martes, 24 de abril de 2012

Cartas desde Huntsville de un condenado a muerte





¿quién castiga al Estado 

cuando ejecuta a un inocente?


Huntsville, Texas, 2 de Julio de 1998.


Todos saben cómo vamos a morir los que estamos en el corredor de la muerte, pero ¿alguno sabe cómo vivimos? Te lo voy a explicar brevemente:






Nuestro mundo es una celda de 3 metros por 1.5 metros de ancho, con tres ventanas al mundo; dos verticales en la puerta de entrada, cada una delas cuales tiene 80 cm.de largo y 8 de ancho, y a través de las que se ve parcialmente el pasillo y a los guardias, y una tercera ventana ubicada justo debajo del techo, también de 80 cm. de largo y 8 de ancho. Esa nos brinda una breve imagen del exterior. La ventana que da al exterior está ubicada muy alta, así que para poder mirar a través de ella debo enrollar mi colchón sobre mi cama metálica y subirme encima de él. Y yo soy alto, creo que muchos no deben ver nada aunque hagan lo mismo. Sólo así alcanzo a ver algo. Mi vista es una parte del aparcamiento, siempre vacío, con una verja que lo rodea, y al fondo, el pasto y la carretera que conduce hasta este lugar. También veo un pequeño trozo de cielo. Eso que te describo es lo único que he contemplado en los últimos años.
Los días aquí son largos, vacíos, tediosos, cansados. Nuestro día empieza alrededor de las 3.30 de la mañana, hora a la que nos traen el desayuno a la celda, después tenemos tiempo libre. Cada uno hace lo que quiere; bueno, lo que puede. Algunos escuchan radio, leen, dibujan o hablan a gritos con el vecino de la celda de al lado. Yo consumo mi tiempo en leer y escribir.
Alrededor de las 6 de la mañana se nos permite salir de la celda, siempre de manera individual y siguiendo el mismo procedimiento; nos arrodillamos de espaldas a la puerta y nos esposan. Una vez esposados el guarda oprime un botón a la vez que lo hace un oficial en la oficina de seguridad, y sólo así se abre la celda. Y de ahí vamos al baño y luego a a otra celda más grande, como la de los zoológicos. Es un lugar de aproximadamente 25 metros cuadrados en el que hay una canasta de basket. Ahí jugamos o caminamos. Y ese lugar, 25 metros cuadrados, será el espacio más grande al que tendremos acceso el resto de nuestra vida.
El promedio de tiempo aquí es de unos 10 años. Yo ya llevo 13. ¿Soy afortunado?
Ya ves, la vida de los condenados a muerte en Texas, más que justicia, es venganza. Día a día los presos nos vamos deteriorando, hay muchos problemas mentales, y día a día abandonamos nuestras apelaciones y recursos legales porque preferimos morir que seguir viviendo de esta manera.
Ana, no somos monstruos y vivimos peor que animales. Algunos, incluso, no hemos hecho nada para estar en este lugar. Y es cierto, algunos han cometido crímenes horrendos, pero ¿eso justifica que el Estado los enloquezca hasta matarlos? Un castigo tan aberrante, no es castigo, y, en última instancia ¿quién castiga al Estado cuando ejecuta a un inocente?






Escrito por: Anna Quero anna.quero@gmail.com el 05 Jul 2007 

Ojalá Anna Quero logre por fin editar este sobrecogedor puñado de cartas, que fueron publicadas por  La Comunidad de El País en el verano de 2007, y que son el reflejo de una continuada correspondencia que su autora mantuvo con algunos de los reos condenados a morir; valientes testimonios que ponen sobre la mesa las inmundicias del sistema legal norteamericano, y la extrema humanidad de los seres que las sufren desde su inocencia.













1 comentario:

A chuisle dijo...

No pretendo justificar lo injustificable, pero en América Latina y en general en países subdesarrollados, las condiciones de los reos son aún peores a las aquí descritas, especialmente todos los problemas generados por la sobrepoblación carcelaria y las pésimas condiciones de los penales. Sin embargo, la delincuencia no va en retirada, como deseáramos, para despoblar las cárceles. Y aquí entramos al problema de fondo que es la inequidad en las oportunidades de educación y trabajo. Todos los esfuerzos por humanizar el sistema, no son vanos.