martes, 30 de agosto de 2011

Carta a Humberto Rivas de Carmina de Luna Brignardelli...


Alquimista que buscabas en tu obra el silencio perfecto.
La vida se hizo agua quieta en tu última mirada.
A mi amigo Humberto Rivas 


Humberto Rivas, por Anatole Saderman


"Yo giré la cabeza y tu autorretrato, el que no te hiciste nunca, se mostró: arropado en un abrigo, ajeno a la realidad de tu entorno a la espera de subir los peldaños de la escalera del penúltimo misterio...los últimos peldaños hacia la luz infinita"


Montmajour,1997 © Archivo Humberto Rivas

Fue un septiembre el último tramo del camino que compartimos, Humberto.
Habíamos mantenido muchas conversaciones en las que hablábamos de cómo nos marcó el Libro del desasosiego de Pessoa y su lucidez aplastante, de tu obsesión por encontrarte en El camino perdido de Proust, de tu pasión por Goya, Durero y Rembrandt y del tratamiento de la luz domeñada por el director de fotografía Sven Nykvist en el cine de Bergman. Fuentes que habían modelado tu concepción de la fotografía como arte y no sólo como documento. La política, el jazz, la música clásica..., todo despertaba tu interés.
En la Bienal de Tenerife asistí a uno de tus talleres y me senté con tus referentes: Avedon, Arbus, Anatole Saderman, tu gran maestro y amigo. Tu vocación como pedagogo tenía un componente esencial: sabías escuchar y te interesabas realmente por el trabajo de tus alumnos. Recuerdo que regresé al hotel sola, porque era imposible que dejaras a un alumno sin respuesta.
Apenas sin darme cuenta, la mirada se posa en una de las fotografías que me regalaste, el espectro de un lirio en la línea del decálogo del tratamiento de la luz y la composición de Anatole Saderman.
Tengo que confesarte que ante algunos de tus retratos, en la vía de Diane Arbus, sentí rechazo y atracción. El retrato del perro de unos amigos se me quedó atravesado en la garganta: “¿Cómo alguien de trato tan amable como tú, Humberto, podía conseguir que un animal manso y tranquilo aparentara tal fiereza?“ La respuesta sonriendo me la dio María, tu mujer: “Le puso colmillos.” (En realidad le había atado un palo a la espalda para que levantara a mandíbula y mostrara la boca abierta). Provocabas que lo normal apareciera como anormal. Rompías la composición situando al personaje en el centro.
Tu mirada siempre directa, implacable, que transmutaba la esencia en materia.
Trabajabas en un espacio temporal continuo y obligabas a los retratados a que fueran conscientes de que lo estaban siendo. En ocasiones forzabas tanto la “escena” que los colgabas boca abajo. Tú habías ganado una vez más con tu técnica impecable capturando el alma del retratado, su verdadero ser.

Para fotografiar exteriores utilizabas una brújula, como si fueras un expedicionario de la arqueología urbana. En Sevilla, mientras el resto del grupo contemplábamos la Cartuja, tú te sumergiste en una pequeñísima oquedad de un edificio en ruinas para que el muro te hiciera partícipe de sus secretos.
Pasó un tiempo, demasiado. Viniste a verme a la editorial; cuando contemplé tu rostro tan querido noté cierta lasitud y tristeza que me preocupó. Supongo que en mi cara debiste ver reflejada mi preocupación por tu estado de ánimo y sin más te pusiste a llorar. Había muerto tu padre: nos abrazamos. Por primera vez te sentí frágil como un niño perdido, huérfano.
La última vez que fui al estudio acompañando a Ricard Mas, historiador de arte, para que le hicieras el retrato de la solapa del libro Universo Dalí, tu perrita estaba como perdida. Había enfermado al mismo tiempo que tú.


