Cuando no estás mi voz suena más frágil, tiene un timbre menor al que te explica que acabas de cumplir noventa años
Querido padre:
En tus ojos no hay luz desde hace veinte años, por eso leo por ti que el poeta José Ángel Valente describió con preciso lenguaje una mezcla de sensaciones que me asalta cada vez que visito la umbría de tu casa: “toda forma de realidad nos obliga a modificar nuestro sistema de percepción y expresión”. Es verdad: a tu lado soy otro.
En tus ojos no hay luz desde hace veinte años, por eso leo por ti que el poeta José Ángel Valente describió con preciso lenguaje una mezcla de sensaciones que me asalta cada vez que visito la umbría de tu casa: “toda forma de realidad nos obliga a modificar nuestro sistema de percepción y expresión”. Es verdad: a tu lado soy otro.
Cumples noventa años y tanteo para recuperar indicios de un pasado que
nos une en soledad, como dos náufragos perdidos en el mismo mar. Los rasgos
físicos que me atribuyes ya no existen, aparte de las inevitables gafas de
miope y la caricia perpetua de tus manos frías sobre mi barba, ahora tan corta
y cana. Hoy mirarías con perplejidad mi pelo blanco desde el fondo de tus ojos
ciegos; el pelo blanco que tú tuviste desde muy joven y que acrecienta el
parecido físico con tus fotografías de la época.
La normalidad de tu estatura ha ido encogiendo, como si tu cuerpo se
hubiese gastado y reclamara descanso en algún sitio. Cuando pongo mi brazo
sobre tu hombro, comentas con orgullo esa fortaleza protectora, como si no
supieses que nunca fui a un gimnasio y que mis músculos son sólo el espejismo
que formulo para subrayar la cercanía.
Tampoco entiendes el severo sentido de mi tiempo; ese estar y no estar,
esa avaricia que somete al reloj a estricta disciplina, como si los trabajos y
los días fueran una tarea prometeica que consume el devenir diario: tantas
clases, tanta literatura… Y yo me justifico y no dejo una pausa al
ensimismamiento del silencio. Sé que miras mejor cuando me escuchas, que lleno
tu retina de sucesos, que alumbro pensamientos y emparento conductas con difusos
recuerdos que regresan vestidos de optimismo.
Mis historias hilvanan argumentos que fueron y no fueron, que trazo para
que sepas que mis días están llenos de asombro. ¿Cómo explicarte que cada vez
más mis horas son un tiempo consumido frente al ordenador o junto a un libro?
Así que un yo ajeno a mi torpeza sedentaria desayuna temprano, visita el
instituto con rigurosa puntualidad, llena las clases de fenicios y griegos y
romanos, asciende por los ríos de la Bética, torna a Asturias, observa el
clima, el suelo y el relieve y concluye las clases dejando en los alumnos que me
escuchan un no sé qué que queda balbuciendo. Por la tarde algún viaje al
cercano Madrid, no para comprar libros, sino para gozar del caos urbano que
tanto juego da en los telediarios de las nueve. Y luego está la casa y mi
familia –qué suerte, que yo quiera y que me quieran…- y ese rincón propicio
para ocultar desánimos que habita en cada página.
Cuando no estás mi voz suena más frágil, tiene un timbre menor al que te
explica que acabas de cumplir noventa años y que hace mucho tiempo, en 1997
escribí en el libro Causas y efectos un poema que no rima y que nunca has leído. Ahora
lo dejo entre tus manos para que ponga unas palabras de gratitud en esta lenta
progresión hacia la sombra:
Mi padre ponderaba la eficacia
como un tesoro extraño y
valiosísimo,
escondido en el vientre de la
tierra.
Solía levantarse muy temprano,
con el tic-tac grabado en la
memoria,
y dilataba oscuro una jornada
que concluía laso y taciturno.
Era su empeño inmune al frío o la
canícula.
Por él estuve interno tantos años
con la sola misión de hacerme un
hombre.
(Entendamos, un hombre de
provecho,
un atinado buscador de logros.)
Mas el esfuerzo no valió la pena.
Él no tiene conciencia del
fracaso.
Descubrió en la derrota
una patria feliz, compensatoria.
***
José Luis Morante (El Bohodón , Ávila, 1956) ha publicado los poemarios: Rotonda con estatuas, Enemigo Leal, Población activa, Causas y efectos, Largo recorrido, La noche en blanco y la antología Mapa de Ruta. Entre sus libros en prosa destacan Protagonistas y secundarios, Palabras adentro, el diario Reencuentros y el libro de aforismos Mejores días. Ha preparado ediciones críticas de Luis Felipe Comendador, Herme G. Donis, Joan Margarit y Luis García Montero. Ejerce la crítica literaria en diferentes publicaciones. Su espacio en la red son Los Puentes de
Papel, que recogen una gran parte de su trabajo crítico.
2 comentarios:
¡Qué coincidencia! últimamente he estado sumiéndome en la umbra de la melancolía por el recuerdo de mi madre, la memoria es el hilo conductor de nuestra vida, mientras sobrevive. Los años la vuelven cada día más débil. Esta carta dice grandes y sencillas verdades.
¡Qué profundamente real esa intimidad padre-hijo que yo también gocé siempre con mi madre. Tejer historias, inventar mundos para que puediera segur viviendo cuando la vida se le puso triste...¡Ay, ese cambio sutil que vivimos a su vera y que mantiene una esquita intocada en nosotros! Para ellos no hay canas ni gafas que valgan...hay siempre fuerza y vitalidad que reafirma la suya y a nosotros, por ellos, nos ayuda aq reafirmarla.
Muchas veces, ahora que ella ya no está, siento que he he perdido una jovialidad linda que parece ya no tener destinatario...
Carlos, siempre pregunto cómo estás? Es extraño tu absoluto silencio y para mí, inquietante...
Di...¡Hola!
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