican las cosas para hacerlas acceder a un terreno donde lo mental y lo sensual cesan de ser siniestros mediadores. Siempre sentí y siempre dije que en Lezama y en vos (y por qué no en Macedonio, y qué hermoso saberlos a todos latinoamericanos) estaban los eleatas de nuestro tiempo, los presocráticos que nada aceptan de las categorías lógicas porque la realidad no tiene nada de lógica, Felisberto, nadie lo supo mejor que vos a la hora de Menos Irene y de La casa inundada.
Bueno, se me acaba el papel y ya sabemos que el franqueo es caro, por lo menos el que paga el lector con su atención. Acaso hubiera sido preferible callar cosas que siempre supiste mejor que los demás, pero confesa que la historia de la sinfonía inconclusa te hizo reír, y que seguro te gustó saber que habíamos estado tan cerca allá en las pampas criollas. Esta carta te la debía aunque no sea ni de lejos las que te escriben otros más capaces. A mí me pasó lo que vos mismo dijiste tan bien: "Yo he deseado no mover más los recuerdos y he preferido que ellos durmieran, pero ellos han soñado". Ahora llega el otro sueño, el de las dos de la mañana. Dejame que me despida con palabras que no son mías pero que me hubiera gustado tanto escribirte. Te las escribió Paulina también de madrugada, como un resumen de lo que había encontrado en vos: Las más sutiles relaciones de las cosas, la dama sin ojos de los más antiguos elementos; el fuego y el humo inaprensibles; la alta cúpula de la nube y el mensaje del azar en una simple hierba; todo lo maravilloso y oscuro del mundo estaba en ti.

Te querrá siempre
Julio Cortázar

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Carta de Julio Cortázar a Edith Aron, la "Maga"

Carta de Cortázar a un señorita en París

Carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik

Carta de Julio Cortázar a Edith Aron, la "Maga" (Fragmento)




 

 Grandes Obras de 
El Toro de Barro

Shamer Khair, en Carlos Morales COEXISTENCIA, Antología de la poesía israelí -árabe y hebrea- contemporánea.
2ª Edición. PVP 10 euros 
edicioneseltorodebarro@yahoo.es

En todo lugar
hay un precipicio para los valientes
y una sombra para los exhaustos
y un manantial volcando su frialdad.
En todo amanecer
hay rocío para los temblorosos
y luz para los amantes
y frías piedras y salvajes pastos.
En todo anochecer
hay sosiego para los tempestuosos
y liviandad para los solitarios
y una roca para los que yacen al final del camino.

Otros poemas de







"El Profeta", de Carlos Morales. De su Libro "S". Ilustración Leonardo da Vinci





 
Los muchos dineros que costaba el franqueo postal en aquellos años, impidieron a Julio Cortázar hacer llegar esta larga carta a su destinatario, escrita en una madrugada de París allá por los ochenta y dirigida a su amigo y gran cuentista y músico uruguayo Felisberto Hernández, que había muerto 17 años antes. En ella, el autor de Rayuela relata los hilos dorados que le unieron a la mano que talló Menos Irene muchos años antes de que compartieran su primer mate caliente, bien aderezado con música y palabras. La carta aparece recogida en la Obra crítica de Cortázar (Alfagara), aunque nosotros la rescatamos de la casa inundada de Patricia Damiano, cuyas habitaciones -llenas de lugares secretos y no pocos placeres- conviene transitar en la hora que no es de los búhos ni de las alondras...















14 comentarios:

Mityu dijo...

¿Es de veras esto una carta? Tiene ese mágico sabor de quien conversa, y mezcla detalles, y trae a otros a la mesa, y comparte, y se agranda mientras habla, mientras recuerda, mientras inventa.

En la primavera de 1984 asistí a una fiesta en honor a Cortázar, que se celebraba en la Universidad. Hacía poco tiempo había visto una entrevista que le habían hecho en la tele. Nada era fiesta. Sólo su nombre.

Clarice Baricco dijo...

Me da gusto que compartas cartas que no conozco.

Tuve la fortuna de conocer a Cortázar y pedirle un autógrafo cuando vino a Xalapa.

Seguimos...

Abrazos

Tania dijo...

Querido Carlos,

Las cosas que, tan cuidadosamente, eliges para compartir con nosotros me hablan de lo mucho que pones de tu corazón en este hacer. Y te lo agradezco tanto, porque me emociono y aprendo...

Esta carta es preciosa, la imprimi otro día y hoy no resistí en volver a sumergir en esos sentimientos que pasean por las palabras de Cortazar. Muy preciosa.
Y también acabé por recordarme que hace algun tiempo, en visita a un blog amigo, me emocionó una carta hablada de Susana Rinaldi al mismo Cortazar. Dijo ella que el amigo, depués que fue a vivir en otra existencia, siempre vuelve en sus sueños, y en todos ellos, le pide que le escriba... (si acaso quieres escucharla, está aquí: http://dondeseposaelsol.blogspot.com/search?q=cortazar).