En la última estancia


Fue un septiembre el último tramo del camino que compartimos, Humberto. 
Seguías viviendo en tu estudio, aunque habitaras en otro edificio en el que la memoria reciente te había abandonado. Tu mano yacía posada en una cámara imaginaria cuando nuestro común amigo Manel Esclusa te pidió que nos hicieras un retrato. Tu respuesta fue la del profesional riguroso que nunca dejaste de ser: “En el estudio, aquí no tengo la cámara de placas.“
Sin saber que ese jardín de ausentes en vida era la fotografía definitiva que tú buscabas: muros desconchados, peces boqueando en un pequeño charco, flores marchitas. Nadie como tú supo retratar la decadencia, quizás a modo de exorcismo, porque la habías conocido en seres queridos y la temías.
José Carlos Cataño, con quien tanto compartiste, conversaba contigo de “minas” y aún se te iluminaban los ojos pícaros. No perdiste nunca la voz pausada porteña, tu lenguaje forjado en la lectura de Borges y mesurado en la práctica del ajedrez.
Se cumplió aquello que Pere Formiguera pronosticó en un relato del primer libro monográfico de tu obra en el que trabajamos juntos (iluminada la portada por el rostro de la pintora María Helguera, tu mujer) Formiguera te describía en el último proceso de secado del papel fotográfico que en una alquimia feroz se revelaba como tu propio autorretrato, radiografía de lo oculto.
Manel Esclusa, tu igual; José Carlos Cataño, tu poeta cómplice y yo nos despedimos aquel día de ti sin saber que sería el último. Me acerqué para darte un beso y me dijiste suave y dulce, como siempre, porque la enfermedad del olvido no había conseguido dañar ni tu palabra ni tu exquisita educación: “María y yo os debemos una cena. Recuerda que os esperamos.“
Manel y José Carlos se adelantaron unos pasos hablando entre ellos para contener las lágrimas que lograron despistar por un momento. Yo giré la cabeza y tu autorretrato, el que no te hiciste nunca, se mostró: arropado en un abrigo, ajeno a la realidad de tu entorno a la espera de subir los peldaños de la escalera del penúltimo misterio. 
En ese año, en el que Koldo Chamorro y tú decidisteis dejarnos, te concedieron la Medalla de Oro al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona. Dos días antes subiste los últimos peldaños hacia la luz infinita.


***
Quiero manifestar mi agradecimiento por esta conmovedora carta a Carmina de Luna Brignardelli, una de las personalidades más impetuosas, informadas y brillantes que he conocido en la red. Lo que realmente me atrajo a su mundo tan abigarrado y tan complejo es, esencialmente, su nada común creación literaria, cuyas manifestaciones -muy poco a poco, para nuestra desgracia- se van dejando caer como la lluvia fina sobre la que ha sido una intensa actividad editora y de promoción cultural en el campo de la literatura, de la pintura y de la fotografía. En este punto quiero recordar que sobre sus hombros ha descansado buena parte -por no decir todos- de los méritos que hicieron de la editorial Lunwerg, fundada en 1979 por su propio padre, uno de los sellos más prestigiosos, elegantes y cosmopolitas del mundo del Arte, y una referencia ineludible en los ámbitos más especializados de la creación. 














viernes, 19 de agosto de 2011

Carta de Marie Bashkirtseff a Guy de Maupassant

Marie Bashkirtsef y Guy de Mouapassant.


Monsieur:

Leí sus trabajos, debo decir que casi deleitándome. En honor a la verdad, que usted redacta con religiosa fidelidad, encuentra una inspiración que es verdaderamente sublime, en tanto que moviliza a sus lectores tocándolos con sentimientos profundamante humanos, que nosotros imaginamos ver por nosotros mismos descritos en sus páginas, y lo amamos con egotista amor. ¿Es este un cumplido sin sentido? Sea indulgente, es sincero en su sustancia.Usted puede entender que yo quiero decirle muchas cosas entusiastas y sorprendentes, pero es bastante difícil, de repente, por esta vía. Yo lamento esto mucho más por cuanto usted es suficientemente grande para inspirar a uno con románticos sueños como transformarse en la confidente de su hermosa alma, siempre suponiendo que su alma sea hermosa. Si su alma no es hermosa, y si estas cosas no son a su manera, podría lamentarlo por su bien, en primer lugar; y en segundo podría catalogarlo en mi mente como alguien que hace literatura, y desecharlo de los pensamientos que me importan.
Durante el año pasado tuve el deseo de escribirle y fueron muchas las veces en que estuve a punto de hacerlo, pero algunas veces pensé que exageraba sus méritos y que eso no valía la pena. Hace dos días, no obstante, vi súbitamente, en el Gaulois, que alguien lo había honrado con una carta halagadora y que usted había pedido la dirección de tan amable persona para contestarle. Yo inmediatamente me puse celosa, sus méritos literarios me ofuscaron nuevamente, y aquí está mi carta.Y ahora déjeme decirle que mantendré siempre mi incógnito para usted. Yo deseo verlo desde la distancia, su tolerancia podría no serme placentera, ¿quién puede decirlo? Todo lo que sé ahora de usted es que es joven y no está casado, dos puntos esenciales, aún para adorarlo a la distancia. Pero debo contarle que soy encantadora; esta dulce reflexión lo estimulará para responder mi carta. Me parece que si yo fuera un hombre no desearía mantener comunicación, ni siquiera epistolar, con un adefesio viejo de inglesa, fuera lo que fuera lo que piense.

