"...cuando
las autoridades temporales y espirituales han puesto una categoría de seres
humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural
para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a
un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras
a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto
desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de
virilidad. Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible
resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la
he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos,
que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir
por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de
sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro,
ninguna estima."
_________________________
Simone Weil
3, rué Auguste-Comte, París.
[¿1938?]
Por
ridículo que sea escribir a un escritor, que está siempre, por la naturaleza de
su oficio, inundado de cartas, no puedo resistirme a hacerlo después de haber
leído Los grandes cementerios bajo la
luna. No es la primera vez que un libro suyo me afecta; el rural Diario
de un cura es a mis ojos el más hermoso, al menos de los que he leído, y
ciertamente un gran libro. Pero aunque me hayan podido gustar otros libros
suyos, no tenía ninguna razón para importunarle escribiéndole.
En cuanto
a este último es otra cosa; he tenido una experiencia que responde a la suya,
aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida, en
apariencia —solamente en apariencia— en un espíritu muy distinto.
Una jovencísima Simone Weil |
Yo no soy
católica, aunque —lo que voy a decir parecerá presuntuoso a cualquier católico,
dicho por un no católico, pero no me puedo expresar de otra manera— nada
católico, nada cristiano me haya parecido nunca ajeno. A veces me he dicho que
si se fijara a las puertas de las iglesias un cartel diciendo que se prohíbe la
entrada a cualquiera que disfrute de una renta superior a tal o cual suma, poco
elevada, yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías se
han dirigido hacia los grupos que se identificaban con las capas despreciadas de
la jerarquía social, hasta que he tomado conciencia de que tales grupos son de
una naturaleza que hace extinguirse cualquier simpatía. El último que me había
inspirado alguna confianza era la
CNT española. Había viajado un poco por España antes de la
guerra civil; muy poco, pero lo suficiente para sentir el amor que es difícil
no experimentar hacia ese pueblo; yo había visto en el movimiento anarquista la
expresión natural de sus grandezas y sus defectos, de sus aspiraciones más
legítimas y de las menos legítimas. La
CNT , la FAI
eran una mezcla asombrosa, donde se admitía a cualquiera, y donde, en consecuencia,
se podría encontrar inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también
amor, espíritu de fraternidad y, sobre todo, la reivindicación del honor tan
hermosa entre los hombres humillados; me parecía que aquellos que iban allí animados
por un ideal prevalecían sobre aquellos a los que impulsaba la violencia y el
desorden.
En julio de 1936 yo estaba en París. No me gusta la guerra, pero lo
que siempre me ha provocado más horror que la guerra es la situación de los que
se encuentran en retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos,
no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, desear todos
los días, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de los otros, me dije
que París era para mí la retaguardia, y tomé el tren para Barcelona con la
intención de comprometerme. Era a principios de agosto de 1936.
Un
accidente me hizo abreviar forzosamente mi estancia en España. Estuve algunos
días en Barcelona, después en pleno campo aragonés, junto al Ebro, a una
quincena de kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar en que recientemente las
tropas de Yagüe han pasado el Ebro. Después en el palacio de Sitges
transformado en hospital; después nuevamente
en Barcelona; en total, aproximadamente dos meses. Dejé España a mi pesar y con
la intención de regresar; más tarde, voluntariamente no he hecho nada. No
sentía ya ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era ya,
como me había parecido al principio, una guerra de campesinos hambrientos
contra propietarios terratenientes y un clero cómplice de los propietarios,
sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia. He conocido ese olor de guerra
civil, de sangre y de terror que desprende su libro; lo había respirado. No he
visto ni oído nada, debo decirlo, que alcance la ignominia de algunas historias
que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos a golpes de garrote. Sin
embargo, lo que oí bastaba. Estuve a punto de asistir a la ejecución de un
sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a
mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir; todavía no sé qué
habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
Simone Weil en su época de miliciana republicana. |
Cuántas
historias se agolpan bajo mi pluma... Pero sería demasiado largo; ¿y para qué?
