Te redeseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible
Qué
son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo
y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en la sábanas. Nunca
has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste
demasiado o me admiraste como la niña que toma una lente y se pone a ver cómo
marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo inacabable y lleno de fatiga,
cargan enormes migajas de pan. Qué son aquellas noches lluviosas en medio de la
cama de un hotel. Qué el recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro
o en la sala de conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes
y de June y de mis amantes.
Anaïs,
no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que
exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y
como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se
desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada
inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y
tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás
volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban
expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la
humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te
deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has
ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y
otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y
la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha.
Mi
querida Anaïs, ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna. Te
extraño cuando huyes de madrugada y te extraño cuando camino y me tomo un café
en la calle; te extraño cuando June se acerca cariñosa y cuando paso por los
grandes aparadores. Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te
pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las tres, cuando
me acuerdo de las horas interminables entre humo y whisky, cuando tengo una
comida que dura toda la tarde, también cuando me despido de ti cada día a la
misma hora, cuando como en aquel lugar donde nos dio el aire y cuando escucho
la radio. Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras
vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la
nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre
Henry
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7 comentarios:
Las cartas de Henry a Anaïs son una auténtica joya...siempre es un placer enorme leerlas! Gracias por compartirlas, Carlos... Ojalá abundaran más hoy día corresponsales como Henry Miller!
Un beso :)
Henry Miller desde muy chica me fascino aunque entonces no lo entendia bien, hoy sus palabras en la mente de aquella pequeña, son mi despertar... un saludo
Sobre Anais umm la envidiare siempre tan cercana a a los grandes...
"Las cartas" recuperan su dinamismo y tus lectores recuperamos la riqueza de esta literatura que tanto mitiga nuestra avidez de conocimiento.
Gracias Carlos, por traernos estas joyas llenas de sentimientos y belleza desbordante.
Abrazos.
Recuerdos...de cierta historia,hermosa carta,Carlos.
A.
Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza?
?
Belleza infinita, pasión genuina, literatura y amor. Gracias. Rosina Valcárcel.
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