Miss Hastings.

P.O. Station de Madeleine ¿Puedo por ventura preguntarle cuáles son sus músicos y pintores favoritos? ¿y qué si yo fuera un hombre?

***


En marzo de 1884, la autora de esta carta se deleitaba en la experiencia de un fulgurante como breve prestigio, que le había sido otorgado por la obtención por uno de sus lienzos -"El meeting"- de una medalla en el Salón de París. Tenía 25 años, y una tuberculosis en fase terminal que la mantenía bajo mínimos y bajo el peso de una muerte inminente. Sabedora de que no le había sido dado el tiempo suficiente para acceder a la gloria a la que aspiraba atada al cordel de la pintura, decidió intentarlo por el camino de las letras, buscando la edición de sus extensos diarios íntimos y un padrino lo suficiente poderoso como para abrirle paso entre la mucha hojarasca que aspiraba a formar parte del Parnaso literario. Lo intentó sin éxito con Alejandro Dumas, que la rechazó con cierto desprecio. Y fue, precisamente, entonces cuando decidió intentarlo con Guy de Maupassant, con quien desarrolló una intensa relación epistolar, que comenzó precisamente con esta carta que hoy editamos -y que poco a poco iremos dando a conocer-, en la excelente versión aparecida en el espacio 

http://cartasfamosas.blogspot.com/2007/08/carta-de-marie-bashkirtseff-guy-de.html.




sábado, 13 de agosto de 2011

Las Cartas francesas del vizconde Verdemar a Peregrina




Querida Peregrina,

Aunque el fresco correo de la mañana trajo su carta junto al desayuno y las flores recién cortadas, la tuve a buen recaudo en el bolsillo interior de mi chaqueta hasta la noche. Una vez que Louise ya estaba dormida, entregada a transitar los bellos laberintos de sus sueños, me levanté, me vestí (pues me hubiera dado mucho pudor leer su carta desnudo) y me situé junto a la claridad de la ventana. Para ayudar a la luna creciente encendí una vela. Todo muy romántico como puede comprobar. Sentí una extraña emoción al rasgar el sobre (¿por qué sus sobres tienen ese color marfil que hacen sentir que vienen de expediciones lejanas?) A las pocas líneas de tan deliciosa lectura decidí que era una descortesía dejarla beber sola, así que fui a las cocinas de la posada.
Después de revolver en las alacenas y armarios di con una puertecita, detrás de la puertecita con unas escaleras de piedra, inquietantes…Una triste bombilla de esas que se encienden con un cordón me dio algo de perspectiva sobre el agujero que se abría a mis pies. Me armé de valor y bajé. Afortunadamente solo se trataba de la bodega, y si había algún cadáver o fantasma no me lo encontré. Lo que sí pude comprobar es que la dueña de la posada, la mujer del rostro azul, tiene un excelente gusto para los vinos. Algunas etiquetas me sorprendieron gratamente. No recuerdo que la camarera mencione en sus melopeas, cuando canta la carta del día, estas gloriosas posibilidades. Aquí se come sabrosamente, pero en un estilo más bien casero, y el acompañamiento de alcoholes suele ser correcto, pero estos caldos tan cuidados, estas fantasías alcohólicas y delicatessen, deben de estar reservadas sólo para unos pocos. Me tomé la libertad de ser uno de ellos y me decidí por un blanco añejo con un punto de aguja. Siendo la cocina un lugar sumamente agradable, me senté en la gran mesa blanca, con una lámpara de vidrio esmerilado en rosa flotando como una medusa sobre mi cabeza.