Una sola bastará. Estaba en Sitges cuando llegaron, vencidos, los milicianos de
la expedición de Mallorca. Habían sido diezmados. De cuarenta muchachos jóvenes
que habían salido de Sitges, habían muerto nueve. Sólo se supo a la vuelta de
los otros treinta y uno. La misma noche siguiente se hicieron nueve
expediciones punitivas, se mató a nueve fascistas, o supuestamente tales, en
esta pequeña ciudad donde, en julio, no había pasado nada. Entre esos nueve, un
panadero de unos treinta años, cuyo crimen era, me dijeron, haber pertenecido a
la milicia de los «somatén»; su anciano padre, del que era hijo único y el
único sostén, se volvió loco. Otra: en Aragón, un pequeño grupo internacional
de veintidós milicianos de todos los países cogió, después de una escaramuza, a
un joven de quince años que combatía como falangista. Nada más ser cogido,
temblando por haber visto cómo morían sus camaradas junto a él, dijo que se le
había enrolado a la fuerza. Se le registró, se le encontró una medalla de la Virgen y un carné de
falangista. Se le envió a Durruti, jefe de la columna, que tras haberle expuesto
durante una hora las bellezas del ideal anarquista le dio la elección entre
morir y enrolarse inmediatamente en las filas de aquellos que lo habían hecho
prisionero, contra sus camaradas de la víspera. Durruti dio al muchacho
veinticuatro horas de reflexión; al cabo de veinticuatro horas, el chico dijo
no y fue fusilado. Durruti era, sin embargo, en algunos aspectos, un hombre
admirable. La muerte de este joven héroe no ha dejado nunca de pesar sobre mi
conciencia, aunque no lo haya sabido sino después. Y esto otro: en una aldea
que rojos y blancos habían tomado, perdido, retomado, vuelto a perder, no sé
cuántas veces, los milicianos rojos, habiéndola vuelto a tomar definitivamente,
encontraron en las cuevas un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y
hambrientos, entre ellos tres o cuatro jóvenes. Razonaron así: si estos
jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos hemos retirado,
han permanecido aquí y han
esperado a los fascistas, es que son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron
inmediatamente, después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos.
Una última historia, ésta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una
vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; a uno se le mató
en el sitio, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después se dijo
al otro que podía marcharse. Cuando estaba a veinte pasos, se le abatió. El que
me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír.
Jóvenes
anarquistas
asesinados
en Barcelona
por los
comunistas catalanes
|
En
Barcelona se mataba como media, en forma de expediciones punitivas, a una
cincuentena de hombres por noche. Proporcionalmente, era mucho menos que en
Mallorca, puesto que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes;
por otra parte, se desarrolló allí durante tres días una sangrienta batalla
callejera. Pero tal vez las cifras no sean lo esencial en semejante materia. Lo
esencial es la actitud con respecto al hecho de matar a alguien. Ni entre los
españoles, ni siquiera entre los franceses llegados, sea para combatir, sea
para darse un paseo —estos últimos con mucha frecuencia intelectuales blandos e
inofensivos—, he visto nunca expresar, ni siquiera en la intimidad, la
repulsión, el desagrado ni tan sólo la desaprobación por la sangre vertida
inútilmente. Usted habla de miedo. Sí, el miedo ha tenido una parte en esas
matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye.
Hombres aparentemente valientes —de uno de ellos, al menos, he constatado
personalmente su valor— contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida
llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», término
muy amplio.
Enemigos políticos son conducidos al paredón |
En cuanto
a mí, tuve el sentimiento de que, cuando las autoridades temporales y
espirituales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya
vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando
se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se
mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por
casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo
sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad. Hay ahí una incitación, una
ebriedad a la que es imposible resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece
excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en
cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que
no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en
esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir
por ellos, en el futuro, ninguna estima.
Viudas de la matanza de Badajoz perpetrada por el ejército de Franco lloran a sus muertos |
Una
atmósfera así borra pronto el objetivo mismo de la lucha. Pues no se puede
formular el objetivo más que reconduciéndolo al bien público, al bien de los
hombres, y los hombres tienen un valor nulo. En un país en que los pobres son,
en su gran mayoría, campesinos, el mayor bienestar de los campesinos debe ser
un objetivo esencial para todo grupo de extrema izquierda; y esta guerra fue
tal vez, ante todo, al principio, una guerra por y contra la repartición de
tierras. Y bien, esos míseros y magníficos campesinos de Aragón, tan dignos bajo
las humillaciones, no eran para los milicianos siquiera un objeto de
curiosidad. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad —al menos yo no vi
nada de eso, y sé que robo y violación eran merecedores, en las columnas
anarquistas, de pena de muerte— un abismo separaba a los hombres armados de la
población desarmada, un abismo semejante al que separa a los pobres y a los
ricos. Se sentía en la actitud siempre algo humilde, sumisa, temerosa de unos,
en la soltura, la desenvoltura, la condescendencia de los otros. Se parte como
voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una
guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más y el sentido del respeto
debido al enemigo de menos.