Bueno, y te dejo otro abrazo.

el nombre... dijo...

que lindo leer a un Cortázar tan íntimo, tan humano, tan excento a los desencuentros como "cualquier mortal".
La sentí muy próxima.
Gracias, por compartirla.
Un lujito para esta tarde mía llena de ganas de descubrir-te!

besos

Kosmonauta del azulejo dijo...

Esa obsesión tan cortasiana (quizá el verdadero Oliveira) por los espacios, que se acortan siempre por la magia de los sentimientos, es algo que me encanta.

Un abrazo

www.lacoctelera.com/blog-magog

Pedro M. Martínez dijo...

Leo a Cortázar, ahí, donde tú escogiste, y siento hombrecitos que se me desmayan en algún lugar del pecho, dentro. Transito la carta arriba y abajo y una especie de río placentero me acaricia eso que llaman alma, o sentimiento, o emoción, lo que no es brazo, bazo, intestinos, esófago, o sí. Enciendo otra vela frente al altar de quién escribe así, tan natural, tan hondo, tan atrapándome del bigote y arrastrándome líneas abajo, gozando, doliéndome con tamañas historias, tan ricas, tan de hombres como cualquiera, buscando, dibujando cuentos con lápices azules, me lleno de luces, me inflamo, me gusta tanto Cortázar.
Y luego te veo, ahí detrás, sonriendo, astuto. Sabes que hoy, también hoy, escogiste una carta mágica, que nos has vuelto a atrapar. Claro, conoces las reglas de la partida, nos das ordago con 31 de mano. ¡Quiero! (y sé que pierdo).
Mi saludo agradecido.

Camille dijo...

Siempre es un placer visitarte. Pero, en esta ocasión, con esta joya de Cortázar, con esta poesía hecha sentimiento apretado, hecha alma que llega y toca y perdura, lo es más.
Grande Cortázar. Muy grande.

Besos

Anónimo dijo...

Qué bueno que tengas un blog dedicado sólo a las cartas que se han escrito. Me quedo por aquí leyendo...

Anónimo dijo...

Carlos, soy Sirena Varada. Llegué aqui a traves de tus otros blogs. Una delicia leerte, amigo. Por cierto, sales guapísimo en la foto. Besos infinitos..

M:I:G:U:E: :P:A:R:I:S dijo...

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QUE INTIMO RICON QUE NUTRE LA INSPIRACION. AGRADEZCO ESTOS APORTES SOBRE EL GENERO EPISTOLAR, UNA FASCINACION POR LA INTIMIDAD DE LAS CARTAS QUE SON CASI COMO LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA.
EL REFRESCO QUE ACUDE EN LA MIRADA DE ESTA SELECCION ME GRATIFICA, Y SUELO DIVAGAR AL LEER ESTAS LINEAS.

UN ENERGICO ABRAZO, DESDE AQUI.

MIGUE!
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PERSA dijo...

Emocionada con tanta epístola y tanto Julio y Felisberto y todo esto... saludos desde tierras aztecas que sueñan con abedules y patos raros.

Persa

Rembrandt dijo...

Hola Carlos,

soy de Argentina y he llegado a tu blog casi por casualidad mientras navegaba leyendo cuánto encontraba de Córtazar. Fue una agradable sorpresa descubir este sitio ya que casi sin querer me he quedado un largo rato leyendo lo que has publicado. Te seguiré visitando, espero sigas posteando.

Te saluda
REM

Andrabaltza dijo...

Deliciosa. A Cortázar no lo lees, con él compartes caminata, tacita de café, juego, sonrisa, pena...es tan amigo, este grandote barbón que puede acompañarte la vida entera contándote cosas y haciéndote creer en las asociaciones significativas más delirantes...
Lo conocí siendo casi una niña en el 71 cuando viajó a Chile y aunque le hice una pregunta que él contestó cumplidamente, no quise acercarme y menos pedirle un autógrafo...ya éramos demasiado íntimos para eso;)...Había ya leído " Historias de cronopios Famas" , "Los premios", "Instrucciones para subir una escalera" y nuestra historia estaba recién comenzando.
Yo también le he escrito muchas cartas como ésta suya a Felisberto y su manera, nunca ha dejado de responderme. La última vez fue con una rayuela que me encontré dibujada cerca del puerto, en una visita a Montevideo...
Nada, que gracias, Carlos por hacer de mensajero...
Besos!!

Unknown dijo...

Hay escritores en los que uno se encuentra, pero no porque se los imite sino porque uno halla, tanto en lo que dicen como en cómo dicen, lo más propio en ellos. Cortazar y Filisberto Hernández son dos de esos, para mí, como para muchos otros. Yo intuía, al leerlos una conexión más allá de la de la otra orilla; gracias a esta carta no sólo me reencontré con los autores sino que hallé la razón ese lazo que los unía. Gracias y mis más verdaderas felicitaciones por tu maravilloso blog.