Leyendo su carta sentí celos. Quizás es horrible decirlo así, crudamente, entre amigos. Disfrutaba cada palabra, viajaba tan nítidamente por esos años de su juventud, que empecé a sufrir. No sé cuál de aquellos dos hombres tuvo mejor fortuna, si el que compartía con usted el amor hecho cuerpo y noche, o aquel hombre del bar, que la tuvo en deseo y silencio. Parece que tuvo usted la dicha de vivir las dos caras de una misma y delicada moneda: la moneda, claro, es usted.

He de decirle, aunque resulte extraño de escuchar, que aquella noche en la cocina enorme y silenciosa, subí la escalera de los celos, y en el peldaño más alto, estaban, sencillos y dolientes, los celos por usted, por no ser usted. Creo que este es el grado de posesión más loco al que se puede llegar, no desear a alguien, o desear ser como alguien, sino desear ser ese alguien. He aquí el principio de la comunión. Confieso que lo que más me excita es la calidad de cómo vivía usted ese tiempo, a la deriva, un tiempo sin norte, por decirlo así. Creo que hay algo tan misteriosamente femenino en ese dejarse vivir así, casi como a merced de una corriente invisible, sin cabeza, sin propósito, sin sentido. Las mujeres, cuando están con nosotros, parecen muy dispuestas a querernos, a esperarnos, a atendernos. Pero hay que observarlas cuando están solas, sin moros a la vista. Su soledad es completamente distinta a la soledad de un hombre y, como su piel, intuyo que es más porosa y sensible, más gozosa y plena. A mí nunca me podría haber pasado su carta, los vacíos de su carta, esos largos ratos paseando las calles a través de los zapatos de otros. Es difícil explicar lo que quiero decir.

En cualquier caso he de contarle que estando en la segunda y concentrada lectura de su carta sentí como el movimiento de un gran felino cerca de mí. Levanté la vista y de pronto vi, mirándome fijamente, a la dueña de la posada. En contra de su costumbre llevaba el pelo suelto, una magnífica melena azabache mechada de blanco. Iba envuelta en una bata roja, de amplio ruedo y media cola, ceñida a la cintura. Nos quedamos lentos minutos observándonos en silencio. Luego pasaron cosas que debo contarle, pero no ahora, Louise ha despertado de su siesta y hemos contratado un velero para que nos lleve a ver la puesta de sol a alta mar.

Perdóneme si la tengo en ascuas unos días. Supongo que lo hago para que espere el correo con ansiedad y así piense en mí. No me riña por esta pequeña presunción, querida.

Su amigo
Vizconde Verdemar.

PD: No evite mis celos ni me proteja de mis bajas pasiones. Quiero seguir bebiendo vino blanco con usted.

***


   Esta maravillosa carta-ficción ha sido escrita por la poeta, directora escénica y dramaturga EVA HIBERNIA, que fundó con mi admirada amiga Júlia Bel, la compañía DELIRIO. Ha adaptado a Chéjov y a Molière. Como autora teatral ha publicado La pieza del adiós (1994), El bestiario del Tiempo (1995), Los días perdidos (1997), Almada (2002), El Arponero (1997), Fuso negro (2006), Confesión de sangre para mujer negra (2006) y Una mujer en transparencia (2008), que han sido representadas en los mejores teatros españoles -recordamos la Casa de América o el Círculo de Bellas Artes de Madrid- y merecedoras de variados e importantes premios.
   Como directora de escena ha intervenido en Almada (1996), Sante Imagen (2003), La tumba de Antígona (2003), Cova Cortázar (2004), Sancha, reina de Hispania (2005), Reina Coralina (2005), Trece Rosas, de Julia Bel (2006), Madamas Butterflys (2007),  Meditación en la orilla del Oeste (2008), Una mujer en transparencia (2008) y Río rojo, de Julia Bel (2008).

