sábado, 30 de julio de 2011

Carta de R. M. Rilke a Lou Andreas Salome



"Cuando despierto por las mañanas aparece ante mi ventana abierta la montaña tranquila, tendida en el espacio puro. ¿Cómo me las arreglo para que esto no me conmueva lo más mínimo?"

Ronda, España, Hotel Reina Victoria, 19 de Dbre. 1912.


Querida Lou:
... Emprendí viaje hacia el sur, me detuve asombrado ante Córdoba, tuve tiempo para percatarme que Sevilla no me decía nada, y algo me llevó a Ronda. Y heme aquí ahora donde, en un ambiente no menos increíble espero tan sólo una mejor repartición de la sangre bajo la influencia del aire puro de altura que, procedente de las montañas abiertas en círculo, acaricia por todas partes esta ciudad encaramada también sobre rocas escarpadas.
Cuando despierto por las mañanas aparece ante mi ventana abierta la montaña tranquila, tendida en el espacio puro. ¿Cómo me las arreglo para que esto no me conmueva lo más mínimo? Hace cuatro o cinco años nada más, un amanecer, durante la travesía de Capri en dirección a Nápoles, era capaz de transformarme de arriba abajo en puro gozo, en un gozo completamente nuevo, nunca antes experimentado, un gozo que brotaba de mí y llegaba a todos los seres como el hallazgo de una fuente. Y ahora estoy sentado aquí y miro y miro hasta dolerme los ojos, y trato de grabarme lo que estoy viendo y me lo repito como si tuviera que aprenderlo de memoria, y, a pesar de todo, no lo hago mío y soy sencillamante como uno cualquiera al que esto le estuviera vedado.

Debo decirte, Lou, que tengo la sensación como si lo que a mí tal vez me podría ayudar fuese un ambiente semejante al que he tenido a tu lado en Schmagendorf: largos paseos por el bosque, correr descalzo y dejar crecer la barba día y noche, un cuarto templado, y la luna tantas veces como se digne salir, y las estrellas, si es que las hay, de lo contrario arrellanarse cómodamente en el asiento y oir la lluvia o la tempestad como si eso fuese Dios mismo.
Cuando hagas algún viaje, querida Lou, acuérdate y toma nota por si ves algún lugar donde esto pudiera ser factible. A veces pienso en la Selva Negra, en la comarca de Triberg, en Rippoldsau; otras veces pienso de nuevo en Suecia, como, por ejemplo, en casa de Ellen Key (pero mejor quisiera no estar "en casa" de nadie), o en su cercanía junto a un lago en medio de los bosques, o en la proximidad de una pequeña ciudad universitaria alemana, pues tener libros, o mejor todavía, una persona con quien se pudiera aprender, eso sería, naturalmente, ideal.





Todavía se conserva en las escarpaduras de Ronda el viejo Hotel Reina Victoria, del que hemos encontrado una fotografía datada más o menos en la misma época en que lo ocupó Rilke. En él, incluso, se conserva intacta la habitación que habitó el gran poeta, tal y como él la dejó, y en donde bien pudo haber escrito esta carta a su amada Lou Andreas Salamé, de la que dejamos aquí una muy poco vista fotografía, y la personificación que de ella hizo la grandísima actriz de mi devoción  Dominique Sanda.
    

miércoles, 27 de julio de 2011

Carta a Adolf Hitler de la Baronesa Else Hagen von Kilvein


Carlos Morales (el judío) y Julio Clemente Lourtau (el nazi) e
n diferentes momentos de la representación de la obra de teatro 
Guantes de Piel humana....


