jueves, 18 de septiembre de 2014

Carta a su esposa de un niño que sobrevivió a Auschwitz


Rodin
«Pronuncié la palabra "mama". Por primera vez, al lado de todos, dije "mama" y lloré. "Vencí, gané, mama, ¡estoy vivo!". Y lloré, y todos lloraron conmigo. Todos lloran conmigo ahora, mama...»
 
«Berko», uno de los 130 niños
que sobrevivieron a Auschwitz ,
escribe a su esposa


Querida mía:
      En Stutthoff nos separaron de las madres. No te lo conté jamas. Había que elegir con quien quedarse. Yo era hijo único, y preferí quedarme con papa. Sabía que no iba a poder arreglarse solo. Era un distraído. Un estudioso. Pensé que no iba a poder arreglarse a solas. Yo era grande, tenía once años y entendía que debía cuidar de él. Después de dos semanas en el tren también nos separaron. Fue como si me echaran el peso del mundo encima. Me cerré, me quedé encerrado en mí mismo. No me interesó ya nada. Sentía que todo se había terminado. Tenía miedo. Mi ser estaba desnudo. Solo. Fragmentado. No deseaba nada. Nada. Después me desperté a la fuerza y me convertí en una especie de bestia. Un instinto vivo. Un caballo con el yugo al cuello, arrastrando cadáveres a los crematorios. Hurtaba comida. Robaba de todo. ¿Cómo pueden los padres hacer algo así...cómo pueden abandonar a un niño solo?

Recién ahora, últimamente, me sigo preguntando eso una y otra vez…No logro encontrar respuesta. No volví a pensar en mis padres desde entonces. No recordaba. Me había prohibido recordar. Todo en mí se había acabado desde aquel momento en que mama despareció. Se habían terminado mis sentimientos. Desde aquel momento estuve solo. Hasta este viaje con estos chicos. Ahora. Cuando hablas a veces con tus padres, cuando te diriges a ellos, yo no siento nada. No siento. Soy huérfano. Cómo pueden los padres hacer algo asi? Piensa en nuestras gemelas, que no dejan de cuidarme durante todo el viaje.


Sólo ahora, gracias al viaje con estos jóvenes, esta nueva familia que me nació en el viaje, se me despierta algo antiguo, algo de aquella antigua ternura. Hasta este viaje había cortado todo, había bajado un telón, como si hubiera decidido que tras él no existía nada, que tras él jamás existió nada, que todo era vacío, limpio…Ya lo sabes, ninguna memoria quedó en mi de los años de antes de. No el jardín de la infancia. No la escuela. Una vez un caballo me desgarró la camisa. Fuera de eso, nada. Todo borrado. ¿Cómo pueden los padres abandonar así a sus hijos? Hubieran podido huir conmigo, si lo hubieran pensado a tiempo ¿no es asi?
A Israel llegué para volver a empezar. Guardé silencio. No tenía nada que decir. ¿Quién me hubiera creído? Una vez, mientras viajaba en autobús, iba sentada a mi lado una muchacha, que me preguntó qué era ese numero que llevaba grabado en la mano. Le dije que era un numero de telefono que había anotado para no olvidarlo y ella se lo creyó. Como bien sabes, no he vuelto jamás a este lugar desde que me separaran de mis padres en la estación de tren. Hoy, junto a estos chicos, me quebré. Por primera vez todo volvió. Recité la plegaria de Kadish. Pronuncié la palabra "mama". Por primera vez, al lado de todos, dije "mama" y lloré. "Vencí, gané, mama, ¡estoy vivo!" Y lloré, y todos lloraron conmigo. Todos lloran conmigo ahora, mama.





Grandes Obras de
El Toro de Barro


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edicioneseltorodebarro@yahoo.es




Berko es el seudónimo bajo el que se esconde el anciano real que escribió esta carta y quien, siendo todavía un niño, logró sobrevivir al infierno de Auschwitz. En un dramático–y real– camino de retorno, él y otros supervivientes volvieron de nuevo a aquel Apocalipsis con un grupo de estudiantes israelíes de secundaria, en el que se encontraban sus hijas. El encontronazo de dos generaciones distintas con aquella memoria de dolor provocó una gigantesca catarsis individual, cuya historia fue relatada por la psicóloga infantil Amela Einat en La cicatriz del humo, una novela que fue incorporada por la Editorial El Toro de Barro a su Biblioteca del Holocausto, y de cuyas páginas se ha extraído esta conmovedora epístola real, que pone de manifiesto la pervivencia real del Holocausto en todas las generaciones del Israel contemporéno.


Amela Einat.



"El Profeta", de Carlos Morales. De su Libro "S". Ilustración Leonardo da Vinci










2 comentarios:

Kosmonauta del azulejo dijo...

¿Qué peor cicatriz que la que no puede revelarse, o que se esfuma, como el humo, cuando el horror atenta contra la lógica?

Intentaré conseguir el libro cuando pueda.
Un saludo.

(Hipatia)

A chuisle dijo...

Como ya dije, es muy difícil para mí ver una película y menos leer sobre el holocausto, como lo es sobre la Guerra Civil española o las torturas y los detenidos desaparecidos en mi país, pero basta leer o ver algo para que reconozca en detalle todos los horrores, como si me apropiara automáticamente de toda la memoria colectiva de la humanidad, y entonces es como si hubiera estado allí y la vida me hubiera permitido superarlo.