Un hombre y una mujer se protegen de un bombardeo en Barcelona |
Podría
prolongar indefinidamente estas reflexiones, pero debo limitarme. Desde que
estuve en España, oigo, leo todo tipo de consideraciones sobre España, y no
puedo citar a nadie, aparte de usted, que se haya sumergido, que yo sepa, en la
atmósfera de la guerra española y lo haya resistido. Usted es monárquico,
discípulo de Drumont: ¿qué me importa? Usted me es más cercano, sin
comparación, que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas a los
que, sin embargo, yo amaba.
Acarreo de un féretro. Fotografía de Juan Guzmán (EFE) |
Lo que
dice del nacionalismo, de la guerra, de la política exterior francesa después
de la guerra me ha llegado igualmente al corazón. Yo tenía diez años cuando el
tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota con toda la exaltación
de los niños en período de guerra. La voluntad de humillar al enemigo vencido,
que se desbordó por todas partes en ese momento (y en los años que siguieron)
de una manera tan repugnante, me curó de una vez por todas de ese patriotismo
ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me son más dolorosas que las que
éste pueda sufrir.
Temo
haberle molestado con una carta tan larga. No me queda más que expresarle mi
más sincera admiración.
S. Weil
Juegos de retaguardia |
*Carta extraída de Diario de España, de Simone Weil. También se han consultado sus Escritos históricos y políticos, Editorial Trotta, 2007, Madrid. Traducción de Agustín López y María Tabuyo.
***
De los miles de textos que se han escrito sobre nuestra guerra civil, la carta que Simone Weil escribió en 1938 a Georges Bernanos es uno de los más hermosos y más sabios que se han escrito sobre el ejercicio de la violencia, y unos de los que más daño ha hecho a la izquierda revolucionaria europea, tan dada a olvidar su papel en las tragedias de la vieja Europa. Ambos vivieron la guerra en bandos distintos, y los dos acabaron desengañándose de las ideas que tenían antes de que empezaran las hostilidades. Bernanos, que era católico y conservador (o para ser más precisos, un monárquico legitimista), vivió los inicios de la guerra civil en Mallorca, a donde se había ido a vivir en 1934, acosado por las deudas y porque “la carne de buey y las patatas son más baratas que en Francia”, como le dijo en una carta a un amigo.
Al producirse la sublevación militar se puso de parte de los militares rebeldes, y hasta su hijo Yves se enroló en una centuria de Falange, pero muy pronto descubrió las atrocidades cometidas por los “nacionales” contra los republicanos, sobre todo a raíz del fracasado desembarco republicano en Porto Cristo. Desde aquel momento, Bernanos se empeñó en denunciar con toda la fogosidad de la que era capaz –y sin duda era un hombre muy fogoso- la crueldad de los militares sublevados, así como la complicidad cobarde de la Iglesia Católica. En 1937, Bernanos regresó a Francia y un año después publicó en la editorial Plon Los grandes cementerios bajo la luna, que es uno de los mejores libros que se han escrito sobre nuestra guerra: un largo aullido de rabia e indignación que nadie debería dejar de leer.
Simone Weil, por su parte, se enteró del estallido de la guerra en París. Pacifista, pero también simpatizante de los anarquistas y de los trotskistas (en 1934, en Barcelona, había conocido a Joaquín Maurín, uno de los dirigentes del POUM), cogió un tren y llegó en agosto de 1936 a Barcelona. Allí se enroló en el Grupo Internacional de la Columna anarquista de Buenaventura Durruti. A mediados de agosto, Simone Weil llegó con la columna Durruti a Pina de Ebro, a unos 15 kms de Zaragoza, donde escribió las escuetas anotaciones de su diario de guerra. Pocos días más tarde tuvo que ser evacuada a un hospital de Sitges, después de sufrir un estúpido accidente doméstico en una casa abandonada en tierra de nadie: uno de sus compañeros le ordenó que se pusiera a preparar la comida, y Simone Weil, que no debía de tener mucha práctica en estas cuestiones, se quemó un pie con una sartén llena de aceite hirviendo. A finales de septiembre del 36, una vez curada, regresó a Francia.