Sobre la puesta en escena de La Trece Rosas, El Toro de Barro publicó http://eltorodebarro.blogspot.com/2009/11/las-trece-rosas-de-iiulia-bell.html 

martes, 9 de agosto de 2011

Carta de Luis María Ansón a Mario Vargas Llosa



Querido Mario:
Eres el intelectual en español más influyente del mundo. Eso lo escribí antes del Nobel de Literatura. Y aunque los premios son solo los sonajeros del escritor, está claro que los académicos suecos han robustecido la influencia que, con permiso de Patricia, ejerces en los cinco continentes a favor de la libertad y la honradez política.
Estuviste siempre contra la dictadura. Zurraste sin piedad a Pinochet, desenmascarando sus manejos subterráneos. Denunciaste a la vez, como Octavio Paz, el fondo real de la tiranía de Fidel Castro. Y te has enfrentado con dictadores del más vario pelaje político. Tuviste además el valor de basurear a esos intelectuales progresistas de salón, que condenaban a Pinochet pero ensalzaban a Castro. Te han abofeteado en no pocos sitios por tu independencia frente a lo que durante muchos años establecía, como políticamente incorrecto, el sectarismo soviético internacional. Despreciaste olímpicamente a las ovejas merinas que, al decir de Ortega y Gasset, se dedican a balar siempre tras el carnero adalid. Supiste mantenerte impávido ante la palabra estevada y el ademán letrinal y alzaste tu voz por encima de vertederos totalitarios, comunistas o fascistas.
Y, claro, has escrito el mejor artículo político –Retorno a la dictadura, no– que he leído en los últimos años. Eliminados los candidatos más razonables, tus compatriotas se debaten entre dos males que les solicitan: la incertidumbre de Ollanta Humala o el riesgo dictatorial de Keiko Fujimori. La honradez intelectual te ha llevado a apoyar al candidato izquierdista con el que se puede salvar la libertad si los peruanos consiguen alinearle junto al chileno Lagos, el brasileño Lula o el uruguayo Mujica. Se trata de una apuesta arriesgada, pero es la única que puede resguardar en el Perú la libertad recuperada.
Tu apuesta por Humala tiene mucho riesgo. Pero el riesgo con la hija de Fujimori sería mayor. Keiko significa “legitimar el régimen que envileció la política y sembró la violencia en nuestro país”. La democracia peruana solo tiene diez años. Está demasiado tierna y no puede caer en la desmemoria. El retorno del fujimorismo la haría trizas. Me has convencido, querido Mario, tienes razón. Tú sabes el cariño profundo que siento por el Perú y la admiración que me suscitan sus intelectuales y el pueblo de tu nación azul y vegetal, la de la palabra pedernal y España en el corazón. Así es que te escribo estas líneas públicas para darte la enhorabuena por la lucidez de tu artículo; también por el valor que una vez más has demostrado. “La manera más segura de calmar a un tigre –escribió Adenauer– es dejar que te devore”. Tu has sabido enfrentarte a lo largo de toda tu vida a los tigres voraces de la dictadura.  





Carta publicada en el diario EL MUNDO.



lunes, 8 de agosto de 2011

Carta de Miguel Óscar Menassa a su amante loca joven poeta psicoanalista.

Helmut Newton

martes 23 de febrero de 2010

Querida:

Doctor, sabe una cosa, puedo llegar a ser una escritora genial. Ayer a la tarde le dije a mi marido que me había acostado, perdón por la palabra, con usted, con mi psicoanalista. Y yo, sabe doctor, asombrada, con los ojos abiertos por sus gritos le pregunté, ¿por qué, querido, es más grave que haya sido con mi psicoanalista?
La pregunta detuvo mi corazón, mi pensamiento, la pregunta estaba dirigida a mí. ¿Por qué? , me pregunté yo a mi vez, habría de ser malo hacer el amor con el psicoanalista y entonces le pregunté a Ella, ¿y cómo le fue? Pero si todavía no hemos hecho el amor, doctor, qué me pregunta ¿Cómo le fue? ¿Sintió acaso deseos de morir, deseos de ser otra? No, doctor, usted ya sabe cómo me fue, se lo digo yo, para que usted no se gaste, si hiciéramos el amor a mí, su pequeña reina, me iría mal, yo sólo puedo con mi madre, con Ella en general, con la Muerte, con usted, si fuera capaz de llevarme toda la vida con usted. Pero usted es más que un cobarde, usted es una fruta madura a punto de pudrirse, ya casi no desea y sin embargo este arrebato que siento por usted, pero no, no podría.
Y a usted, doctor, ¿cómo le fue?
Hasta aquí y sin saber del todo por qué, te he complacido más que lo que tu propia salud mental podía soportar, sin sufrir los desequilibrios que en el momento actual te aquejan. Yo he sido tu madre y, ahora, te pasa como a ese niño que la madre tiene en sus brazos hasta los siete años y después lo lleva al médico porque el niño tiene un retraso para caminar. Acepto sin dilación tus reproches a mi trabajo, por no haberme dado cuenta antes de semejante situación entre nosotros, para poder decirte inmediatamente, que en muchas otras oportunidades hablamos estas mismas palabras y quiero recordarte, que tú rechazabas la idea, te ponías muy nerviosa, encendías un canuto y por fin me decías que me dejara de decir tonterías y que si yo seguía trabajando de esa manera tan brutal, no me volverías a pagar nunca más cinco mil pesetas la página.
Hoy no podré llegar hasta el final, hoy será preferible que guarde cierto silencio, ella ya dirá cuando diga.
Señor, Somos las tristes marionetas amordazadas. El tiempo se ha roto, las horas huyen despavoridas unas de otras.
Ha llegado el amor. Los minutos son siglos, usted es el sol, su calor llega a mí desde lejos, cuando estoy enamorada, su luz, me acompaña todo el día y gran parte de la noche en mis sueños, por eso, doctor, yo prefiero odiarlo, alejarme de usted, olvidarlo.