"No tengo otro Dios que usted, y ningún otro Evangelio que su doctrina. Soy suya hasta la muerte"


Herr Hitler: 


No tengo en claro cómo debo empezar esta carta. Largos, largos años de difíciles experiencias, de tormentos y preocupaciones humanas, de desconocimiento de mí misma, de búsqueda de algo nuevo, todo ello ha pasado de golpe en el instante en que he comprendido que lo tengo a usted, Herr Hitler. Sé que usted es una grande y poderosa personalidad, y yo sólo una mujer sin importancia, que vive en un lejano país extranjero, del que quizás no podré alejarme, pero debe comprenderme. ¡Cuán grande es la felicidad si se encuentra de pronto la meta de la vida, si de pronto un rayo de luz clara penetra las nubes tenebrosas y se vuelve más y más clara! Así conmigo : todo está tan iluminado por un gran amor, el amor a mi Führer, a mi maestro, que a veces quisiera morir teniendo su imagen ante mí, para que no pueda ver más nada que no sea usted. Le escribo no como canciller de un poderoso imperio –quizás no tengo derecho a ello–, le escribo sencillamente a un ser humano que me es querido y que siempre lo será hasta el fin de mi vida. No sé si usted cree en la mística, en algo superior que nos rodea y permanece invisible y que sólo se puede sentir. Yo creo en ello, siempre creí en ello y siempre creeré en ello. Sé que hay algo en el mundo que vincula mi vida con la suya.
¡Dios mío, que no pueda yo sacrificar mi vida por usted, a pesar de que mi mayor felicidad sería morir por usted, por su doctrina, por sus ideas, mi Führer , mi noble caballero, mi Dios!
Es muy posible que estas líneas no le alcancen nunca, Herr Hitler, pero no me arrepiento de escribir esta carta. En estos instantes experimento una alegría tan maravillosa, una seguridad y una paz tales en mi lucha moral, que hasta en ellas encuentro mi felicidad.
No tengo otro Dios que usted, y ningún otro Evangelio que su doctrina. 
Suya hasta la muerte, Baronesa Else Hagen von Kilvein.












Las fotografías han sido tomadas de la representación  en Tarancón de la obra GUANTES DE PIEL HUMANA,   en la que se escenifica el encuentro entre un nazi y su víctima, interpretados ambos por Julio Clemente Lourtau (el nazi) y Carlos Morales (el judío armenio). Aquí  podéis ver un amplio resumen del guión y del montaje escénico final, que tuvo lugar en noviembre de 2007 
Decir, por lo demás, que la carta fue obtenida en un interesantísimo artículo  Ricardo Bada publicado en México con motivo de la edición de las Cartas a Hitler en el año 2007, un extenso trabajo antológico que vino de la mano de Henrik Eberle. 









lunes, 25 de julio de 2011

Carta en Venecia de Begoña Eguiluz a un radiante enmascarado

 


"Hemos elegido una patria que se hunde inevitablemente... y nos gusta el vaivén. Pensamos que en lo hondo está ese reino, en que se reúnen todas las bellezas y que nosotros seremos parte. Nos abrigamos por el légamo de esos sueños…yo te abrigo… no te quites nunca la máscara. Yo también defenderé la mía hasta el final".