En la carta a Bernanos se perciben las complejas relaciones que Simone Weil mantuvo con el cristianismo. Aunque pertenecía a una familia judía no practicante, tuvo varias experiencias místicas y sufrió una especie de conversión en una iglesia de Asís. Pero durante toda su vida, Weil se mantuvo al margen de la Iglesia Católica y de cualquier institución religiosa. En este sentido, es muy significativo lo que le dice a Bernanos en esta carta, cuando le comenta que no le molestaría pertenecer a una iglesia que limitara los ingresos económicos de sus miembros. Pero como todos sabemos, una iglesia así no ha existido nunca.
Hay una referencia en la carta de Simone Weil que es necesario matizar. Weil cita a un falangista de 15 años que fue hecho prisionero y luego fusilado por orden de Durruti. Pues bien, este hecho no es cierto, o al menos no lo es tal y como lo cuenta Simone Weil, que ya no estaba en Pina de Ebro cuando ocurrió la muerte del falangista. Según las investigaciones de los historiadores franceses Myrtille Gonzalbo y Vincent Roulet –que se hacen llamar los “gimenólogos”, en honor del aventurero anarquista Antoine Giménez, también enrolado en la Columna de Durruti-, el joven falangista no fue fusilado por orden del líder anarquista. El falangista –que se llamaba Ángel Caro Andrés- estaba en la cárcel de Pina de Ebro cuando llegó al pueblo un grupo de milicianos socialistas y anarquistas que huían del pueblo cercano de Tauste, recién tomado por los franquistas. En la madrugada del 24 de agosto de 1936, esos milicianos asaltaron la cárcel y mataron al joven falangista, sin que Durruti supiera nada ni diera orden alguna.
En esa muerte estúpida de un chico llamado Ángel Caro aparece, una vez más, “el olor de la guerra civil, de la sangre y del terror” que tanto repugnó a Simone Weil como a Georges Bernanos.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. PVP 10 euros. |
El Toro de Barro |
23 comentarios:
Extraordinaria carta. Su vigencia estremece!!
Anoche murió Santiago Carrillo, el veterano dirigente comunista de mi país. Se merece mi más profundo respeto y admiración por su distanciamiento de la Unión Soviétcia, por la aceptación de la democracia como normalizada de acceso al poder, y por el papel jugado durante la transción política a la democracia en España, que ni siquiera los suyos supieron valorar. Pero no seré yo quien le rinda un homenaje por el que fue su pasado: ni a él ni a quienes, enfermos del animal oscuro del totalitarismo, condujeron a España a
la tragedia. Es verdad, sí: el fue un hijo de una época enferma; pero hubo otros hijos de esa misma época que eligieron, aun a riesgo de sus propias vidas, decir un ¡¡¡NO!!! rotundo y bello a la barbarie. Ellos sí, ellos fueron auténticos HIJOS DEL VALOR, ellos sí merecen el recuerdo de los hombres.
Esta carta lo dice todo. Para quien lo quiera oír.
Totalitarismo y fascismo solo hubo uno en España: el FRANQUISTA, el golpista. Holocausto sólo hubo uno: el nazi-fascista, del que nos libraron más de 25 millones de soviéticos que dieron su vida por ello. Un saludo.
Estos de acuerdo con la carta, por supuesto. Es inconcebible que, a estas alturas de la Historia, se intente justificar lo injustificable. Y Carrillo, con todos mis respetos, no era ningún santo, como tampoco lo fue Franco.