Aquí, en este enlace, el lector puede acceder a la extensa biografía y peripecia personal del poeta argentino Miguel Óscar Menassa (http://www.miguelmenassa.com/biografia.htm/), médico, psicoanalista, fundador y director de la Escuela de Psiconálisis y Poesía Grupo O y candidato al Premio Nobel de Literatura del año 2010, al que desde aquí lanzamos un particular homenaje.

sábado, 6 de agosto de 2011

Carta-Poema desde la cárcel de Miguel Hernández a su hijo: Nanas de la Cebolla




Picasso


"Tu risa me hace libre
me pone alas,
soledades me quita
cárcel me arranca..."


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca 
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.



Miguel Hernández, 1939


Poco después de la carta escrita el 12 de septiembre a su esposa, Miguel Hernández terminó de componer este poema dedicado a su hijo. Parmítame el lector tomarme ahora una pequeña licencia personal, que no es otra que la de pensar en mi hijo y dedicárselo a él, con el miedo de un padre y un abrazo rotundo de hombre interminable.
Para tí Amós, para ti.... 


viernes, 5 de agosto de 2011

Carta de Miguel Hernánez a Josefina Manresa


 La bellísima Josefina Manresa



(Madrid, 12 de septiembre de 1939)

M
i querida Josefina:

Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis buenos ratos espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la crío robusta y grande como el garbanzo. Todo se acabará a fuerza de uña y paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. 
Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo. Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente Josefina. Aunque yo, la verdad, creo que estos amigos míos llevan las cosas muy despacio. Han estado de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana pasada. No han podido venir a verme porque ahora es imposible para todo el mundo. Es casi seguro que los veré la semana que viene. Me decías en tu anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte de atrás y era una verdadera vergьenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro lo que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva en el Paraíso. ¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que hasta aquí hemos sido. 



Esta separación nos obliga a respetar a nuestro Manolillo más que respetamos al otro. Manolillo del que no dejo de acordarme nunca. Dentro de un mes hará un año que se nos murió. Eso de que el tiempo pasa de prisa, para nadie es más verdad hoy como para nosotros y a mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un año desde que cerró nuestro primer hijo los ojos más hermosos de la tierra. Dios, a quien tú tanto rezas, hará que el día diecinueve de octubre lo pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el día ventinueve de este mes. No quisiera pasar, ese día lejos de ti. Iremos a dar una vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra donde nos espera. Tengo ganas de hablar contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o seis años de edad. Cuídalo mucho, Josefina que crezca fuerte y defendido contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal, principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergьencilla. No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que un loro. Si supieras que ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos sólo de imaginarla, con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad. Dime el peso que tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado con Manolo y con las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme unas letras. No se acuerdan de mí, que no los olvido. Dime también algo de la abuela y la tía, que tampoco me han mandado una sola letra (...). 
Bueno. Voy a dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que me he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me digas algo de nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de Pepito. Anteayer he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario Ferrer, muy amigo de mi hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a Vicente que le diga que por ahora no puedo contestarle, pero que me alegra mucho saber de él. Voy a terminar mi carta diciéndote que seas menos perezosa conmigo o de lo contrario no te voy a escribir en un mes. Y nada más porque no parezca larga ésta a la censura y porque hagan todo lo posible para que llegue a tus manos.
Manolillo: adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum!
Manolo: escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas.
Marianas: a ser buenas y a pelearos una vez a la semana solamente.
Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y ... perdido de tu preso
Miguel.
¡Adiós!'

miércoles, 3 de agosto de 2011

Carta de Ramón Fernández Larrea a Carlos Marx. desde Barcelona...