 Te estoy mirando y sé que todavía te acuerdas de la rosa balanceándose junto al Rialto, aquella primera madrugada de enero... yo también. La arrojé al Canal, justo al saltar al vaporetto cuando ya nos íbamos.
No tengo más que nombrarte San Michele y sé que sentirás el aire marino de los cipreses y verás como yo, apenas desvaída, la difícil caligrafía de las tumbas rusas y los guijarros que pusimos sobre la losa de Ezra Pound... sé que también podría nombrarte la luna llena de invierno, sobre un san Marcos desierto, pero seguro que entonces tus recuerdos volverían a querer entumecerse, en la intemperie del vaporetto enfilando ahora hacia el puente de La Academia, mientras hacías el recuento gozoso de las guirnaldas navideñas rebrillando tenues en el interior de aquellos palazzos tan solos.
Si te nombro el Lido no habrá en ti resonancia...mejor dicho, la mínima que hubiera, se detendría en el momento mismo en que Asenbach mira por primera vez a Tadzio y el adaggieto de Malher lo acompaña... sin embargo, yo aquí, en este comedor sombreado de palmeras enanas y plata desvaída, no me quedo. Mientras tú te emocionas, yo estoy caminando por la playa desiert... pisando la arena gruesa... sorteando vidrios coloreados y sin aristas... divisando a lo lejos la figura de ese caballero maduro, que camina lentamente con su perro y su soledad. Es otro retrato de Asenbach y me gusta más así, canoso y un poco encorvado.. como también me gusta más la decadencia del hotel de Les Bains y sus ventanas cerradas, donde los visillos movidos por la brisa son pura fantasmagoría …metáfora de la sutilmente sucia nostalgia que ya empiezo a sentir.
...Y si te digo de la Pescheria …y si te nombro el puente del Rialto a la vuelta de la Noche vieja, a punto de empezar a subir esa escalera constelada de estrellas bajas …y si te pronuncio la luz, cuál será la que acuda... la de las últimas horas caminando entre puentes y campillos, reflejandose a ratos en un agua densa, pesada, untuosa... o la primera de aquella mañana del último día, la de la rosa.
Sé. Aprendí en Venecia, que el amor es esa tenue complicidad que hace posible, que nuestros caminos vedados puedan ser transitados por quien amas, simplemente al conjuro de una palabra con sonido de campana ... que es el amor quien pone las señales y quien ayuda a descifrarlas. El desamor comieza cuando se dejan de entender los signos y no hay forma de volver a casa.
Aunque acaso sea todo una ilusión y lo que yo señalo como la Venecia tuya, tan solo sea la insobornablemente mía ... tú no escribes.
Además, en mi visión de la ciudad, únicamente late tu figura, yo solo soy conciencia que te mira.. el tuyo es el único rostro que conozco en Venecia...me observo frente a ti, en la Hostaria del Piccolo Dolo, bebiendo lentamente la última copa de aquel año y en tu mirada me veo hermosa y enigmática... por más que aquella noche, bebieras de mi copa y comieras un trozo de mi stracotto ... y siempre me veo saltando al vaporetto, y a ti mirándome misterioso y bello detrás de la máscara de la paddura, mientras lanzo mi rosa con una parábola perfecta, como quien se desposee del último resto de deleite... y vuelvo a ser tan perfecta como un antiguo mascarón de proa… 
 ...y es entonces, cuando en la bruma de tu mirada verde, empieza otra Venecia mas secreta todavía, que me invento sensual y anhelante solo para mí... (para los dos aunque no te lo confieso. A ti te regalo solo mi mirada cuajada de imágenes secretas).
Me voy de tu brazo como sonámbula, caballero, y bajo contigo a la más negra y abandonada de las góndolas…es de noche y no veo al barquero. Escucho el golpeteo sordo del agua contra la piedra acolchada... ¡qué delicia es mirar sólo tus ojos, tus ojos fijos en mí! Venecia refulge a lo lejos, y tú empiezas a decirme lo que yo quiero que digas, lo que me daría vergüenza pedirte, lo que oír sería el colmo del anhelo a punto de ser saciado...Caballero, dominas todos los matices de la seducción... las caricias delicadas, las insinuaciones más sabiamente obscenas, los nombres más delirantes…
Los dos sabemos que el paseo es un juego delicioso, pero el saberlo no quita un ápice a nuestro deleite. Nunca terminamos de llegar… ¡nunca!... y de nuevo en tus ojos soy hermosa como un jarrón del tiempo de los Ming... Los dos nos sonreímos, porque nadie puede impedirnos subir al salón más suntuoso y absurdo del canal y bailar toda la noche si queremos, a la luz de unas velas que no terminan nunca de despedir sus últimos fulgores...Suena Begin to begin y... cómo te gusto más?...de negro y púrpura?... de verde y oro? ...puedo cambiarme cuando quieras pero siempre, siempre enmascarada.
Poco a poco, mientras cae esta tarde de hoy, voy armando este puzzle al que llamo Venecia y adivino que en algún momento, de alguna otra tarde, me daré cuenta de que todo calza. Entonces dejaré de recordar... mejor dicho, de bordar recuerdos y sentiré esa pena indefinible de quien ha concluido su viaje, y tiene, ya llegada la sucia mañana, dejar caer la máscara y deshacerse de los cansados oropeles...
¡Si supieras cuán extraño es eso de querer avanzar y no llegar!
¿Sabes? Yo siempre quisiera estar así, de pie en la proa del vapporetto, mirándote, mientras la rosa se mece todavía cerca de nosotros... Sí, como entonces, dignos protagonistas de las historias que amo…Pero ya empiezan a traspasarnos las nostalgias y sentimos que algo nos atrae hacia un futuro, que quizá nos mate los sueños y las visiones...

