lunes, 29 de marzo de 2010

Carta (sin esperanza de acuse) a Eladio Cabañero



  "Te recuerdo con ese abrazo grande y leal, como todo tu cuerpo, y con esa bondad que te rebosaba por el traje, porque hay hombres tan grandes que no caben dentro de su propio pellejo".

   Pues eso que te cuento, mártir Eladio amigo, que ha llegado el momento de ponerme a escribirte. Esta carta ya sé que llega tarde, con demasiados años de retraso, pero es que a veces uno se da cuenta de que se va haciendo tarde para todo; tan tarde, que no sólo empezamos a acudir a algunas citas con retraso, sino que también comenzamos a llegar a destiempo a algunas cosas de la vida.
   Eran demasiados años sin dirigirte unas palabras, bribón, y ya iba siendo hora, que aunque no me respondas sé que habrás de escucharlas. Todavía guardo, sin dedicar, tu último libro, aquella primera y única antología de tus versos que publicaste en vida, y de cuya introducción me he permitido la libertad de entresacar alguna frase y algunos adjetivos tuyos, porque nadie te ha definido nunca mejor que tú mismo.
   Eladiete gandul, ese ejemplar del que te hablo se me quedó sin dedicar, y no por tu pereza, que siempre tuviste mucha para coger la pluma, sino porque aquella tarde no estabas ya para caligrafías. Aquel día tus manos grandes y huesudas, de viñador de invierno, se estaban ya enfriando. Lo único que me dejaste impreso en su primera página fue tu último aliento de moribundo, que aún me llega, como una vaharada de afecto, cada vez que vuelvo a tu poesía, que es bastante a menudo.
   Por aquí sigue todo como tú lo dejaste. Todo sigue en su sitio, nombre más o nombre menos, aunque van siendo ya demasiados los que llevamos tachados en nuestras agendas. Pero se te recuerda, Eladio, fiera amatoria, guácharo de Quijote, se te recuerda. No me refiero a ese mundo viciado de las antologías, que nunca estarán completas si tú faltas; ni tampoco a esos escenarios ficticios con que los críticos de turno decoran sus manuales de farsa y opereta. Me refiero a los amigos, en los que dejaste, si cabe, una huella más honda que en la literatura. A Carlos Sahagún, a Félix Grande, a Joaquín Benito de Lucas, a Angel García López, a Manuel Alcántara, y a tantos otros para los que tampoco te has ido nunca del todo. Algunos, más impacientes, ya se han ido marchando a hacerte compañía, a oír tus chascarrillos, a jugar al dominó, a recordar viejos tiempos de trenes y de andamios, o simplemente a compartir contigo aquellas sobremesas de café que tenían el sabor dulciamargo de los recuerdos.
    Por aquí hogaño llueve como nunca, que diría Vallejo. Llueve como en los días más oscuros y lejanos de tu infancia huérfana. Llueve tanto que este año – como tú solías decir- las uvas van a venir como melones. Ay, las dos uvas solares de tu Marisa Sabia, ¿recuerdas? ¿Y recuerdas también aquellas ugüas que doraban el aire de tu Tomelloso de entonces, aquel Tomelloso de calles anchas y de cal restallante, aquel Tomelloso de trenes íntimos y viñas maternales? Este año está lloviendo tanto, que los ríos y hasta los arroyos andan desbordados por las anchuras solares de La Mancha, de esa Mancha tuya y nuestra en la que siempre es otoño al declinar la tarde.
   ¿Por donde andas, zascandil? Vas a perderte la mejor cosecha. Te echo de menos, zapatones, viejo gruñón, tercuzo; hay que ver cómo se nos van pasando los años. Te recuerdo yendo y viniendo, siempre entre socarrón y cordial, tan de tu tierra siempre, con un verso o algún chascarrillo entre los labios, y con unos brazos muy largos que parecían reclamar siempre el afecto que nunca te dieron sobrado. Te recuerdo solo desde que te conocí, en aquellos lejanos principios de los 80, y te sigo recordando solo años después, cuando (a buenas horas...) decidiste echarte compañera. 
   Te recuerdo con ese abrazo grande y leal, como todo tu cuerpo, y con esa bondad que te rebosaba por el traje, porque hay hombres tan grandes que no caben dentro de su propio pellejo. Tú siempre preferiste poner en tus versos un adjetivo menos y una emoción más, de ahí la temperatura afectiva, como de mano siempre tendida, que rezuman tus poemas. Y a esa mano que nos dejaste tendida en letra impresa, vuelvo de vez en cuando, que nunca fui contigo desleal, y no hay deslealtad peor que la del olvido.  
   Tú escribiste que la poesía es cosa cordial y que a ti te servía para vivir más y para ser mejor de lo que eras. No sé si te sirvió para vivir más, porque de pronto te entraron las prisas, tampoco sé si te sirvió para que fueras todavía mejor. Sólo sé que sin tu voz habríamos estado un poco más solos y más desamparados.
   No quiero que me escribas, Eladiete gandul, ya sé que no tendrás a mano papel y tinta. Pero aunque los tuvieras, sé que tampoco te pondrías a acusarme recibo. Déjalo para luego. Prefiero que, cuando volvamos a vernos, ya sin ninguna prisa, tengas más cosas que contarme.