Impresionante misiva. "Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata" ¿Lo haríamos nosotros igual? No, no quiero siquiera suponer que eso sea posible, pero esas personas eran seres normales, como cualquiera de nosotros ¿Tanto puede arrastrar la crueldad? Yo escribí una novela con la historia de la muerte de mi abuelo y la lucha por la supervivencia de mi padre, huérfano de guerra. La muerte de mi abuelo fue totalmente gratuita. Obedeció al plan franquista de eliminar a toda persona que pudiera ser un opositor peligroso. Mi abuelo era un gran hombre, un buen hombre. La primera noche de la guerra fueron los falangistas a buscarle a su casa. Después de un mes en un calabozo de su propio pueblo, lo desaparecieron. Nadie sabe donde está, mi tía dice que al principio ni siquiera los enterraban en fosas. Ella y mi padre vieron a un perro arrastrando la pierna de un hombre. Después, la crueldad de los hombres, de nuevo, violaron y torturaron a su hermana delante de su familia, exigiéndola que les dijera donde estaba su hermano, el que ellos mismos habían matado. Imagino el miedo, el ansia de venganza de las víctimas. Solo así podría entender todo lo que hubo después. Somos humanos... debemos ser humanos, humanos compasivos y libres.
Me felicito de ello, Diana. A Carrillo lo salva su actitud en los difíciles años de la transición política española hacia la democracia, pero no su pasado. Cuando Alberto relea la carta, y vea -por ejemplo- una fotografía de los jóvenes anarquistas fusilados en Barcelona durante la guerra civil, se dará cuenta -porque inteligencia le sobra, y mucho- de lo que tuvo nuestra guerra de combate de muchos tipos de totalitarismos, el fascismo y el comunismo -que también lo es, sin duda- entre ellos. Y quien sufrió la consecuencia de esa dialéctica perversa de la revolución y de la contrarevolucion no fue nadie más que la "otra España", y -en medio de ella- esa "tercera España" de la que nadie habla y que se atrevió a decir NO a los unos y a los otros, no porque se sintieran equidistantes ante el conflicto social, sino porque abominaban éticamente de las transformaciones derivadas del ejercicio arbitrario de la violencia.
Pero Carlos, creo que no eres del todo justo, y no soy yo de quien defiende a capa y espada a Carrillo, si bien se reconocerle su capacidad para muchas cosas, pero como digo , no eres del todo justo, pues él pertenceció al bando que intentó defender y repeler un golpe de estado y luchar contra el fascismo más feroz que hemos visto en este país...,y ahora en estos tiempos que nos corren, qué quieres que te diga, más Carrillos y menos Cospedales, y otros elementos.
Y también te recuerdo que dentro del Partido Comunista Español hubo y habrá mucha discordancia con Carrillo, por el pasado sobre todo, pero no todos eran Carrillos...
Lo sé, Carolina, lo sé. Pero yo hablo de una época perversa, y de los que protagonizaron por su ceguera totalitaria la perversión de esa misma época. No hablo del Partido Comunista de hoy, sino del Partido Comunista del lejano ayer. No hablo, tampoco, del Carrilo que supo estar a la altura de la transición política hacia la democracia, sino del que creyó que la democracia era una rémora en los tiempos nefastos de la Guerra Civil. Es hacia ellos, hacia ese pasado, al que yo apunto, no a este presente cuyas acciones ayudaron a crear. No sé si me entiendes, pero lamento no tener otra manera mejor de expresarme...
En cualquier guerra no hay buenos o malos, sólo personas que se transforman en bestias y algunos héroes y heroínas. Pero la barbarie es igual entre ambos. Hitler fue un loco que cometió los crímenes más abominables, pero Stalin fue igual que él. Se puede hacer eso, reconocerle su papel durante la Transición, algo indiscutible, al igual que el papel de los herederos políticos del franquismo que tuvieron su papel también conciliador. Lo que no me explico es cómo es posible que, si los mismos protagonistas directos de la contienda ya cerraron una puerta que fue vergüenza para todos, de ambos bandos, aún los descendientes siguen separando un país entero por símbolos caducos que ya no tienen vigencia (comunismo o fascismo a estas alturas, repito, es algo que me parece cuando menos necio). Y el gran problema de España viene por ahí. Lamento las desgracias y barbaridades que se pueden narrar a título individual, pero eso no debe ser un arma arrojadiza que recuerda a esas disputas familiares por herencias sobre las lápidas de los difuntos. A mi escaso entender, es una reacción que no honra a todos esos hombres y mujeres de AMBOS BANDOS (esto es para evitarme que me tachen de facha) que murieron y padecieron la barbarie, la mayoría sin siquiera pertenecer a ninguna facción, simplemente gentes sencillas que fueron reclutados por narices. Esas reacciones son una ofensa deleznable.
