miércoles, 28 de noviembre de 2012

Carta de Lamberto Margulis a Anne Finnegan







28 de Noviembre de 1987
Querida Annie: 


Un tumulto de sensaciones contrapuestas estremece mi alma. La comprobación de que nuestro contacto epistolar se prolonga y solidifica me ha insuflado nuevos ánimos, pintando de bellos y alegres colores el gris desvaído de mi vida. Le confieso que su carta me ha llenado de sensaciones olvidadas, me siento como un adolescente, pleno de dudas y ambivalencias. Antes que nada, quiero agradecerle enormemente su fotografía. Sé que le ha significado un esfuerzo económico enviármela. Le juro que no era mi intención inducirla a destruir su álbum, que imagino un documento familiar de insoslayable valor. Es una pena que no haya señalizado, precisamente, quién es usted dentro de ese maravilloso ramillete de jóvenes que, sin duda alguna, gozan de los placeres de un pic-nic. Pese a la oscuridad de la toma, pese a lo neblinoso que, al parecer, se presentaba el día, pese a la poca definición del foco, creo advertir que había algunos muchachos entre ustedes. No es fácil individualizarlos entre los abrigos y las capelinas. No obstante, con tenacidad detectivesca, he logrado separar una quincena de personas entre las que podría encontrarse usted, Annie, bella como siempre.
Advierto en usted un cierto regusto por el misterio, fiel a los pasos maestros de la inmortal Agatha Christie. Y no vacilo en arriesgar una posibilidad: usted es la que reposa sobre el césped, casi bajo el capot de la camioneta, envuelta su cabeza en un echarpe claro, junto a algo blanco que bien podría ser una cabra.
Le remito, en retribución de su gesto, una foto mía. Tardé mucho en seleccionarla, ya que no soy muy afecto a retratarme. El latino, bajo su aparente desfachatez y desparpajo guarda un espíritu austero, Annie, créame, tal vez heredado de José de San Martín o de Edmundo De Amicis.
Deberá disculparme por mi confusión con respecto a su nombre. Es que la excitación que me invade al recibir sus cartas me obnubila hasta el límite de la estupidez. Pero lo que le confieso me embargó de dudas, fue la denominación que usted me da de "amigo". Le aseguro que me enorgullece que usted me considere como tal, pero mi secreta ambición es constituirme en otra cosa. Un amigo, así como puede considerarse algo excelso y maravilloso también configura tan sólo una persona que queda afuera de otro tipo de sentimientos, más profundos, más complejos y más inherentes a la relación hombre-mujer. No sé si me comprende, Annie. Temo que nuestras diferencias culturales impidan que me entienda con claridad. Y si lo entiende, espero que no lo tome a mal. No quisiera ser una decepción más que le brinda alguien no sajón. Para terminar, deseo hacerle una consulta que es posible usted considere audaz o atrevida, pero que quema mi pecho si no lo hago: ¿Hay alguien más en su vida, Annie? ¿Hay otra persona en su esfera sentimental, alguien a quien usted considere más que un "amigo"? De ser así, hágamelo saber, por favor, para no alentar vanas esperanzas.
Suyo,




Lamberto








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© Cartas Roberto Fontanarrosa
 © De la fotografía Pierre Gonnord
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