Tu amigo
Pedro

***

Desde que leí y releí su Diván sumergido (1999), he sentido una especial veneración por el poeta Pedro Antonio González Moreno, que no hizo sino acentuarse con los años cuando, un poco por sorpresa, tuve entre mis manos aquel magnífico, y tan suyo, Calendario de sombras (2005). Nacido en 1960 en Calzada de Calatrava (Ciudad Real), su obra presenta, dejando aparte los múltiples premios que le ha colgado en su cuello, otros poemarios de largo recorrido y voz reconocible, como pueden ser sus Señales de ceniza (1986) y su Pentagrama para escribir silencios (1987). Como narrador, ha publicado también Los puentes rotos (2007), que no he tenido todavía oportunidad  de atravesar. Heredero del neoromanticismo, y especialmente perceptivo de todo cuanto de pérdida tiene el crecimiento del espíritu del hombre,  ha escrito una carta que nunca tendrá respuesta al poeta manchego Eladio Cabañero (Tomelloso, 1930-Madrid, 2000), una de las cumbres más poderosas y menos transitadas de la literatura castellano-manchega contemporánea; un poeta cabal de sobria urdimbre y afilado filo que ya mereció en 1963 el Premio Nacional de Literatura y, en 1970, pero que hoy atraviesa el paisaje del silencio...

lunes, 22 de marzo de 2010

Carta de amor de Juan Rulfo a Clara Aparicio








"He aprendido a decir tu nombre mientras duermo... y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre"



Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor...
 Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde... y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre



Juan


Carta de amor de Juan Rulfo a Clara Aparicio (1)

Carta de amor de Juan Rulfo a Clara Aparicio (2)

Carta de amor de Juan Rulfo a Clara Aparicio (3)


Grandes Obras de 
El Toro de Barro
PVP: 8 euros Pedidos a:
edicioneseltorodebarro@yahoo.es



Yo, que he sobrevivido a cien lanzas
y he hecho temblar el vientre
del desierto con uno solo de mis carros,
perdí ante tus ojos mi última batalla.
Ser cobarde en amor equivale a estar muerto.




Otros poemas de

 
 
 
 
 













viernes, 12 de marzo de 2010

Carta a Simone de Beauvoir de una mujer con turbante





Giraste la cabeza para mirarme así. Y fui un naipe marcado. No me encerraba en el baño a anestesiarme con el adorable canto con arpa de la Sirenita imaginada por Andersen o las previsibles peripecias de una Cenicienta rescatada del barro por los zapatos sin ruta confeccionados por Perrault (un par de proto-Blahniks que jamás calzaría una operaria o una pantera). Me acompañaba La Invitada.
En ese baño convertido en templo ninguna mujer era salvada por un hombre. Las mujeres se salvaban solas y decidían exiliarse de la maternidad, extenuar los verbos en un café-bunker y tomar partido. Hacía equilibrio sobre el bidet para alcanzar a mirarme en el espejo, con unos viejos retazos de cortinas de tul devenidos turbante de guerrera en Montparnasse. Las ficciones temblaban, a la Sirenita la ahorcaban las cuerdas cándidas del arpa y Cenicienta se partía la boca contra el piso al pretender caminar con tacos. Un final ejemplar para un par de babiecas. ¿Por qué me miraste así, Simone?. Tu vocación sísmica clausuró la edad de la inocencia y colgó de un clavo oxidado mis juguetes.