Es el fulgor verdoso de la piedra, son los nombres y el aroma del agua… Hemos elegido una patria que se hunde inevitablemente... y nos gusta el vaivén. Pensamos que en lo hondo está ese reino, en que se reúnen todas las bellezas y que nosotros seremos parte. Nos abrigamos por el légamo de esos sueños…yo te abrigo… no te quites nunca la máscara. Yo también defenderé la mía hasta el final.


Dirigida al que hoy es su esposo y compañero de delirios y aventuras, esta maravillosa carta fue escrita por Begoña Eguiluz, una escritora chilena hija de unos de esos padres vascos que hubieron de abandonar españa tras la guerra civil. Ahora reside en San Sebastían, donde trabaja como profesora de segunda enseñanza de Filosofía y literatura. Entre su obra destacan El libro de Lobodrina (1999), La seña del cantero (1997), y A la altura del lirio (Inédito). También dirige el blog  Andrabaltza, que aconesejamos visitar.



sábado, 23 de julio de 2011

Carta de Mery Sananes a Isadora Duncan


"La emoción no alcanza su momento de expresarse a través de una acción que se apresura; se madura primero, duerme como la vida en la semilla y se desenvuelve despacio y con gentileza."





Isadora


   Te encontré mientras seguía la cambiante línea del horizonte sobre la metáfora de una tempestad. O en aquel amanecer en el que por primera vez me fue revelada la desmesura de un bajel de velas blancas, surcando los acantilados de un mar cuyo azul me escribió por vez primera tu nombre sobre un espejo de agua, una luna creciente o el hilo fosforescente de un cocuyo enamorado.

Perseguía el cometa que nunca aprendí a volar pero que dibujaba en el cielo una vorágine de movimientos. Iba tras un cangrejo que demarcaba su paso en un giro hacia atrás. Un mediodía en el que intentaba deletrear el misterio de las espigas que inundan la tierra con su danza interminable de susurros.  Me prendí de los pliegues de tu túnica, del color de tus ojos, del rumor que manaba de cada uno de tus dedos, en ascenso hacia el plexo solar del universo y supe que había llegado a una estación de la que nunca más partiría.
Busqué tus señas, indagué en tu historial de tiempo, hice el registro de tus andares, pero donde verdaderamente acampé fue en la volatilidad de tus pies descalzos trazando en el aire la respiración de un campo de hierbas o el susurro irefutable del mar. Entre tus manos la música adquiría una sonoridad inédita y en tus movimientos la armonía de la vida redefinía sus trayectos.


La emoción no alcanza su momento de expresarse a través de una acción que se apresura; se madura primero, duerme como la vida en la semillay se desenvuelve despacio y con gentileza.
Parecías tan natural como una ola marina, una flor abriendo sus pétalos, una llovizna cayendo sobre verdes pastos, un tallo invocando la continuidad de la vida, el recinto de un suspiro o la residencia sonora de un jilguero. Trazabas arcos, espirales, como si pudieras hacer del viento un pincel que trazara en colores pasteles el derroche naranja de los atardeceres.

Lo que hacías, en verdad, era enhebrarle un adagio al movimiento natural y armónico de todo lo que vive. Lo reproducías y reinventabas en tu danza para que en su lenguaje pudiera comenzar a hacerse escritura del hombre.

Y en tí vi al pez mecerse en las aguas marinas, al colibrí enamorado del polen, al vuelo rítmico de los ganzos, el alborozo de los palomares, el allegro vivace de las mariposas, la risa de los niños cuando se despliega en sus párpados el asombro.

Y comencé a hurgar en tus propuestas, en ese arte de la danza que te dedicaste a explicar  para dejarnos esa lección de vida que aún no aprendemos. 

Si buscamos la verdadera fuente de la danza, si vamos a la naturaleza, encontramos que la danza del futuro es la danza del pasado, la danza
de la eternidad y ha sido y siempre será la misma.

