sábado, 27 de octubre de 2012

Carta de Carlos Morales en el nombre de Ulises a Zhivka Baltadzhieva, escrita en medio de la más larga noche




Bliss, de Darren Holms



A la playa de Ítaca 
me trajeron dormido, 
un cuerpo inerte sólo. 
Primero
no me reconocieron
y después nadie me preguntó
nada.
He matado a los pretendientes.
Y más
no tengo que navegar.
No tengo que inventarme.
No tengo que inventar nada.
No tengo que ser
otro.
No tengo que ser.
Ni siquiera yo
sueño con Odisseo.
Mi fuga
a lo real
se ha cumplido.

El ángelus, de Millet.





 Tarancón, en la madrugada del 
27 de octubre de 2012.


Querida Zhivka



Si algo me fascina de Zhivka Baltadzhieva es la extrema sobriedad de su escritura. En este Ulises que aquí te dejo colgado de la noche más larga, sólo hay –sí– dos adjetivos, dos –dormido e inerte–  miserables adjetivos. Están ahí con humildad, como dos campesinos que pintara Millet rezando su ángelus en medio del silbo de los pájaros domidos de un trigal de Francia. O como dos mendigos, sí, esa es la imagen, como dos mendigos con el sombrero en la mano y la cabeza descenciendo hacia los suelos, como si supieran que están sentados a la mesa sólo y nada más que por piedad.

Sí. Tengo la sensación de que si tomara cualquiera de sus poemas y los arrojara por la ventana inclinada de la buhardilla en la que hasta hace poco tiempo dormía mi pequeño Amós, Mi Rey de las Palabras, el poema se quedaría flotando en el aire como una camisa blanca puesta a secar al sol de la mañana. Yo, en verdad, esto es algo que he visto muy, pero que muy pocas veces. Hay, querida Zhivka, mucho valor en enunciar de este modo en un poema a la retórica, a la profusión, a la proliferante multitud de palabras deslumbrantes que tantas veces bajan del serrallo del modo en que lo hacían esas manadas de bisontes salvajes con que, a veces, se presentan vestidas la verdad y la belleza,  y en la que no pocos solemos guarecernos porque nos falta valor para ponernos delante.  ¿Ves? Hasta yo mismo lo acabo de hacer. Lo de Zhivka es como montar un caballo a pelo, sin albarda ni cincha ni silla de montar: hay que estar muy seguro de sí mismo, hay que tener muy claro lo que se quiere decir, y arrojar luego todo lo demás a la gehena, hasta la misma vida, al negror de la gehena...
Lo asombroso es que esta desnudez, esta deslumbrante austeridad, se basta por sí sola para sostener sobre sí la conciencia de que la vida, la propia vida de Zhivka, no es otra cosa que un milagro. Salvo en Celan, jamás he visto una poesía tan llena de orfandad y de silencio. Aquel sobrevivió al genocidio nazi; Zhivka a la barbarie comunista: helos ahí, a los dos, culpables ante sus propios ojos de haber sobrevivido a la tragedia; y que se atrevan -ambos- a enfrentarse al peso de su culpa con palabras nunca más desnudas ni más solas sólo es propio de los Hijos del Valor: lo suyo al coger su Lapicero Santo es algo parecido a ese torero que nunca existió y que, después de descalzar sus pies y de arrojar muy lejos la espada de matar y el capote rojo del engaño, se planta frente al Toro, y lo mira a los ojos, suspendidos en el aire los dos, quietos los dos, así, mirándose, mirándose, mirándose, sí, pero frente a frente y como dos iguales, con la certeza de que uno de los dos no llegará a la noche…
Zhivka se enfrenta al poema así. Lo sabe muy bien: cuanto más desnuda y breve la expresión de la muerte y de la vida, más anchas son el anisa de vivir o de morder la muerte.
Ella es Ulises. Es recogida del agua como un cuerpo desnudo e inerte, semejante al del muchacho que yace en la orilla del lago porque Darren Holmes lo ha pintado allí, como un dios dormido con una corona de flores en la frente. A Zhivka la arrastran a Ítaca y la ignoran y ni siquiera se percatan de quién es esa mujer delgada como un junco crecido a la orilla de un río que nadie sabe adonde va. “Ya no tengo que navegar” más, nos canta con una frialdad que asombra. Odiseo ha muerto y sólo quedo yo –nos dice–, Ulises, la que vuelve a una patria que no la reconoce. Ya no sueño con él; “ya no tengo que inventarme” ni “ser otro”,  ya  ni siquiera “tengo que ser”: sólo sé que estoy ¡viva, viva, viva”, y que “mi fuga / a lo real / se ha cumplido” ya…
Viva. 
Y sola.
O viva.
Oh, mi pequeña muchacha, ¡quién, dime, quien te robó la chiquez!..
Estás viva, sí.
Y yo lo celebro con un silencio pequeño y extendido como una sábana blanca en medio de la noche, y brindo, también por ti, por la patria que no sé si algún día podrás encontrar en algún sitio que no sea tu porpio y cansado corazón.
Si, brindo por ti, amiga mía, con lo poco que queda -en la vieja tinaja de un toro cansado-, del vino alegre que un día traje de Jerusalén, cuyo dulzor creciera en las viñas que danza como pueden en las laderas del Monte Carmelo…