Los que se encontraron inmersos en una guerra que no buscaron fueron todos víctimas, incluso los que al fin fueron verdugos. Pero hay algo que no debe dar lugar a dudas: Los fascistas provocaron la guerra, un golpe de estado a la república legalmente formada. No podemos dejar de ver con claridad lo que fue nuestra historia. No ayuda nada decir que aquello no sucedió,esconder la cabeza bajo la mesa camilla. Lo que fue, fue. Y si aún hay heridas es porque la población fue obligada a obviar, a seguir escondiendo su dolor, incluso al llegar la transición. No hubo duelo, y sin duelo no hay cura. Ahora quienes participaron en aquello ya están muertos o muriendo. Pero somos un país al que se enseñó a odiar su propia bandera por la obsesiva represión de libertades. Al menos la historia debería ser justa y permitir a las víctimas llorar a sus muertos.
Me vas a perdonar porque esto no tiene intención de ofender en absoluto. Tengo 34 años. Nací en plena transición. Una vida. ¿Cómo que no ha habido duelo? ¿Es que acaso mi generación y las que me sucederán van a tener que seguir soportando el clima inaguantable que nuestros ancestros (repito, ambos, que el intento de golpe de estado del 34 también está registrado en los anales de la Historia) generaron con una guerra absurda? No es esconder dolor, pero yo he tenido abuelos como todo el mundo y a mí no me afecta su dolor, porque ellos fueron ejecutores de su existencia. Ni escondo la cabeza, de hecho, aquí estoy, diciendo lo que pienso de un pasado que está más que trillado y que me parece un lastre que debe utilizarse para unirnos como país ante una guerra vergonzosa e impedir que vuelva a ocurrir algo parecido. Seguir día tras día, década tras década dando vueltas a una guerra que ocurrió cuando no había nacido ni los padres de la mayoría de los españoles, me parece simplemente no permitir que una herida cure, sino mantenerla abierta, sangrante y total para nada. ¿Acaso es tan relevante quién empezara, desarrollara o terminara? Sería tontería meterme a desarrollar los años que precedieron el comienzo de la guerra civil, porque es seguir un juego que sólo alimenta un momento de nuestra Historia que pasó, avergonzó y que ya va siendo hora de superar. Digo yo. Al menos yo ya estoy hasta las narices de ambos bandos con esa manía de separar.
Diana, tranquila, no me ofende, al revés, creo que es un buen tema para debatir. Yo muchas veces he dudado: olvidar o recordar. Pero veo gentes que aún creen en el fascismo, que añoran la dictadura, religiones que apoyaron entonces el golpe, y ahora apoyan a los más ricos. Decía ahí atrás que comenzó como una guerra entre los campesinos y los terratenientes, para terminar siendo una guerra entre varios totalitarismos (fascismo-comunismo).
Lo más importante es que conozcamos la historia para no volver a repetirla. A mí me duele no haber conocido a mi abuelo (como a todos los nietos de todas las víctimas de todos los bandos) y me gustaría que se supiera que no le mataron por ser mala persona, sino por ser bueno. Que mi padre no hubiera tenido que vivir toda la vida agachando la cabeza porque su padre fue su padre (que no lo hizo), odiando todas las guerras. Pero también, amiga, entiendo que se quiera olvidar. Pero es que me da miedo, miedo de que la gente que no recuerda no sepa en qué se puede convertir: en un asesino cualquiera.
Claro. En el fondo pensamos lo mismo, pero para terminar con los que miran con añoranza fascismos, comunismos radicales de corte stalinista, castrista,videlismos, etc., para terminar con cualquier dictadura y mirar hacia adelante, debemos deshacernos del odio y construir, crear, generar. A mí me dan coraje todas las dictaduras, cualquier totalitarismo, sea cual sea la ideología que esgriman, porque sólo destruyen y coartan. Prediquemos con el ejemplo y centrémonos en vivir en paz. Es la mejor forma de honrar a los muertos: que no hayan muerto para nada, que no hayan muerto para ver a sus hijos o nietos o biznietos seguir destruyendo. Siento lo que hayas tenido que padecer, tanto tú, como tu padre, como tu familia. Pero de esta forma sólo se alimenta a los que salvajemente quieren seguir alimentando el odio.
