miércoles, 4 de enero de 2012

Carta de Carlos Morales a Zhivka Baltadzhieva, en el nombre de Ulises



Bliss, de Darren Holms



A la playa de Ítaca 
me trajeron dormido, 
un cuerpo inerte sólo. 
Primero
no me reconocieron
y después nadie me preguntó
nada.
He matado a los pretendientes.
Y más
no tengo que navegar.
No tengo que inventarme.
No tengo que inventar nada.
No tengo que ser
otro.
No tengo que ser.
Ni siquiera yo
sueño con Odisseo.
Mi fuga
a lo real
se ha cumplido.

El ángelus, de Millet.



 Tarancón, en la madrugada del 
27 de octubre de 2012.

Querida Zhivka


Si algo me fascina de Zhivka Baltadzhieva es la extrema sobriedad de su escritura. En este Ulises que aquí te dejo colgado de la noche más larga, sólo hay –sí– dos adjetivos, dos –dormido e inerte–  miserables adjetivos. Están ahí con humildad, como dos campesinos que pintara Millet rezando su ángelus en medio del silbo de los pájaros domidos de un trigal de Francia. O como dos mendigos, sí, esa es la imagen, como dos mendigos con el sombrero en la mano y la cabeza descenciendo hacia los suelos, como si supieran que están sentados a la mesa sólo y nada más que por piedad.

Sí. Tengo la sensación de que si tomara cualquiera de sus poemas y los arrojara por la ventana inclinada de la buhardilla en la que hasta hace poco tiempo dormía mi pequeño Amós, Mi Rey de las Palabras, el poema se quedaría flotando en el aire como una camisa blanca puesta a secar al sol de la mañana. Yo, en verdad, esto es algo que he visto muy, pero que muy pocas veces. Hay, querida Zhivka, mucho valor en enunciar de este modo en un poema a la retórica, a la profusión, a la proliferante multitud de palabras deslumbrantes que tantas veces bajan del serrallo del modo en que lo hacían esas manadas de bisontes salvajes con que, a veces, se presentan vestidas la verdad y la belleza,  y en la que no pocos solemos guarecernos porque nos falta valor para ponernos delante.  ¿Ves? Hasta yo mismo lo acabo de hacer. Lo de Zhivka es como montar un caballo a pelo, sin albarda ni cincha ni silla de montar: hay que estar muy seguro de sí mismo, hay que tener muy claro lo que se quiere decir, y arrojar luego todo lo demás a la gehena, hasta la misma vida, al negror de la gehena...
Lo asombroso es que esta desnudez, esta deslumbrante austeridad, se basta por sí sola para sostener sobre sí la conciencia de que la vida, la propia vida de Zhivka, no es otra cosa que un milagro. Salvo en Celan, jamás he visto una poesía tan llena de orfandad y de silencio. Aquel sobrevivió al genocidio nazi; Zhivka a la barbarie comunista: helos ahí, a los dos, culpables ante sus propios ojos de haber sobrevivido a la tragedia; y que se atrevan -ambos- a enfrentarse al peso de su culpa con palabras nunca más desnudas ni más solas sólo es propio de los Hijos del Valor: lo suyo al coger su Lapicero Santo es algo parecido a ese torero que nunca existió y que, después de descalzar sus pies y de arrojar muy lejos la espada de matar y el capote rojo del engaño, se planta frente al Toro, y lo mira a los ojos, suspendidos en el aire los dos, quietos los dos, así, mirándose, mirándose, mirándose, sí, pero frente a frente y como dos iguales, con la certeza de que uno de los dos no llegará a la noche…
Zhivka se enfrenta al poema así. Lo sabe muy bien: cuanto más desnuda y breve la expresión de la muerte y de la vida, más anchas son el anisa de vivir o de morder la muerte.
Ella es Ulises. Es recogida del agua como un cuerpo desnudo e inerte, semejante al del muchacho que yace en la orilla del lago porque Darren Holmes lo ha pintado allí, como un dios dormido con una corona de flores en la frente. A Zhivka la arrastran a Ítaca y la ignoran y ni siquiera se percatan de quién es esa mujer delgada como un junco crecido a la orilla de un río que nadie sabe adonde va. “Ya no tengo que navegar” más, nos canta con una frialdad que asombra. Odiseo ha muerto y sólo quedo yo –nos dice–, Ulises, la que vuelve a una patria que no la reconoce. Ya no sueño con él; “ya no tengo que inventarme” ni “ser otro”,  ya  ni siquiera “tengo que ser”: sólo sé que estoy ¡viva, viva, viva”, y que “mi fuga / a lo real / se ha cumplido” ya…
Viva. 
Y sola.
O viva.
Oh, mi pequeña muchacha, ¡quién, dime, quien te robó la chiquez!..
Estás viva, sí.
Y yo lo celebro con un silencio pequeño y extendido como una sábana blanca en medio de la noche, y brindo, también por ti, por la patria que no sé si algún día podrás encontrar en algún sitio que no sea tu porpio y cansado corazón.
Si, brindo por ti, amiga mía, con lo poco que queda -en la vieja tinaja de un toro cansado-, del vino alegre que un día traje de Jerusalén, cuyo dulzor creciera en las viñas que danza como pueden en las laderas del Monte Carmelo…
Tu amigo
Carlos
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