Si usted hubiera nacido en Morón o Quivicán, nadie le quitaba de encima un par de diez años de calabozo, por alegre, nada adocenado, y no ser hombre de provecho.

Capitalino germano y barbárico Carlos Marx:
No por llevar el nombre de un teatro habanero es usted un autor tan dramático. ¿O sí? Yo, al menos, nada curado de espantos, me sobrecojo cada vez que leo cómo inició usted una de sus primeras novelas, ese Manifiesto comunista, que le pone la carne sin gallina a la humanidad con su comencipio de: "Un fantasma recorre Europa…", que una vez, ingenuamente, pensé era otra gira del grupo Rolling Stones. Pero no. Si cualquier humano se lanza a leerlo tras haberse disparado El sabueso de los Baskerville, ya anda con el mondongo listo para el ericeo. No hay derecho a meter miedo así, de pronto, con una obrita que se suponía leyeran sobre todo los proletarios sin sobretodo, que ya bastante tenían con no entender la plusvalía y enterarse de que no eran dueños de los medios de producción. Por otra parte, en mi país, que es como una República Sui Géneris, las cosas del mundo tienen otra significancia, y la Dramática española, no es, como muchos listos pensarían, una actriz peninsular de ingrato recuerdo, sino el estudio de cómo se dicen las cosas para que te entienda hasta el tarúpido más entrenado. La "dramática" en mi isla —además de la vida cotidiana— es el estudio de lo que se puede o no decir, y delante de quién. Entonces sus cositas pueden comprenderse dentro del género sui géneris.

Ed Carreón, campesinos mexicanos

Suponga que un machacante de estos del proletariado, que se levanta cada día a las cinco de la mañunga —esa hora tan obscena, donde, según un amigo, todavía ni han diseñado las calles— y se va a meter un alicate alevoso, a llenarse de aceite la cabeza y los brazos, a conducir carretillas de ardiente escoria con un calor que le escalfa los ovarios colgantes, para luego, en el diez del almuerzo abrir una cajita toda sucia y merendarse un pan con queso de chiva y una cebolla nauseabunda, para terminar, doce horas más tarde, frente a un tarro —así se le llamaban a las jarras en su antigüedad— de cerveza, y al tercer sorbo relajante, cuando la cebada y el lúpulo comienzan a ponerle tierna la ideología, se entera de sopetón que no es dueño de los medios de producción, se transforma casi en un hombre lúpulo, se le pone el mocho enervado de ira, y le da por embarricarse, todo emborricado, en un tono muy incendiario. La cerveza, el queso rancio de chiva, la grasa y la noticia de no ser dueño de nada, son una liga tremendamente explosiva. Ya la cebolla le pone el punto ácido y el mal olor se hace fantasma que recorre cualquier territorio. Está comprobado que la cebolla es un lastre ideológico peligrosísimo. Al final, usted puede exponer muy calmadamente cualquier acertado punto de vista, pero la gente a su alrededor, si descubre cebolla, se desconcentra un poco. La cebolla es clasista y avisa sola.

Joseph Sorrentino's, campesina mexicana.


Claro que usted no tuvo en sus manos un tornillo jamás, y no por ser descendiente de judíos germanos y holandeses, nacido en Tréveris, Alemania, el 5 de mayo de 1818. Viendo la aplicación tan errada que han hecho de sus soluciones e invenciones, creo conocer ya el verdadero rostro de El judío errante. Qué judío está todo con sus inventos. Dicen que desde niño se distinguió por su viva inteligencia, y que fue un adolescente nada disciplinado, y, por ende (que no era un compañero de estudios), "un estudiante alegre, ávido de conocer las ciencias y desentrañar sus enigmas, sin desatender el llamado de las letras y las artes, más dado a estudiar para saber y proyectarse en función de los demás, que en convertirse en un adocenado hombre de provecho". En resumen, un verdadero desastre. Un tipo muy peligroso. Si usted hubiera nacido en Morón o Quivicán, nadie le quitaba de encima un par de diez años de calabozo, por alegre, nada adocenado, y no ser hombre de provecho. Lo de "proyectarse en función de los demás" agravaría su situación. Tal vez nadie le hubiera pedido que estuviera todo el puñetero día proyectándose encima de la gente con tanta obstinación.