Tu visión, tu propuesta va mucho más allá del recinto del arte, va al centro del sentido más alto de lo vivo, reencuentra su dimensión esencial, rescata su sentido y lo reintegra como parte fundamental de un ser humano en libertad y en armonía con la naturaleza a la cual pertenece.

No sé si alguna vez y en verdad te han entendido, Isadora. Tu propuesta está demasiado cargada de futuro para que los hombres de estos tiempos, tan domesticados y atados a todo tipo de cercas, seamos capaces de comprender la esencia de lo que dices. Como si hubieras podido desechar de golpe todo lo efímero y formal, todo lo accesorio e intrascendente de lo que estamos hechos.

Rompes los patrones de la vida que nos ha regido por milenios  y devuelves lo humano al tiempo primigenio de un nacimiento que aún está en camino. Si aquel largo tránsito hasta erguirse vertical sobre horizontes que aún no vislumbraba y descubrir la magia incesante de unas manos humanamente móviles significó toda una evolucion de la especie, lo que tú ahora planteas, Isadora, es devolverle a la vida el ritmo vital que el tiempo de una historia ajena le arrebató a su cósmica condicion. Rescatar para los dedos la función de la caricia por encima de toda herida.

Enseñemos primero a los niños a respirar, vibrar, sentir e integrarse con la armonía general y el movimiento de la naturaleza. Primero produzcamos un hermoso ser humano, un niño que danza.
En otras palabras reencontrar el flujo del agua que nos recorre y trazar su cauce  con las ondas del viento. Devolverle a la mirada su perspectiva de infinito. Y al cuerpo humano la movilidad de una gacela que en su armonioso tropel contiene toda la belleza de la danza, que aún el hombre no aprende a liberar.


Desde los avatares de un destino insospechado, lograste encontrar en tu interior la clave en sol de una partitura aún no escrita que, sin embargo,  deletreaste con tus movimientos, como una carta infinita de amor a la humanidad.
Y supiste desde un inicio que esa revelación de lo humano que buscabas, que define y precisa nuestra humana condición, estaba precisamente en la capacidad para ejercer una libertad que tiene como límites las propias leyes de la naturaleza, y como pentagrama el universo mismo del cual partimos y hacia donde vamos, en esta móvil y permanente transformación de los decibeles de los que estamos hechos.

Sabías que había que buscar en el niño la manifestación espontánea de esa fuerza vigorosa. Pero también estabas consciente de que en el mundo en el cual sobrevivimos hay que extraerla de las profundidades de los párpados que van descubriendo los milagros de todo lo que existe, del arpegio de la risa que brota sin razones de un corazón recién parido, de ese movimiento amoroso que acompaña las circunvalaciones del agua.

El movimiento de las olas,  del viento,
de la tierra siempre, 
Tiene la misma y eterna armonía...
Lo supiste y lo viviste desde el movimiento primero de la vida brotando en tu interior como un vendaval de armonías. Dos hijos, un niño y una niña,  que se hicieron continuidad de tu suspiro en sus risas en flor. Hasta la agonía interminable e infinita de ver sucumbir sus cantos en el cauce de un agua que no los aguardaba y que en su absurda y contradictoria insensatez, los tomó en su marejada hasta convertirlos en peces traviesos usurpando el vuelo de los pájaros, como colibríes marinos.

Nunca se iría de ti aquella imagen de sus rostros pegados del cristal del carruaje que los llevaba y que nunca los regresaría. Y sin embargo, de esa tristeza que se instaló como un silencio gigante en el curso lunar de tus imaginerías, brotó tu fuerza renovada para que ellos fueron la señal de los niños que soñabas, danzando el movimiento de la naturaleza, para rehacer este mundo deshecho.