Tu amigo
Carlos


















viernes, 26 de octubre de 2012

Carta de Cesare Pavese a Pierina (Fragmentos)


Cesare Pavese


..El amor es como la gracia de Dios -la astucia no sirve-. Por mi parte, te quiero mucho Pierina, te quiero como una fogata. Llamémoslo el último resplandor de la vela...





Querida Pierina:

... Pierina, quisiera ser tu hermano -ante todo porque en ese caso habría entre nosotros un vínculo menos banal, y después para que pudieras escucharme y creerme con confianza. Si me enamoré de ti, no es sólo porque, como se dice, te deseaba, sino porque tú y yo estamos cortados con la misma vara, y te mueves y hablas como lo haría yo, si en vez de ser un hombre que sólo aprendió el oficio de escribir hubiese tenido tiempo de aprender a estar en el mundo. Por otra parte, existe la misma elegancia y seguridad en lo que yo he escrito y en tus días. Sé entonces a quien le hablo.
Pero tú, a pesar de haberte vuelto árida y casi cínica, no estás al fin de la vela como yo. Tú eres joven, eres lo que yo era a los veinticinco años cuando, decicido a matarme por no sé qué desilusión, no lo hice -era curioso por el mañana, curioso de mí mismo- la vida me había parecido horrible, pero aún me encotraba interesante a mí mismo. Ahora es a la inversa: sé que la vida es estupenda, pero que estoy fuera de ella, y el mérito es todo mío, y sé que esta es una tragedia fútil...
...¿Puedo decirte, amor, que nunca me desperté con una mujer al lado, que cuando quise a alguien nunca me tomaron en serio y que ignoro la mirada de agradecimiento que una mujer dirige a un hombre? ¿Y puedo recordarte que, a causa del trabajo que hice, siemrpe tuve los nervios destrozados y la fantasía ágil y exacta y el gusto por las confidencias ajenas? ¿Y que estoy en el mundo desde hace cuarenta y dos años? No se puede quemar la vela de los dos lados -en mi caso la quemé toda de un solo lado y la ceniza son los libros que he escrito...
...El amor es como la gracia de Dios -la astucia no sirve-. Por mi parte, te quiero mucho Pierina, te quiero como una fogata. Llamémoslo el último resplandor de la vela...