Y lo que dices, que las nuevas generaciones conozcan la Historia para que no se vuelva a repetir. Un abrazo.
Sobre la guerra civil española escrito en diez minutos, ahora voy a escribir sobre la pinza de Hitler-Stalin:
http://www.mediafire.com/view/?ka5oa1kzr1ai4p4
Carrillo es el homólogo de Fraga en el otro bando, es decir, una persona que no fue precisamente un santo en su juventud pero que nadie puede negarle su gran papel en la Democracia y la Consitución.
Mañana leeré tu artículo, porque hoy anda ya mi mente muy cansada, Alberto; simplemente quiero dejar aquí un pedazo de esta carta nacida de la decepción, y que se detiene en cómo, en determinadas circunstancias -y nuestra guerra las creó con una intensidad innenarrable- el hombre se puede convertir en un lobo para el hombre. "...cuando las autoridades temporales y espirituales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan. Si por casualidad se experimenta primero cierto desagrado, se calla y pronto se lo sofoca por miedo a parecer que se carece de virilidad. Hay ahí una incitación, una ebriedad a la que es imposible resistirse sin una fuerza de ánimo que me parece excepcional, puesto que no la he encontrado en ninguna parte. He encontrado en cambio franceses pacíficos, que hasta ese momento yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido ir por sí mismos a matar, pero que se sumergían en esa atmósfera impregnada de sangre con un visible placer. Nunca podré sentir por ellos, en el futuro, ninguna estima." Este es un fragmento muy elocuente de la carta...En realidad, pienso que lo heroico durante aquellos años fue resistirse a esta animalización...peo eso no se dirá nunca, porque no forma parte del pensamiento políticamente correcto.
Del mismo modo que en Alemania la tragedia y la infamia tuvieron como responsable a Hitler y al nazismo, en España la responsabilidad la tuvo quien se sublevó contra la legalidad republicana. Ni más ni menos. El totalitarismo en España fueron 40 años de dictadura y con una cabeza visible que se llamó Francisco Franco. Fuimos muchos los comunistas que en años difíciles nos jugamos todo por la libertad aunque hoy cueste imaginarlo. La equidistancia es enemiga del rigor. Lamento discrepar con la opinión que expones. Y lo hago desde una firme condena de todos los totalitarismos.
Querido Manuel:
Me sorprendes tus palabras. En modo alguno soy equidistante. Entre las muchas cosas que diferencias a los varios totalitarismos que han marcado la historia de Europa, existe un aspecto común que los hace caras de la misma moneda: el ejercicio arbitrario de la violencia, y la creencia en que la consecución de cualquier proyecto político -el suyo- vale más que una, mil, millones de vidas humanas. En este sentido, las consecuencias históricas del nazismo, el comunismo, y el fascismo han sido las propias de aquellos a quienes los profetas visualizaban como los ángeles exterminadores del Apocalipsis. Ninguno de ellos está exento de "culpa", Manuel, y esa es la razón por la que no soy equidistante entre ninguno de ellos, sino un firme colaborador de aquellos que los combaten con firmeza. A mí, sin entrar más destalles,los ochenta millones de muertos producidos por la aplicación del comunismo durante sus ochenta años de vigencia, me parecen tan muertos como los veinte millones que se dejaron la piel bajo el yugo de Hitler. Te invito a leer, en ese sentido, un artículo de Juan Ramón Mansilla que colgué, hace algunos años, en el blog. Aquí está: http://carlosmorales-eltorodebarro.blogspot.com.es/2007/06/los-libros-negros.html.