No hay manera más simple y directa
para dar arte a la gente que transformar
sus propios hijos en vivientes obras de arte
Y así te fuiste a asentar tu escuela de danza, de vida, de futuro. Y lo hiciste en medio de un tiempo adverso, amotinado, dedicado a las tareas de destrucción que no a las de construcción. Tiempos de ‘postguerra’ que preludiaban los que habrían de venir.  Sacudimientos históricos que ya transitaban con su carga de frustración y desenfreno.
Ibas y venías de una Grecia antigua que no supo dejar sus frutos en las empalizadas florecidas sino en las instituciones hechas para deshacer los azules. Refutaste sin ser comprendida pero no cejaste en tu empeño por abordar la belleza que retrata la vida en  el crisol de un escarabajo o la fiesta lúdica de un panal de abejas. Sabías que en todo niño se asentaba ese encantamiento y que bastaba dejarlo ser, con su carga de flor y de alas, para que el mundo girara sobre sí mismo y encontrara el rumbo que aún no ha tenido.
Te recostaste en las barbas frondosas, como nidos de aves, del viejo Walt Whitman quien en su propio universo dinamitaba la palabra como tú lo hacías con la danza, buscando el tiempo de vivir que no el verso, como tú, gigante del viento que amaina su recorrido sobre soliloquios de lluvias y estampidas de infinitos, para dibujarle al hombre la medida exacta de su recorrido, si alguna vez despierta a lo que en verdad tiene que ser.

No sé, Isadora, si te comprendieron. Pero aquello de lo que tú hablabas, las lecciones de danza y de vida que dejaste enastadas en las comarcas del suspiro, tienen la vigencia de las constelaciones, el resplandor de los luceros del alba, el rumor sinfónico de los tejeritos. Y sólo aguarda su tiempo de derramarse como un río caudaloso sobre un océano de días, hasta instalarse al fin en el recinto de lo posible.
Y lo hiciste desde el dolor y la tristeza, desde los desencantos y la incomprensión de quienes no entendieron la estatura de tus brazos erguidos hasta la cima de un vivir resplandeciente. Se fugaron tus niños en el torbellino de aguas mansas, e hiciste tus hijos a los niños del mundo.  Y a ellos legaste la fantasía imperio

Y por ello, Isadora, dondequiera que un niño conjugue en brisa el verbo vivir, que columpie su risa en los engranajes de las nubes y respire mar adentro su pertinencia de pez, estarás tú con tus brazos extendidos, tus pies descalzos y tu rostro amoroso, señalando el porvenir. Aunque te hayas ido tú misma, en el movimiento rítmico de un telar que giró de improviso sobre tus lágrimas, para que al fin pudieses ir al encuentro de tus caballitos de agua y cabalgar desde los astros una danza cósmica y eterna.
Y te digo, Isadora, en estos tiempos, cada vez más llenos de dolor, marcados por  el terror y la angustia, por el monótono tableteo de las máquinas de muerte, por la propia convicción de un hombre que no sabe de su destino y de su propia condición, tomamos tu mensaje que hace de los movimientos que se vuelven niños, el propio acercamiento a los dioses  que han venido a estas tierras a decirnos que es la hora de comenzar el vaivén sin fin del amor,  para que, hasta el propio cielo lleguen los pasos de tus amaneceres, tejidos en danza y sonido por la humanidad que alguna vez será.
Mery Sananes.
Septiembre 2010






 

Carta en torno a Joan Manuel Serrat

Carta a Isadora Duncan










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Mi agradecimiento muy especial a la escritora Mery Sananes, que  nació en Caracas, Venezuela, en 1942. Es docente e investigadora de la Universidad Central de Venezuela. Tienes varios libros publicados, como Tiempo de guerra (poemas) 1968. Tierra de expedientes (poemas) 1975. Angel eternamente flor (poemas) 1994. Walt Whitman: poeta de los tiempos que vendrán 1973. León Felipe: poeta de pólvora y barreno. 1988. La trampa-engaño de la cultura. Aproximación a Luis Mariano Rivera 2006., Dirige y lleva adelantes su blog; http://www.embusteria.blogspot.com/
Además de en este espacio, la presente carta se publicó por primera vez en la revista Media Isla 
(http://www.facebook.com/l/GAQB23h6zAQAg_qbhYFCm3mU6RcDFdy3uL479HwLnySUT2A/mediaisla.net/revista/2010/10/tu-nombre-en-un-espejo-de-agua-isadora/).