Cesare Pavese conoció a la joven Pierina en Bocca di Magra, y con ella vivó su última gran experiencia amorosa en 1950, poco antes de que decidiera suicidarse. 



















martes, 9 de octubre de 2012

Carta de Ryūnosuke Akutagawa a un amigo, escrita antes de suicidarse


Ryunosuke Akutagawa



El mundo en el que estoy ahora es uno de enfermedades nerviosas, lúcido y frío. La muerte voluntaria debe darnos paz, si no felicidad. Ahora que estoy listo, encuentro la naturaleza mas hermosa que nunca, paradójico como suene. Yo he visto, amado, entendido mas que otros, en ésto tengo cierto grado de satisfacción, a pesar de todo el dolor que hasta aquí he soportado.






Probablemente nadie que intente el suicidio, como Reigner muestra en uno de sus cuentos, tiene clara conciencia de todos sus motivos. Los cuales generalmente son muy complejos. Por lo menos en mi caso está impulsado por una vaga sensación de ansiedad, una vaga sensación de ansiedad sobre mi propio futuro.
     Aproximadamente en los últimos dos años, he pensado solo en la muerte, y con especial interés he leido un relato que trata sobre este proceso. Mientras el autor se refiere a ésto en términos abstractos, yo seré lo mas concreto que pueda, incluso hasta el punto de sonar inhumano. En este punto yo estoy moralmente obligado a ser honesto. En cuanto al vago sentido de ansiedad respecto de mi futuro, creo que lo he analizado por completo en mi relato La vida de un loco, excepto por el factor social, llamemoslo la sombra del feudalismo, proyectada sobre mi vida. Esto lo omití a propósito, al no tener la certeza de poder clarificar realmente el contexto social en el cual viví.
     Una vez tomada la decisión de suicidarme (yo no lo veo en la forma en que lo ven los occidentales, es decir como un pecado) me resolví por la forma menos dolorosa de llevarlo a cabo. Excluí, por razones prácticas y estéticas, la posibilidad de ahorcarme, dispararme un tiro, saltar al vacio u otras formas de suicidio. El uso de drogas me pareció el camino mas satisfactorio. Y por el lugar, tendría que ser mi propia casa, cualquiera sean los inconvenientes para mi familia. Como una suerte de trampolín, al igual que Kleist y Racine, pensé en la compañia de una amante o un amigo, pero habiendo elevado la autoconfianza, decidí seguir adelante solo. Y la última cosa a considerar, fue asegurarme una perfecta ejecución, sin el conocimiento de mi familia. Después de unos meses de preparación me convencí de la posibilidad de realizarlo.
     Nosotros los humanos, siendo animales humanos, tenemos un miedo animal a la muerte, la así llamada vitalidad no es otra cosa que fuerza animal. Yo mismo soy uno de esos animales humanos. Mi sistema parece gradualmente haberse liberado de esa fuerza animal, teniendo en cuenta el poco interés que me queda por el alimento y las mujeres. El mundo en el que estoy ahora es uno de enfermedades nerviosas, lúcido y frío. La muerte voluntaria debe darnos paz, si no felicidad. Ahora que estoy listo, encuentro la naturaleza mas hermosa que nunca, paradójico como suene. Yo he visto, amado, entendido mas que otros, en ésto tengo cierto grado de satisfacción, a pesar de todo el dolor que hasta aquí he soportado.

  P.S: Leyendo la vida de Empédocles, me dí cuenta de cuán antiguo es el deseo de uno de convertirse en Dios. Esta carta, en cuanto a mi concierne, no intenta esto. Por el contrario, yo me considero uno de los hombres mas comunes. Tú debés recordar esos días, veinte años atrás, cuando discutimos "Empédocles sobre el Etna" bajo los árboles de tilo. En esos tiempos yo era uno de los que deseaba convertirse en Dios.







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En 1927, antes de suicidarse ingiriendo veronal, Akutagawa le escribió esta carta a un amigo cuyo nombre desconozco. Akutagawa es uno de los máximos exponentes de la literatura japonesa. A los pocos años de su nacimiento (1892) muere su madre por un cuadro de psicosis. Hacia 1926 el escritor enfermó gravemente y padecería continuas crisis nerviosas, alucinaciones y depresión.