Me amordazaron en las clases de catequesis, por difundir el embarazo de la Virgen por causas y goces naturales y trepanarle los sesos a la catequista para que hiciera de María una amante insumisa, sublevada contra el martirio impuesto por las jerarquías patriarcales. Te anudabas el pelo con pañuelos de escándalo. Courbet se equivocó. El origen del mundo no es el útero sino la cabeza. El rictus de una boca que no cede, ojos como estiletes encendidos en la gruta y la determinación de ser obra en perpetua construcción, mordiendo los barrotes de la jaula.
Nunca están dadas las condiciones. Papá se declara en bancarrota y mamá nos quiere docentes y decentes. La lucha en el hipotálamo puede graduar su intensidad pero no ahorra las obsesiones, el terror y el insomnio. En París suena el jazz, las vanguardias pulverizan la forma establecida de mirar y el Titanic no imagina el bloque mortífero de hielo. Pero el combate se libra entre las sienes y el París de tu casa y de tu cama puede temblar antes de que lo pise la bota nazi. ¿Cuántas veces te escondiste a llorar en el baño, Simone? ¿Cuántos años se tarda en nacer, cuando nacer significa hacerse e independizar la lengua, sin impostar la propia voz ni lamer las ajenas?

Mi infatigable Castor, inmersa en la aventura estremecedora de pensar junto a un hombre feo como un sapo que jamás sería príncipe, sin ser absorbida por su pensamiento ni convertirse en su florero, su trofeo o su anexo. Siguiendo la ley de tus propios pactos y abriéndole tu segundo sexo a un chico musculoso de Chicago, al que le escribiste cartas de amor ridículas, como todas las cartas de amor. Estados Unidos te electrizaba la piel que no mostrabas en la sesuda Europa de Jean Paul. Confesá, Simone, confesá. Te quiero aunque escribieras públicamente tu Lado A como una reina indómita y, en secreto, tu Lado B suplicando mimitos. ¿Quién renunciaría a que lo cuiden salvajemente?
Pobres las que cayeron en tus redes de entomóloga. Supiste ser malísima y complotar con el sapo la prolija destrucción de corazones, rendidos ante un tándem explosivo de cerebros. Mi amazona ofídica, con un puñal envuelto en el pañuelo. Fuiste todo mezclado, refulgente y revuelto.
Te encantará saber que, aunque persistan en expulsarlas del catecismo y la academia, las chicas no bajan la guardia y son las únicas que sacuden la historia tras la toma del Palacio de Invierno, montadas (aunque no lo sepan) en la turbulencia incandescente de tu estela. Tu turbante es la contraseña de las que empujan los límites.
Dejo sobre la tumba inquieta del Castor y su sapito nudos de tul de las cortinas rasgadas de la infancia, con las que todavía vendo, blindo y asomo mi cabeza al estrépito formidable del mundo. Intentando mantener y simultáneamente romper el equilibrio, para no avergonzarme ante el espejo que jamás perdona.

Fotos: Remains (family II), Annette Messager, 2000.
We don’t need another hero, Barbara Kruger, 1987.
Candy cigarette, Sally Mann, 1989.

***
Mariel Manrique nació y vive en Buenos Aires. Estudió leyes e Historia. Escribe ensayos sobre literatura, cine y pintura para distintos medios de Argentina, Brasil y España. En 2009 publicó su primer poemario, La constelación de Andrómeda (Editorial Crack-up). Su segundo poemario, Rehenes, se encuentra actualmente en prensa. Mantiene los blogs en castellanohttp://pajarodechina.blogspot.com yhttp://putasdebabilonia.blogspot.com y, en italiano y con Ruth Llana, http://pensieriinvoloradente.blogspot.com. Su escritura posee la delicadeza del brillo afilado de una navaja de plata. Su tajo es perdurable, pero limpio. Y quema.