* * *

El gran poeta cubano Ramón Fernández Larrea, que aquí nos arroya con su filosa y elegante ironía, nació en Bayamo, Cuba, en 1958. Ha publicados los libros Cantar del tigre ciego, editorial Arlequín-Libros del arrayán, Guadalajara, México, 2001; Terneros que nunca mueran de rodillas, Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, España, 1998; El libro de los salmos feroces, Ediciones Extramuros, La Habana, Cuba, 1995; Manual de pasión, Universidad de Guadalajara, México, 1993; El libro de las instrucciones, Colección Ciclos, UNEAC, La Habana, Cuba, 1991; Poemas para ponerse en la cabeza, Editora Abril, La Habana, Cuba, 1989; El pasado del cielo, Ediciones Unión, La Habana, 1987.
Aconsejamos por su interés consultar el blog México y Perú: compartiendo tópicos, que goza de un abundantísimo material fotográfico y etnográfico realmente poco conocido.

lunes, 1 de agosto de 2011

Cara de Isabel II de Borbón a un amante turco-albanés




La reina Isabel II con su esposo Francisco de Asís


4 de mayo de 1870

Mi Jorge de mi vida, alma del alma mía. Yo te adoro a cada instante más y más y más. Siento mi vida toda dentro de tu vida bendita mía. Sí, yo te enseñaré el castellano; tú ya lo sabes, mi vida. Yo también de seguro entiendo el albanés, porque te adoro y el amor verdadero, el amor del alma, hace que se hablen todos los idiomas del mundo, porque el lenguaje del amor es superior a todos. Sí, alma mía; sí, mi vida; sí, mi Jorge adorado, tú me enseñarás el albanés y el inglés y todos los idiomas, y yo te enseñaré a ti el lenguaje de mi alma, que es la tuya misma y que te adora infinito, infinito Puesto que lo quieres, cuando tú vayas a España, me quedaré en París esperando que tú me llames, vida de la vida mía, y entregues a mi hijo el cetro y corona de España. Yo puede que cuando tú menos te esperes me encuentres a tu lado. 
¡O [sic] mi Jorge, yo no temo los peligros! Nuestro amor nos serbirá [sic] de escudo. Pero quiero que tú reposes de tus fatigas en mi pecho, que se abrasa de amor por ti. Yo quiero la corona para mi hijo y para ti, Jorge mío, yo solo quiero la corona de la felicidad que tú me darás y que ya siento dentro de mi corazón, que es tuyo, y que te adora y admira como mereces [sic]. Y yo solo quiero estar a tus pies siempre y hacerte muy feliz como lo espero, Jorge de mi vida. El lunes nos veremos y seremos felizes [sic]. El buen Losa irá el lunes mismo a decirte la hora. Si no pudiera ser el lunes, será el martes sin falta cuando Dios nos abrirá todos sus cielos estando abrazados. Y decidiremos todo, y el universo se sonreirá de felizidad [sic] al ver nuestra felizidad [sic]. Toma estas rosas, vida de la vida mía, del color de nuestro amor. Les he dado -para ti millones de amantes besos. Ellas te lleban [sic] toda la [palabra ilegible] con que te adora tu

YSABEL.


Jorge mío, yo te adoro como tú mereces: infinito. Mi vida, mi alma y mi cuerpo son tuyos. Yo te idolatro, Jorge mío.


Encontramos esta carta en el blog http://cartasfamosas.blogspot.com/, uno de los más hermosos e interesantes de la Red. Reproducimos por su interés el texto entrecomillado de la directora de este Espacio sobre la personalidad de la Reina de España."Las habitaciones de Isabel se abrieron de par en para un número interminable de hombres, entre ellos un turco-albanés de nombre Jorge. Isabel fue una mujer que, sencillamente, quiso y hasta necesitó, por razones humanas y políticas, practicar su sexualidad"