En segundo lugar, y en lo que toca a nuestra propia experiencia republicana, mantengo la opinión de que su nacimiento, su desarrollo y su dramático final fue la consecuencia de quienes –a izquierda y a derecha- dijeron defender la legalidad institucional no hicieron otra cosa que utilizarla para la consecución rápida e implacable de sus sueños totalitarios y siguiendo siempre una estrategia de confrontación y de falta de diálogo. Así lo hicieron los socialistas en el 34 y así lo hicieron los fascistas en 1936, y así lo hicieron también los anarquistas catalanes en –creo recordar- el año 1937. Es lamentable, pero a la República Española se le puede aplicar ese viejo canto popular que rezaba eso de “entre todos las mataron, y ella sola se murió”. Aquí te dejo las palabras que pronuncié en 2006 en un programa de la Cadena Ser; si te detienen en él y en su brevedad, tal vez te saque de dudas:
http://carlosmorales-eltorodebarro.blogspot.com.es/2012/05/la-guerra-de-los-muertos-carlos-morales.html
En lo que toca a los crímenes de guerra cometidos por los contendientes de ambos bandos durante la Guerra Civil, sería bueno que se leyera la carta que le envió Simone Weil a Georges Bernanos y que ha dado origen a este respetuoso debate, y que se recapacitara en la degradación humana con que se condujeron muchos combatientes. Durante aquellos años, las ejecuciones sumarias, los paseíllos en la noche, etc., fueron un lugar común en la práctica política de ambos bandos basada en la Razón de Estado. Hay que decir, sin embargo, que fue el bando franquista el único que utilizó el ejercicio arbitrario de la violencia arbitraria en las zonas de su retaguardia como una táctica precisa y definida para el “adoctrinamiento” de los que quedaron bajo su tutela. No creo que necesario pedirte que leas la carta, porque estoy seguro de que ya la conoces. En todo caso, te lo dejó de nuevo aquí, colgada de mi admiración hacia ti, y de mi afecto. Ahí te va: http://cartasenlanoche.blogspot.com.es/2012/06/carta-de-simone-weil-georges-bernanos.html
Y finalmente, y en lo que toca a Santiago Carrillo, me mantengo en lo dicho. No puedo alabar, ni lo haré nunca, el papel –todavía históricamente por definir- que jugó durante los años de la Civil. Es justo reconocer que fue un hijo de una España convulsa, pero esa misma España convulsa dio lugar a otros hijos que tuvieron el valor de decir no a los planteamientos totalitarios que finalmente acabaron con el gran sueño republicano español. Él pudo elegir. Y eligió lo que eligió. Y yo eso no podré alabarlo nunca. Tampoco lo puedo hacer con su manera de “resolver” sus complejas relaciones con otros políticos del Partido Comunista que, viviendo en España, planteaban una forma distinta de oposición al Régimen durante los primeros veinte años de posguerra. Sin, embargo, si puedo alabar, y lo haré siempre, su emancipación de la tutela soviética y la aceptación -con otros líderes comunistas de occidente- del sistema democrático como modo de acceso al poder, lo que solemos entender como “Eurocomunismo”. También puedo alabar, y lo haré siempre, su papel clave en la Transición hacia la Democracia en España, que no fue entendido por muchos de los que, entonces, militábamos, simpatizábamos o votábamos por él en las elecciones generales. Lo que vino después, ya lo sabemos. Carrillo se vio obligado a dimitir porque sus compañeros de partido entendían su actitud conciliadora con el Partido Socialista como una traición –unos- y como una estrategia equivocada frente a la que otros defendían, que era la formación de una alianza con fuerzas sociales y políticas extraparlamentarias.
Poco más puedo decir. No sé si este es, o no, el análisis escasamente riguroso y propio de un espíritu equidistante. Lo que sí se, es que esta reflexión es la propia de quien ha hecho, como ha sido mi caso, lo que ha podido para sacudirse el polvo de los viejos mitos sagrados con que los unos y los otros me quisieron educar.
Creo que te equivocas gravemente, Carlos. Porque no denuncias que el franquismo sociologico ha gobernado las estructuras economicas de este país durante mas de 50 años.Que las Oligarquias finacieras, y economicas son heredadeas y han llevado el `país a esta situación. Que hubieras hecho tu en las España de los años 30,Pregunto?
Querido Vicente Mayordomo: En qué me equivoco? ¿Acaso debo valorar positivamente la actitud de Carrillo durante la Guerra Civil y los primeros años de posguerra? ¿O, por el contrario, debería de haber lanzado un anatema sobre la que le llevó a enfrentarse al estalinismo de la Unión Soviética y a aceptar la democracia como forma normalizada de acceso al poder? ¿Te refieres a eso? ¿Es eso lo que quieres decir? ...
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